Al filo de la medianoche la banda cartagenera Arde Bogotá cambió, por una hora, el ritmo del Low. Aceleró el latido de unos asistentes que se contaban por miles y lo hizo con tino y arrojo, desde el minuto cero a fuerza de rock y convicción. En los directos, donde algunos grupos echan de menos el estudio -aunque por norma general el público festivalero sea poco exigente-, Arde Bogotá se crece. Resulta inverosímil que apenas lleven un par de años girando en grandes plazas, pero este grupo de veinteañeros, que ya es la banda española más potente del momento, no deja indiferente a nadie.
Su actuación es redonda en lo acústico; sus letras, certeras y sin adornos; y la presencia de Antonio García, el vocalista, es magnética por lo inesperado. Cuesta creer que tal vozarrón salga de ese cuerpo de abogado novel. Ahora, aparcada la toga del oficio que le dio de comer hasta la eclosión del grupo, se mueve por el escenario sin plan aparente, con maneras «bunburyescas» que le alejan del halo macho al que a veces conduce su música. Al son de Qué vida tan dura, Antiaéreo, Abajo o Exoplaneta, el cuarteto cartagenero acumula tantos bolos como condecoraciones recientes: recibió en 2023 dos nominaciones a los Latin Grammy, se llevó seis premios de la Academia de la Música y su segundo trabajo, Cowboys de la A-3, es disco de platino. Ayer, con su aparición en el Vibra Mahou, el festival de Benidorm tocó máximos.
Con apenas dos álbumes en el mercado, el grupo cuenta con «hits» de hondo calado y así se lo hizo saber un público entregado, que coreó tantos temas como cantaron. El colofón fue Los perros, uno de los últimos éxitos y fácilmente reconocible por su guitarreo sucio. Fue soltarlos y venirse abajo el Guillermo Amor en lo que era la canción elegida para despedir un atronador directo de más de sesenta minutos. Tras ellos, y al cierre de esta edición, irrumpirían Niños Mutantes, La Casa Azul y El Columpio Asesino, cambios todos ellos de tercio, devolviéndole al Low su viraje habitual de traqueteo «indie», festivalero y buenrollista.
A Arde Bogotá les habían precedido los granadinos de La Plazuela, otra banda de corto recorrido y extenso porvenir. Indio y Nitro despertaron el último día de un festival que ha vuelto a convencer en su decimocuarta entrega, y lo hicieron con su fusión de electrónica, flamenco, funk y pop. Péiname, Juana y La primerica helá se escucharon por vez primera en Benidorm y amenazan con ser habituales. Su disco debut, Roneo Funk Club, de 2023, ha sido una de las gratas sorpresas de la música española.
Tras ellos, y sobre el césped de Foietes, saltaron los eclécticos e inclasificables Crystal Fighters. Su ejercicio fue un chute de energía, movió al público con los Love is all I got, Plage y Love Natural, repletos de esa mezcla tan peculiar de dance progresivo y folklore vasco a lomos de la txalaparta. Los británicos, que están inmersos en un recorrido por la península, han retomado con éxito una gira que interrumpieron a principios de año porque su líder, Sebastian Pringle, había contraído la malaria. Cogió el testigo el barcelonés Carlos Sadness, el cantante que desafía a su propio nombre y que canta con diminutivos. Contagió dinamismo con su Perreo bonito, Isla morenita, Te quiero un poco…
El Low ya mira a su siguiente edición, que Benidorm también tiene atada por escrito. La ciudad de los rascacielos no quiere dejar escapar una de sus señas musicales de los últimos tiempos, ahora compartiendo pupitre con el Benidorm Fest, más televisiva y con otro perfil, recogiendo la segunda o tercera juventud del fenómeno Eurovisión. El último fin de semana de julio de 2025 espera ya la primera confirmación de su nueva entrega.