Cuando, al filo de las cinco de la tarde del viernes, ese hombre vestido con camisa de lino y armado con una pistola negra encañonó a los agentes de la Policía Local de Valencia en la calle Guillem Sorolla, instantes después de haber hecho lo mismo con una vecina y otra patrulla en la calle Espinosa, solo los mas veteranos habrían sabido a quién se enfrentaban en el caso de que alguien hubiese gritado su nombre.
Ese hombre, que permanece ingresado en un hospital de Valencia bajo custodia policial tras haber recibido un tiro en la mano izquierda en el enfrentamiento con los agentes, es José María Moreno Líndez, un histórico de la criminalidad callejera valenciana que a finales de los 80, al más puro estilo Vaquilla, protagonizó numerosos atracos violentos con el resto de su banda. En ella estaban al menos otros dos delincuentes. Indalecio M. B., de 22 años, y Antonio Llorente López, de 15.
En mayo de 1989, Antonio y su madre, Josefa López Hidalgo, de 41 años, fueron arrojados vivos a un pozo en la partida Terrabona de Picassent, el pueblo natal de Moreno Líndez. A Antonio le dieron una brutal paliza que evidenciaron las fracturas que los médicos forenses desgranaron en el informe de autopsia. Josefa murió por el brutal golpe en la cabeza sufrido al ser arrojada al interior de la sima.
¿La razón? Un desacuerdo entre Indalecio, José María y Antonio fue el origen del doble crimen, que fue descubierto casi por azar. Un vecino de la Fuensanta, el barrio de Valencia donde residían las víctimas, llamó a la Policía Nacional porque en un piso de una de las humildes fincas había cuatro niños pequeños llorando, encerrados y muertos de hambre.
Cuando la Policía entró en la casa, la mayor de las niñas, que apenas estaba entrando en la pubertad, explicó que su padre y su hermano mayor cumplían condena en Logroño y que a su madre y a su hermano Antonio, de 15 años, se los habían llevado unos jóvenes «para matarlos». Tenían razón.
En el centro de menores de Godella
Los cuerpos sin vida de ambos fueron hallados en el fondo del pozo el 20 de aquel mes de mayo. La Guardia Civil abrió una investigación y en días identificó a los dos sospechosos. José María, que se había pasado la mitad de su vida en el centro de menores de Godella, f y su compinche Indalecio. Ambos acababan de ingresar en la entonces cárcel Modelo de Valencia, hoy sede de varias consellerias de la Generalitat Valenciana bajo el nuevo nombre de Complejo Administrativo Nou d’Octubre, acusados de varios atracos.
Además, se les imputó un tercer asesinato, el de un presunto delincuente, Francisco Laborda Ferrando, de 41 años, hallado también en el fondo de otro pozo, pero este en la partida La Coma de Picassent. Al parecer, le dieron muerte tras discutir, casualidades de la vida, por una pistola de fogueo, la misma arma que Moreno Líndez esgrimió durante el atraco de este viernes y con la que hizo el imposible amago de pegarse un tiro en la cabeza.
La fuga de Picassent
Tres años exactos después, en mayo de 1991, dejó en ridículo al ministro del Interior al protagonizar la primera fuga de la cárcel de Picassent, a los cuatro meses de haberla inaugura anunciándola como la prisión más moderna y segura de España. Moreno Líndez escapó usando como garfio una percha retorcida y como ‘escalera’ los jirones de una sábana desgarrada. La alegría le duró 48 horas, las que tardó en detenerle, también en ese caso, un agente de la Policía Local, pero, en ese caso, de Aldaia. Ahora, en cuanto reciba el alta médica, volverá de nuevo a esa prisión.