La Batalla de Flores cerrará esta tarde-noche la Gran Fira de 2024. El desfile de carrozas y el lanzamiento de clavellones es un acto en pleno vigor, al que se acude con ganas. Pero al que el paso del tiempo ha privado de un ritual que si no es ancestral, poco le falta. La ‘punxà’ ha pasado a convertirse, es verdad, en un acto multitudinario, con poder de convocatoria, pero no precisamente para poner en valor la singularidad -no única, pero sí peculiar- de vestir con flores los vehículos como paso previo para convertirse en tanquetas que lanzan o reciben la munición de flores. Tanto es así, que el concepto se ha desvirtuado. Tanto es así, que el único taller que tenía desarrollado en su máxima expresión el concepto, el de Jordi Palanca, presidía la entrada con unos murales bajo el lema «Recuperem la punxà». Que también tienen su parte festiva adaptada a los tiempos. Ahora, el taller se convierte en un contenedor de fiesta, con un banquete de embutido, invitados con camisetas tuneadas y, ya de retruque, el remate artístico de las carrozas. Aunque ya no se ven tampoco las numerosas cuadrillas afanándose con las cajas de flores.
Más allá, la cosa va por otro lado. La fiesta es multitudinaria, con miles de personas a la fresca -es un decir- de las calles de la Ciudad del Artista Fallero, despedidas de soltero del Museo del Gremio aparte. Los miles de invitados llegan dispuestos a socializar con una cena servida en cajas y con la Orquesta Montecarlo. Es la Gala Fallera de verano. Que se celebra con la excusa de la ‘punxà’ como podía celebrarse con cualquier otro motivo. No son excluyentes una fiesta y otra, pero la apatía hacia la singularidad de la Batalla, por mucho que algunos de los invitados luego se dejen caer por los talleres, hablan de un acto en decadencia. La sensación es de que el ritual de la ‘punxà’ se ha ido muriendo con el paso de los años. Si se acepta, pero la Batalla pervive, habrá que asumirlo. Si no, habrá que darle una pensada. Por aquello de salvar la ‘punxà’.