Le ha dado al presidente del Gobierno por dirigirse por carta a sus interlocutores. Sus ruedas de prensa son prácticamente inexistentes y las entrevistas sólo se las concede a los medios afines, pero, entre tanto, se ha acostumbrado a cultivar el género epistolar, quizás en homenaje a sus sin duda referentes, como Erasmo, Plinio ‘el joven’, Juana Inés de la Cruz o San Pablo.
La última se la ha dirigido al juez Peinado. Le pidió además declarar por escrito (y dale Perico al torno) y el juez lo rechazó. Por supuesto, le escribió en privado, pero con proyección pública, dado que el documento trascendió, como sucedió en los casos en los que se dirigió por carta a la ciudadanía.
No es una mala estrategia. Las enseñanzas del Nuevo Testamento están recogidas en diferentes epístolas, que son más fáciles de consular que las palabras, a las cuales se las lleva el viento. Las cartas servían a los primeros cristianos para tomar consciencia e la situación y reivindicar su fe. Sucede que la Biblia termina en el Apocalipsis, que no es una carta, sino un libro, el de las Revelaciones, y que ilustra sobre ‘el final’, cosa nada deseable ni para Sánchez ni para sus comilitones políticos y mediáticos.
Como esto va de escritos, Alberto Núñez Feijóo le ha pedido que presente su carta de dimisión ante la ciudadanía, ante la debilidad de sus asociaciones parlamentarias y las corruptelas que amenazan a su entorno. A lo mejor nos da una sorpresa el presidente y acepta, aunque, conociendo a este animal político, experto en supervivencia y en salir a flote, lo más lógico sería pensar que ha llenado el tintero y calentado la muñeca para mantener su actividad epistolar.
Eso sí, dada la frecuencia de envío, a lo mejor Google termina por enviar esos documentos a la bandeja de correo no deseado. La de spam. Donde confluyen los príncipes nigerianos con los que exigen rescates.