Ya no vive nadie en Montoedo, la aldea de A Teixera (Ourense) en la que en 1995, Lucio Ballesteros Parra, natural de Gumiel de Mercado (Burgos, 1930), comenzó su loca aventura. Las raíces gallegas de su mujer Anuncia lo trajeron hasta este enclave de la Ribeira Sacra, donde el hombre inició un plan disparatado con el que se ganó la cólera de los vecinos. Empezó a construir una casa por la carretera, en terrenos que ni siquiera le pertenecían. Tapó un camino vecinal. Continuó su idea en las fincas de su esposa – que a su vez tenían varios dueños –, sin permiso. En el jardín ilegal, ejecutó su gran obra cuando enviudó: una nave espacial de aluminio, de 20 metros de diámetro, para volar al ‘planeta 10/7’. Lucio asumió durante años multas, avisos de derribo y un enfado vecinal que tornó en algo mucho peor: indiferencia. Poco antes de morir, este nonagenario que quería hacer realidad sus sueños de niño, encontró un heredero.
Lois Alberte Cuevas de la Fuente (Ponteareas, Pontevedra, 1979) se convirtió hace siete años en el empadronado número 297 de A Teixeira, el segundo ayuntamiento con menos habitantes de Galicia. Este trotamundos eligió la aldea de Xirás, a un kilómetro de Montoedo, para empezar de cero. Había recorrido Europa en camión durante años. En cada sitio, se reinventaba.
Pasó un lustro hasta que Lois conoció a Lucio. Para entonces, ya eran dos extraños en el pueblo. Los dos se enfrascaron en un viaje creativo al que peregrinaban cientos de visitantes. Turistas de toda España querían su foto con el autor de la nave espacial de A Teixeira, que accedía encantado a las peticiones. Su casa siempre estuvo abierta. Por momentos, la vacía aldea de Montoedo parecía otra.
El nonagenario, jubilado con una pensión de 2.000 euros, contaba a menudo que iba a vivir eternamente. Animaba a rebelarse contra el poder en sus libros autoeditados. “Una regresión hacia el saber”, el último, invita a los lectores a residir en un planeta sin autoridad. Los papeles descansan ahora en la maraña de trastos de la casa, un edificio en el que aspiraba a construir viviendas sociales que mirasen a la famosa nave espacial. Un sueño imposible en el que se dejó más de 300.000 euros, según la versión de vecinos y allegados. “Nadie sabe el dinero que enterraron aquí, iban a su bola. Querían hacer las cosas a su manera. Eso sí, el corazón no le cabía ahí dentro”, dice Carmiña, su cuñada, señalando la nave.
Lucio, que trabajó como técnico de sonido en Radio Televisión Española, relataba que la Guerra de la Independencia de Argelia moldeó su personalidad. Los horrores que supuestamente vio forjaron su forma de ser, en contra de lo establecido y mirando por el más débil. No fue hasta su jubilación en A Teixeira cuando pudo volcarse con su misión.
Prescindió de arquitectos y permisos municipales y montó el mamotreto con materiales de mala calidad. En este edificio de viviendas sociales soñadas terminó solo, mirando a la nave espacial de aluminio en la que gastó su pensión.
Ya poco dinero le quedaba cuando invitó a Lois a su casa. Necesitaba ayuda informática para “dar a conocer su saber” al mundo, en Internet. Lois se ganó su confianza y en seguida se dio cuenta que Lucio necesitaba más ayuda. “Había que echarle un cable y hablé con la asistenta social. Lucio había caído en la estafa del amor durante la pandemia, porque se sintió muy solo. Ya había enviado más de 30.000 euros a una persona. Los bancos no le permitían transferencias grandes, pero él se buscaba la vida. Iba lejos, hasta dar con el banco que le permitiesen ingresar el dinero”, explica Lois. El trotamundos se convirtió en su cuidador en el último año de vida de Lucio, al que seguían llegando las visitas, pero menos. “Me acerqué a él y empezamos a contarnos la vida. Lucio no estaba loco ni tenía ninguna enfermedad mental. Era más excéntrico que la media y tenía creatividad, quería volver a recuperar a su niño interior. No quería hacer un platillo volante, quería que la gente que pasase por aquí se cuestionase cosas, que expandiera su mente. Nada más”, explica Lois, que acordó en vida de Lucio un futuro para la nave espacial y la casa. Un taller de oficios, una especie de centro cultural en la remota aldea de Montoedo. “A Lucio le parecía bien”, dice Lois.
Recuerda que a Lucio le gustaba viajar a Ourense con billetes de cincuenta euros en los pantalones. “Visitábamos a cada músico callejero. Él tocaba el saxofón y decía que había tenido mucha suerte en la vida, pero que otros como él no. Le gustaba repartir esa fortuna”.
Lois confiesa que, durante un tiempo, se enfrascó en su locura. “Lo dejé todo y me dediqué a Lucio. Podía pasarme dos meses aquí encerrado, sin ver a nadie”.
A Lucio ya no le quedaba nada. Solo la compañía de Lois. El ayuntamiento llegó a hacerse cargo de los gastos de la residencia en la que tuvo que ingresar en sus últimas semanas. Lucio empezó a creer en su misión imposible. En viajar al planeta 10/7. A estas ideas se sumaron varios tumores de gravedad en el riñón y los pulmones. Lois buscó a la familia. No tenía. Un hermano fallecido, una hermana con la que no guardaba buena relación en paradero desconocido y una sobrina de la que siempre hablaba, pero que resultó ser la hija de un amigo de juventud. Carmiña, la hermana de su difunta, era la más próxima. A la residencia de mayores solo acudía Lois. El concello, de nuevo, tuvo que asumir los gastos de la funeraria cuando Lucio Ballesteros Parra falleció, el pasado 3 de agosto de 2023, prácticamente en soledad.
Un mes después del fallecimiento, Lois recuperó las cenizas que solo Carmiña había reclamado. “Él nunca me dijo nada que fuese fácil de interpretar. Le gustaba la nave, pero también estaba profundamente enamorado de su mujer”, relata Lois. Al final, decidió que sus restos reposasen en el alocado invento.
La humedad, la maleza y los robos se apoderaron del disparatado proyecto de un insensato que sabía lo que hacía. Otro soñador le busca ahora un futuro. “La nave sobrevivirá”, asegura Lois.
Las cenizas de Lucio viajarán cerca, al pequeño cementerio de Montoedo, aledaño a la casa. A la primera lápida le faltan varias letras, pero es fácil adivinar a quién pertenece. “Tu esposo, Lucio Ballesteros”, se lee sobre el mármol.
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