Levantar los ojos de la pantalla es cada vez más difícil. En España, los niños y niñas de entre 8 y 16 años pasan tres horas y 20 minutos de media enganchados a sus teléfonos móviles, un uso que roza las cinco horas en los fines de semana, según un estudio de la Gasol Foundation. Aunque la ciencia sigue dividida sobre si causan o no adicción, la mayoría de análisis coinciden en advertir que, en exceso, la conexión a las redes sociales contribuye a aumentar problemas de salud mental como la ansiedad y otros trastornos.
Esa realidad preocupa a cada vez más familias, lo que ha llevado a las autoridades a tomar cartas en el asunto. El año pasado, el Gobierno pidió a los gigantes tecnológicos buscar una «solución técnica» a los patrones adictivos de sus plataformas. Ante su falta de actuación, la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) anunció el pasado 10 de julio que abría una investigación contra varias de ellas, alertando que «implican un riesgo para los derechos y libertades de todos los usuarios», un impacto que puede ser especialmente grave para los más jóvenes. Los mecanismos usados por las empresas digitales, según el informe del supervisor español, pueden «provocar discriminación, exclusión, manipulación, socavar la autonomía individual, influir en su proceso de pensamiento, sus emociones, su comportamiento, limitar su libertad de información y expresión, generar autocensura y afectar a la autonomía y desarrollo».
Explotación psicológica
Ese consumo abusivo no es casualidad. Los expertos que estudian el uso de internet llevan años señalando que el poder de atracción magnética de esas plataformas es el resultado de una serie de tácticas con las que los gigantes tecnológicos explotan la psicología de los usuarios. Ese diseño hipnótico es clave para un modelo de negocio que depende de vender publicidad. «Las mejores mentes de mi generación están pensando en cómo hacer que la gente haga clic en los anuncios. Eso es una mierda», lamentó ya en 2011 Jeff Hammerbacher, exjefe de datos de Facebook.
Entre las características promovidas desde Silicon Valley destaca el «refuerzo intermitente», la aparición incesante de estímulos que llevan al usuario a creer que en cualquier momento obtendrá una recompensa inesperada, un mecanismo similar al de las máquinas tragaperras que lleva al cerebro a segregar dopamina, el neurotransmisor asociado al placer. Esa técnica ludificadora se vehicula a través del scrolling infinito, la acción de desplazarse con el dedo en un océano inabarcable de contenidos que se personalizan mediante algoritmos de recomendación y que se reproducen de forma automática.
Riesgos para los menores
La Asociación Americana de Psicología ha advertido en un reciente informe que niños y jóvenes están «especialmente en riesgo» ante ese torrente de información, pues la parte del cerebro que se encarga de la resistencia a la tentación —menos desarrollada que en los adultos— es más sensible a las distracciones. Otro del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) alerta de que uno de cada tres menores españoles de entre 12 y 16 años se encuentran en riesgo de desarrollar un patrón de uso compulsivo de redes sociales como Instagram o TikTok.
El acceso a internet no solo es útil, sino esencial para el día a día. Eso sí, como con todo, se recomienda un uso proporcional y limitado. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda no más de dos horas de conexión diaria para jóvenes de entre 5 y 17 años, un tope cuestionado por algunos estudios, que apuntan a que los efectos nocivos de la red solo aparecen a partir de las cuatro horas.
Otras medidas
España no ha sido el único país en actuar. En Estados Unidos, 41 estados han demandado a Meta, el gigante anteriormente conocido como Facebook, alegando que adoptó a sabiendas características «atraer, captar y atrapar» a los usuarios, fomentando un uso compulsivo que comprometería su seguridad. Al otro lado del Atlántico, la Unión Europea ha aprobado la Ley de Servicios Digitales (DSA en inglés), una nueva normativa que obliga a las grandes plataformas a identificar riesgos de sus servicios, y se ha comprometido a adoptar medidas especificas que pongan fin a lo que consideran una «pandemia silenciosa».