Las elecciones de Venezuela se celebran este domingo entre pálpitos encontrados que exceden la disputa de la presidencia entre Nicolás Maduro y Edmundo González Urrutia. El escrutinio traerá novedades de impacto regional, económico y geopolítico. Esa es una de las razones de la atención con la que se siguen los acontecimientos.
Cuando falleció Hugo Chávez, en marzo de 2013, sus funerales supusieron un momento de consenso latinoamericano. El exguerrillero y entonces presidente uruguayo, José Mujica, y su colega de derechas de Chile, Sebastián Piñera, se sentaron juntos durante las exequias, con el mismo rostro compungido, como si se tratara de un reconocimiento de que la situación admitía poner en suspenso las visiones políticas de cada estadista. Seis años después, Piñera, junto con su homólogo colombiano, Iván Duque, acompañaron en la frontera con Venezuela a Juan Guaidó, el autoproclamado «presidente encargado» de ese país, en su intento de desplazar del poder a Maduro, el heredero de Chávez.
Por aquel 2019, con Jair Bolsonaro ya en el poder en Brasil, buena parte de América Latina había reducido a la mínima expresión la tolerancia con Caracas. El madurismo aplicó una política interna de «plaza sitiada» y, a la vez, fue testigo y promotor de un éxodo sin precedentes en la historia: millones de venezolanos abandonaron el país y se dispersaron por la región que le daba la espalda al Palacio de Miraflores. Los números son elocuentes: casi 2,9 millones de hombres, mujeres, niños y niñas se quedaron en territorio colombiano mientras que a Perú llegaron 1,5 millones. Estados Unidos fue el tercer lugar elegido por los migrantes. Muchos de ellos protagonizaron odiseas personales para atravesar el Río Bravo de México. Primero tuvieron que salir vivos de la peligrosa selva del Darién que conecta a Colombia con Panamá. Brasil ha albergado 510.499 migrantes y Ecuador 474.945. Argentina y Chile han sido los otros países elegidos. La importancia de estos números es crucial por estas horas porque puede incrementarse la ola migratoria si Maduro retiene el poder en la contienda.
Grietas en el campo progresista
Los comicios también pusieron un distanciamiento, acaso coyuntural, tal vez definitivo, entre los actuales ocupantes del Palacio de Miraflores y líderes políticos como Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula da Silva. Los mandatarios de Colombia y Brasil habrían preferido que las elecciones se celebraran en condiciones de mayores garantías para la oposición. Una y otra vez fueron desairados, al punto de que Jorge Rodríguez, el presidente de la Asamblea Nacional y uno de los articuladores de la política de Maduro con sus adversarios, les recomendó que se metieran sus opiniones sobre la coyuntura venezolana «donde les quepa». El exabrupto explica el presente. Petro, quien llegó a realizar en Bogotá una conferencia internacional sobre Venezuela, y Lula, desistieron de enviar observadores a las elecciones. Lo hicieron después de que el propio Maduro desoyera las recomendaciones de sus colegas de bajarle el tono a la campaña y lanzara desaires inéditos. La advertencia de un «baño de sangre» supuso para los «amigos» del aspirante a la reelección un problema en sus frentes internos. Las respectivas oposiciones les reprocharon tanta indulgencia con el oficialismo venezolano.
Las fricciones con el progresismo regional se deslizaron más hacia el sur. El expresidente argentino, Alberto Fernández dijo que Venezuela, de una manera «insólita» le retiró su condición de observador electoral después de que dijera públicamente el candidato que es derrotado debe aceptar el pronunciamiento popular. El presidente chileno, Gabriel Boric, se sumó a la polémica después de haber protagonizado otros roces con Maduro, entre ellos una petición de colaboración institucional por el asesinato en Santiago de un exoficial venezolano disidente. «Concuerdo y respaldo las declaraciones de Lula: no se puede amenazar bajo ningún punto de vista con baños de sangre. Lo que reciben los mandatarios y los candidatos son baños de votos y esos baños de votos representan la soberanía popular».
Impacto global
Migración y buena vecindad no son los únicos aspectos que se ponen en juego en estas elecciones que no cuentan con observación de la UE aunque sí con la presencia en tal condición del exjefe de Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero y el expresidente colombiano Ernesto Samper. La victoria de Maduro o su principal contrincante, el exdiplomático Edmundo González Urrutia, impactará de manera distinta en el mapa global. La presencia de China, Irán y Rusia no será la misma si la fuerza de los votos indica un cambio de época. Maduro se ha negado a hablar de una invasión rusa a Ucrania. Una derrota del madurismo también impactaría con mucha fuerza en Cuba. La isla recibe petróleo venezolano para mitigar su crisis estructural.
Para Estados Unidos tampoco es indistinto el desenlace electoral. Aunque se acostumbró a conversaciones furtivas con el Palacio de Miraflores, la preferencia de la Administración de Joe Biden en los comicios por González Urrutia no admite confusiones. La posibilidad de un retorno de Donald Trump a la Casa Blanca modificaría ese esquema de negociaciones esporádicas que han tenido un efecto benéfico en la economía venezolana a partir de los permisos que Washington otorgó a la petrolera Chevron para operar en ese país.
Estados Unidos y Brasil, especialmente, tienen una preocupación añadida ante un eventual triunfo de Maduro y tiene que ver con el Esequibo y el litigio que ha reverdecido con Guyana alrededor de una zona en disputa de 160.000 km2 con grandes recursos naturales, madera y minerales. Tras una consulta popular, Venezuela hizo saber su voluntad de la anexión de la llamada Guayana Esequiba, incorporarla al mapa nacional y autorizar a la estatal PDVSA para otorgar licencias de exploración. Los brasileños, vecinos de Guyana, no ven con buenos ojos la controversia y temen que se acelere de manera inquietante.