El «nuevo» Crucificado de la parroquia de Belén podría tener mil nombres. El Cristo Viajero, el de la Cripta o la Sacristía, el del Ostracismo, pues fue guardado en un armario e incluso casi desechado en un reforma. El de la Victoria, porque sustituyó uno o dos años (1939 y 1940, este segundo año seguro) al destruido en la Guerra Civil. Pero el conocido -en las últimas dos décadas- como Cristo de la Torre, ahora cobra vida y, precisamente, esa será su advocación, el Cristo de la Vida. Lo importante es que ha sido recuperado para el culto y el patrimonio -data del siglo XVII y fue tallado en México. Lo trajo desde Tudela el canónigo de esa catedral, Juan Martínez, crevillentino-. Y que a partir de ahora podrá ser admirado en el lateral entre el presbiterio y la sacristía del templo decano de Crevillent, frente al Nazareno de Benlliure.
Allí se producía ayer por la tarde el acto de presentación de esta escultura, restaurada por el Institut Valencià de Conservació, Restauració i Investigación (IVCR+i) de la Generalitat Valenciana en un proceso de más de dos años de complejísimo trabajo. Principalmente por el estado de deterioro que presentaba. «Es una pieza única en la Comunidad, de una relevancia singular», asegura el párroco actual de Belén, Joaquín Carlos.
Puesta en valor
El sacerdote, cuando llegó al templo a ejercer su ministerio, apostó por poner en valor la escultura e inició los trámites con el IVCR+i. Pero la primera puesta en valor se hizo hace dos décadas, cuando un grupo de jóvenes, que entonces dirigían la Mayordomía del Santísimo, decidieron alzar la voz para su recuperación y le improvisaron una capilla en la torre de la iglesia entre 2004 y 2005, año en el que «lo llevaron al médico», como decían las crónicas televisivas nacionales. Ni cortos ni perezosos, trasladaron la imagen hasta el Instituto de Neurociencias de Alicante, para realizarle un TAC y saber más sobre su origen. Entonces comenzaba el definitivo viaje hacia la recuperación de una obra de arte elaborada en México en el siglo XVII, según detallan sus restauradores, que en su trabajo descubrieron que está hecho de fibra de maíz, pasta de caña y papel, y una curiosidad inaudita: el Cristo portaba uñas humanas que datan del siglo XIV, es decir, de época prehispánica.
Su nombre
Todo el proceso «ha dado vida a esta pieza única. Esa es una de las razones por las que se llamará el Cristo de la Vida», apunta el cura de Belén, que añade que esta «advocación pretende que puede llevar a la devoción de los feligreses, porque a lo largo de la vida, las personas pasamos por muchas etapas. Unas dolorosas y otras de alegría. En nuestra sociedad está arraigada por desgracia la cultura de la muerte, con el aborto, la eutanasia, las guerras… Vamos asumiendo la muerte, incorporándola en nuestras vidas. Y este Cristo nos ayuda a recobrar la esperanza -la imagen estaba muy deteriorada- y refleja la vida definitiva que nos da Jesús».
En el acto, el obispo recordó al canónigo «que trajo la imagen. Seguro que estaría conmovido por la destrucción que hubo de todo el arte religioso». A su vez, agradeció la «magnífica restauración» y abogó por «enamorarnos de la vida. Este Cristo simboliza la conexión entre la vida natural y la sobrenatural». Por su parte, la secretaria autonómica de Cultura, Pilar Tébar, destacaba la «relevancia singular de esta pieza única, una joya del patrimonio cultural de todos los valencianos, realizada con una técnica prácticamente desconocida hasta la fecha y que ahora, gracias a la intervención del IVCR+i, se ha conseguido recuperar».
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