Una cacería de seis años, con el punto de mira sobre la misma presa, Carles Puigdemont, parece ir tocando a su fin. Y con la presa sin inmunidad europea desde el 12 de junio -el día que accedió a su acta de diputado del Parlament catalán- y amnistiado por imperio de la ley -decisión del legislador español-, con el desacuerdo de sus perseguidores -los jueces de la Sala Segunda del Supremo encabezados por Manuel Marchena y Pablo Llarena- resulta que ahora, cuando existe la oportunidad de complementar la actualizada orden de detención nacional el pasado 1 de julio, con una nueva orden de detención europea, esos mismos magistrados parecen cogérsela, como suele decirse, con papel de fumar.

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