El verano no es una estación, es una expectativa. La mañana antes de ese gran viaje o de los días de fiesta mayor en el pueblo, con los pies en remojo, uno es capaz de estirarse en la felicidad etérea pero plena de las noches de gloria que están por venir. Luego todo pasa tan rápido y tan poco acorde a lo imaginado que no queda otra que volver a asomarse al borde de la piscina, con las últimas tardes de canícula, a imaginar veranos futuros, veranos mejores.
En ese sentido, esta es ya la última semana de verano. Quizás sea la única. La Eurocopa comenzó realmente en primavera, en un mes de junio en el que nadie tuvo tiempo de detenerse a saborear ningún preámbulo. Y luego, mientras tratábamos de matizar nuestras consideraciones previas sobre el papel de la selección, un esloveno estaba ya tiranizando el mapa de carreteras de Francia.
Todo acabó de pronto. En La 1 anunciaron el Gran Prix y activaron la cuenta atrás para los Juegos Olímpicos, señal inequívoca de que el verano ya se va. Esta semana, además, acaba la serie más alucinante que se ha estrenado estos meses: Sacha a Nova York.
A cualquiera que le guste el deporte debería acercarse a ella por la misma razón por la que debería asomarse cualquiera que odie el deporte con todas sus energías. Sacha a Nova York es una serie con tantos disfraces que cada uno puede quedarse con el que más le convenga.
La premisa es la de un joven pilotari de Orba -el quijotesco Sacha- que un día descubrió una modalidad de su deporte que se jugaba en canchas de Nueva York y que había tipos con pintas de haber llegado al penúltimo peldaño antes de debutar en la NBA que se erigían en estrellas underground de esa disciplina, llamada one wall, sencillamente porque se juega golpeando la pelota contra una pared. No se andan con rodeos, los americanos.
Hay un momento del primer capítulo en el que el protagonista recuerda cómo descubrió ese nuevo mundo: andaba mirando vídeos en Youtube y vio las partidas callejeras entre rascacielos. «Vaig descobrir gent que jugava contra una paret i em va sorprendre perquè vaig vore que era a New York. I jo dic, what!?». Es esa epifanía revelada a cámara la que te hace subirte a su chepa. La mezcla de entusiasmo e inocencia hacen adictivo al personaje. Contigo a New York, Sacha.
Dirigida por Àlex Martínez Orts y producida por Crea Concepto, la serie sigue esas andanzas en un ejercicio de estilo que mezcla el documental deportivo y el de viajes, con vocación de película indie y hasta reminiscencias de historias de superhéroes. Mientras nuestro héroe entrena por las calles de Brooklyn o de Queens, entre partida y partida, parece que en cualquier momento vaya a salir corriendo detrás de un fulano para entregarlo a la policía con la coletilla que culminaba cada detención de Spiderman.
Al tiempo, se descubre una Nueva York inédita, la ciudad de las dos mil canchas, como reza uno de los rótulos. Una ciudad que glorifica a nombres como William Polanco, Tywan Cook, Jenny Lee o Gio, figuras que vuelan bajo el radar de un evento como los Juegos Olímpicos pero que se deslizan por pistas de asfalto con la grandeza de un campeón de los 100 lisos. Gestas grabadas en los muros de barrios antaño humildes, hoy epítomes de la gentrificación; la serie muestra toda una genealogía de estrellas y sus proezas que renueva a nuestros ojos el mito de la ciudad en la que todo es posible.
Todo eso, además, cosido por una pilota que, aunque es de goma en lugar de vaqueta y rebota fuera de nuestros trinquets, explora nuevas posibilidades narrativas y estéticas de este deporte más allá de las partidas. Entre estrellas de impacto mundial, este será también el verano de un héroe de culto: vuestro amigo y vecino -de Orba-, Sacha.
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