El verano no es una estación, es una expectativa. La mañana antes de ese gran viaje o de los días de fiesta mayor en el pueblo, con los pies en remojo, uno es capaz de estirarse en la felicidad etérea pero plena de las noches de gloria que están por venir. Luego todo pasa tan rápido y tan poco acorde a lo imaginado que no queda otra que volver a asomarse al borde de la piscina, con las últimas tardes de canícula, a imaginar veranos futuros, veranos mejores.

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