El verano ya ha instalado el campamento. Hace calor. Casi tanto como en Comala, la aldea imaginaria que Juan Rulfo se inventó paseando por las calles de su pueblo natal, en el estado de Jalisco; mientras el viento hirviente aullaba entre árboles y casuarinas, la cabeza le hizo un clic: se trataba del susurro de los muertos, que saludaban a quienes iban llegando.«El calor es tanto en Comala que, los que allí mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija», escribió Juan Forn en uno de los artículos macanudos que publicaba en la contratapa del diario argentino Página/12. Repito la frase, la de la mantita en el averno, para darme ánimos cuando toca dosificar el aire acondicionado por la sinusitis y el dolor de cabeza. La luz y la longitud de estos días son impagables, pero sobrellevo mal el calor y la energía nerviosa de la canícula, esta galbana con un zumbido de avispas neuróticas en su interior.

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