Josefina Velasco Rozado es historiadora
La Historia goza de inusitada popularidad en recreaciones que abundan para destacar hechos locales o regionales concitando la atención y participación de vecinos y visitantes. Utilizadas como atractivo turístico o como reclamo puntual, pueden ser además incentivos para excitar la curiosidad por sucesos y personajes históricos. Esa popularidad se traslada del mismo modo a la literatura y así las novelas históricas están siempre en las listas de los libros más vendidos. Aunque no todas esas propuestas «culturales» tienen el rigor deseable pueden ser un estímulo a la lectura.
Cosa distinta es el debate historiográfico sobre momentos o acontecimientos que de forma interesada generan posturas antitéticas en las que más que el pasado se dirime el presente. Es lo que sucede con las filias y fobias, en particular las relacionadas con el pasado imperial «español», entre el «abrazo acrítico y la crítica ahistórica».
No es difícil detectar la imperiofobia impulsada e interesada que ha llegado a provocar no hace mucho una fiebre iconoclasta que traspasó fronteras y contaminó la política. Simulada bajo la sana intención de aportar perspectivas inexploradas en estudios novedosos o aspectos poco investigados del imperialismo, deriva en planteamientos presentistas, trasladando al pasado los postulados éticos y morales actuales. La imperiofilia, por el contrario, reivindica de modo automático la bondad y maternidad de todos los beneficios aportados desde las sociedades colonizadoras, en particular la española, a los territorios colonizados desestimando otras visiones e incluso negando validez a las investigaciones que cuestionan verdades asentadas.
La lucha contra la imperiofobia tuvo en Gustavo Bueno una base filosófica sólida subrayando que «si España tiene una significación histórico-universal ésta habrá de estar dada en función de la Idea del Imperio español» distinguiendo entre imperio generador e imperio depredador, entendiendo el de la Monarquía Hispánica en la primera categoría. Ello le situaría en la línea de la imperiofilia que ha producido obras de gran éxito como «Imperiofobia y leyenda negra…» (2016) de María Elvira Roca Barea contra la pervivencia y extensión de una «leyenda negra» aún hoy, contando en la misma línea al otro lado del Atlántico con el argentino Marcelo Gullo (Madre Patria, 2021). Sacar pecho del pasado es de algún modo motivo de orgullo en el presente.
Ambas posturas tienen una vieja trayectoria anclada ya en el siglo XIX. Hubo luego intentos de primar el reconocimiento mutuo. El fortalecimiento de nexos comunes, en ajenos a filias y fobias, con ánimo de entendimiento, se asentó basado en la Historia compartida y en la lengua común. En 1951 se creó en México la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), que agrupa en la actualidad a las veintitrés corporaciones de España, América, Filipinas y Guinea Ecuatorial. En 1991 la puesta en marcha de las Cumbres Iberoamericanas reconocía las conexiones entre ambas costas atlánticas al reclamar «la participación de los Estados soberanos de América y Europa de lengua española y portuguesa». Algo de satisfacción patria hay en cada celebración del 12 de octubre Fiesta Nacional por ley desde 1987 para festejar, que no confrontar, la Historia. Los fastos de 1992, V Centenario del Descubrimiento de América y año de los Juegos Olímpicos, quiso reforzar los lazos de España y América. Lo mismo cabe decir de otras efemérides. En el 2019, en los 500 años de la Vuelta al Mundo, una exposición del Museo Naval llevaba el significativo «Fuimos los primeros».
Los nacionalismos contagian todas las ideologías y se multiplican los «líderes» que culpan de los errores del hoy a los supuestos errores de otros en el ayer
En tiempos de crisis, en periodos complicados, los nacionalismos emergen y ponen el acento en el choque. Entonces impera la imperiofobia. Lo curioso es que desde hace ya tiempo los nacionalismos identitarios contagian todas las ideologías y hasta ahogan el otrora internacionalismo proletario. Se multiplican «líderes» que culpan de los errores propios del hoy a los supuestos errores de otros en el ayer. Con esos presupuestos, queda postergado lo de investigar para conocer, sustituyéndose por un permanente juego de falsificación camuflado de agravios incontables. Fructifica la imperiofobia que en ocasiones es acogida con entusiasmo por los antiguos colonizadores dispuestos a revisar su historia a gusto de los agraviados sin la menor matización.
Al saber de la Historia, la de unos y otros, contribuyen los programas culturales, que de paso, coincidentes como son, dan pistas de por dónde va eso de ver la historia oficial. Tanto en «La memoria colonial en las colecciones Thyssen-Bornemisza» como en «Un réquiem por la humanidad, deshumanizaciones, poder y futurismos negros» de la Casa Encendida hay una explícita crítica a la injusticia pasada. Sin duda la calidad de «Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910)» del Museo Nacional del Prado, siendo menos efectista, es más efectiva como aporte al conocimiento histórico. En el maravilloso Museo de América, sumido al parecer en un proceso de revisión, la exposición temporal de jóvenes artistas «Espejito Espejito», cuya calidad se nos escapa, deviene en una declaración basada en las teorías del sociólogo peruano Aníbal Quijano contra la «cosmovisión eurocéntrica» impuesta a los pueblos colonizados, una «autoimagen con la que neutralizar su autonomía y la legitimidad de sus perspectivas históricas y culturales». La llegada de los conquistadores a Abya Yala (América es un invento) supondría que Europa se situó como «epicentro del progreso» sobre tierras vírgenes a la espera de ser «civilizadas, modernizadas y explotadas». Términos como «extrañamiento y vandalización» de las culturas precolombinas, legado patriarco-colonial, capitalismo salvaje o eurocentrismo oscuro habrían ahogado la bondad de las comunidades preexistentes; paraíso idílico antes, infierno después. Una perspectiva que sitúa la historia de siglos en una imperiofobia que ni los más ardientes luchadores de la independencia colonial del siglo XIX se atrevieron a idear; claro que ellos eran herederos de la denostada cultura europeizante. Así se proclama el despertar, no de América, sino de un invento propio, Abya Yala, (Tierra Madura, Tierra Viva o Tierra en Florecimiento), recurriendo a vocablos indígenas que desde un congreso en Sevilla, en 2014, han adoptado los luchadores contra el perverso imperialismo.
Parte fundamental de la Historia de América, España sería solo una explotadora más. «El mejor país del mundo» plagado de banderas nacionales y de vivas a España en el homenaje a una selección nacional de fútbol multicultural, multiregional y multiétnica, parte de una Europa que es meta deseada de tantos migrantes, convertida en madrastra perversa. ¿Será esto la renovación histórica?
[Gustavo Bueno (1924-2016). «España frente a Europa». Barcelona: Alba, 2000; Manuel Burón y Emilio Redondo, «Imperofilia e Imperofobia. Un balance historiográfico sobre la revisión del pasado colonial en España y América», Hispania Nova, 1 extraordinario (2023): 69-98. DOI: https://doi.org/10.20318/hn.2023.7615; Espejito Espejito by Grandeza Studio. Exposición Museo de América, 24 de mayo-24 de noviembre]
Suscríbete para seguir leyendo