Cuando imaginamos un desierto, el Sahara suele ser el protagonista. Sobre todo si tenemos en cuenta que, en el imaginario colectivo, es el más carismático de los que existen en la Tierra, así como el tercero en tamaño. Pero, sorprendentemente, no es el más árido de todos.
Ese título pertenece al desierto de Atacama en Chile. Este vasto desierto, custodiado por la cordillera de los Andes al este y el océano Pacífico al oeste, abarca casi 105.000 kilómetros cuadrados y ha llegado a registrar la sequía más larga del mundo, con 16 años sin una gota de lluvia. Hablamos, por tanto, de uno de los parajes más inhóspitos del planeta y, por consiguiente, de un lugar en el que apenas existe vida animal o vegetal.
No obstante, en Atacama ocurre un fenómeno realmente curioso cada cierto número de años, conocido como el «Desierto florido». Este fascinante acontecimiento es el resultado de las fuertes lluvias que se han producido en la región durante los pasados meses. A raíz de ellas, el paisaje, que acostumbra a ser árido, se viste con un vivo color malva causado por la aparición de miles de flores endémicas del país, como el suspiro, la pata de guanaco o la celestina. Todas ellas «adormecidas» durante largo tiempo, esperando la llegada de las precipitaciones para poder florecer. El resultado es un inmenso tapiz de diferentes tonalidades que ocupa el vasto territorio entre el norte de La Serena y el sur de Antofagasta.
Este año, el fenómeno se ha anticipado, floreciendo antes de lo previsto y dando lugar a una panorámica inigualable: una alfombra multicolor, tan bella como esquiva, pues nunca se sabe con exactitud cuándo volverá a aparecer.