Chispeaba en el puerto cuando Tadej Pogacar llegó a Mónaco, entre yates que no cabrían en un jardín y Ferraris aparcados en las calles. El príncipe Alberto, acompañado por Charlene de Mónaco, siempre mucho más discreta que él, trataba de saludar a los corredores sin querer esconder las simpatías por este deporte. Ya estuvo en la contrarreloj de Borgoña, se ofreció a acoger la salida de la última etapa del Tour y en dos años parte la Vuelta desde su país.

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