Chispeaba en el puerto cuando Tadej Pogacar llegó a Mónaco, entre yates que no cabrían en un jardín y Ferraris aparcados en las calles. El príncipe Alberto, acompañado por Charlene de Mónaco, siempre mucho más discreta que él, trataba de saludar a los corredores sin querer esconder las simpatías por este deporte. Ya estuvo en la contrarreloj de Borgoña, se ofreció a acoger la salida de la última etapa del Tour y en dos años parte la Vuelta desde su país.
Por Mónaco se paseaba un deportista que reside en el pequeño principado si no está concentrado o compitiendo, y que reúne todos los condicionantes para que, por fin, Eddy Merckx haya encontrado un relevo natural como dominador de todos los tiempos. Si resulta imposible comparar a Pelé con Maradona y Messi, tampoco tiene que estar preocupado ‘El Caníbal’ por si un día se produce el hecho de que Pogagar alcanza todo su repertorio de victorias. Para ello aún necesita ganar otros dos Tours, cuatro Giros más y al menos una Vuelta, carrera que posiblemente disputará la próxima temporada.
Seis victorias ha logrado en este Tour, 17 desde que debutó en 2020. Comenzó aplastando a todos en el Galibier, en la cuarta etapa, y acabó sepultando las ilusiones de cualquier rival al ganar también la contrarreloj final, el sueño de Alberto II; que su mejor vecino ciclista conquistase el Tour por tercera vez y fuera el primer corredor desde 1998 que ganaba las rondas italiana y francesa en un mismo año.
Dio igual que el último día, entre Mónaco y Niza, a través de La Turbie y Èze, saliera gris y feote porque la luz la puso Pogacar, con un tono amarillo, con la frescura de un ciclista convertido en mito a los 25 años, el que llegó a la contrarreloj final sin el temor a que el segundo le arrebatara el triunfo absoluto, como sucedió en 1989, la última vez que el Tour acabó con el pulso del cronómetro, cuando Greg Lemond le quitó la victoria en París a Laurent Fignon por 8 segundos. Jonas Vingegaard, el último doble vencedor, enterró el viernes el hacha de guerra y sólo corría para conservar la segunda plaza ante el nervio perenne de Remco Evenepoel.
Ellos dos son de este mundo. Pogacar provoca dudas. “Es el ciclista que querría tener cualquier equipo; el mejor”, reclama Eusebio Unzué, mánager del Movistar y que hace 30 años ganó cinco Tours consecutivos dirigiendo a Miguel Induráin junto a José Miguel Echávarri, ya retirado. “Para mí es uno de los grandes de la historia. Induráin, Froome y Contador eran otra cosa”, finiquita Enric Mas, que hasta la tercera semana del Tour no encontró ritmo en las piernas.
Hubo el sábado, en los montes de Niza, un detalle que pasó desapercibido. Mientras el pelotón subía el Turini bajo el control de los ayudantes de Pogacar, Tadej se salió del grupo y se fue hacia el muro de piedra para contemplar el paisaje, la llanura que se alzaba a sus pies. Tomó un sorbo de agua y comenzó a prepararse para la quinta victoria de etapa.
Injustamente algunas voces lo han criticado en Francia en un deporte que, por su vieja historia, siempre pedalea unido a la sospecha. “Es inaceptable -protesta enfadado Yvon Ledanois, director del Arkéa francés- simplemente Pogacar es el mejor y el único que lo gana todo, clásicas y carreras de un día antes de venir también al Tour y destrozarlo. Eso sólo lo había hecho Merckx”.
Hasta Lance Armstrong, que sigue teniendo vetada la presencia en el Tour, censuró en las redes sociales a Pogacar por atacar en la primera etapa alpina y no ser más conservador. Y en el equipo Visma de Vingegaard se enfadaron el sábado porque Pogacar no quiso dejar ganar al ciclista danés. “¿Acaso el Madrid no lucha por ganar todos los partidos sean de Liga o de Champions? ¿Lo criticamos por ello?”, defiende Alberto Contador, que ha seguido el Tour esta última semana. “Es un superclase y va camino de ser el mejor de la historia porque todo lo hace bien”, añade el astro madrileño con dos Tours, dos Giros y tres Vueltas en su haber.
Pogacar comenzó la temporada ganando la Strade Bianche, la clásica toscana que circula por caminos de tierra. Se recorrió solito 80 kilómetros y píllame si puedes. Luego fue tercero de la Milán-San Remo porque a la ‘classicissima’ le falta dureza para un tipo como él. Viajó a Catalunya y se llevó cuatro etapas de ocho y la victoria final de la Volta en el zurrón. Luego degolló a todos los rivales de la Lieja-Bastoña-Lieja con un ataque incontestable a 35 de meta. A continuación, se fue al Giro, se vistió de rosa al segundo día, se paseó hasta Roma y ¡hala! seis etapas en la mochila.
Ahora lo esperan en París para que enloquezca Montmartre el 3 de agosto. Y que mejor que Pedro Delgado, desde Barcelona, para poner la última reflexión sobre Pogacar. “Parece que juegue a la PlayStation. Derrocha simpatía, crea impotencia al rival. Se le ve feliz como un niño que va al Tour a divertirse. ¿Qué más se le puede pedir? Es una bendición para este deporte”.