Abdelmonaim Lhamra, nacido en un pueblo cerca de Larache, en Marruecos, llegó a España en patera en su quinto intento. Era un adolescente. Ahora tiene 22 años, es camarero en Sevilla y acaba de cambiar de trabajo porque en el nuevo sitio le van a hacer encargado. Monaim fue un menor no acompañado (mena), un migrante como los miles que llegan a las fronteras de nuestro país cada años jugándose la vida en el Mediterráneo.
Estando en el centro de menores, donde no era conocido precisamente por su buen comportamiento, tuvo la oportunidad de acudir a un programa de LuzAzul, una ONG sevillana que trabaja para ayudar a labrarse un futuro a todos los jóvenes, sin importar de donde vengan, poniendo el foco en los que se encuentran en situación o riesgo de exclusión sociolaboral.
Durante una semana, cada año en diferentes lugares -este año ha sido en Alcoutim y Almograve (Portugal)-, decenas de jóvenes en riesgo de exclusión social, tanto españoles como migrantes no tutelados, conviven con otros tantos voluntarios en una experiencia única de ida y vuelta, de enriquecimiento mutuo, donde aprenden herramientas para poder insertarse en el mercado laboral.
Inicios en pandemia
“Monaim vino un año. Cuando llegó a Luzazul empezó a trabajar en un bar de debajo de mi casa, pero le ha salido un contrato mejor. Es que es el mejor camarero del mundo. Él sigue viniendo con LuzAzul, ya no como voluntario, sino como mentor”, relata María Guevara, presidenta, fundadora y CEO de la ONG.
Con solo 20 años, en 2019, esta graduada en Relaciones Internaciones y Ciencias Políticas montó esta organizazión sin ánimo de lucro. Desde adolescente se dedicaba a trabajar en terreno, en África, en Latinoamérica, pero llegó la pandemia del coronavirus. “Yo estaba entonces en Latinoamerica, y me volví. Me metí en una iniciativa de voluntarios para llevar cestas de comida a los abuelos. Y en esas, cuando estás en la calle, ¿con quién te encuentras? Con jóvenes migrantes en situación de vulnerabilidad. Jóvenes con la misma edad que yo viviendo en la calle. Me hizo reflexionar… yo llevo siendo inmigrante mucho tiempo, viviendo fuera de mi casa, ¿y por qué ellos no pueden tener las mismas oportunidades que yo? ¿Qué hago yo yéndome a Latinoamérica si puedo ayudar en casa?”, explica María en una videollamada junto a Diego Martínez, ex directivo de banca experto en emprendimiento que trabaja en una organización de impacto social, Puntojes.org, y uno de los miembros del equipo que da un taller sobre empleo en la semana de convivencia.
Centros de menores
Así empezó esta aventura que ha ayudado a más de medio centenar de en su día menores migrantes a conseguir un trabajo, un hogar y a una red de apoyo, a tener una vida como la de María, que ahora realiza el doctorado en juventud migrante. Algo que requiere su tiempo, no se construye de la noche a la mañana. Y es que el trabajo de LuzAzul se prolonga durante todo el año. “Nosotros durante todo el año hacemos acompañamiento a estos jóvenes menores de edad sobre todo para prepararles para cuando cumplen 18 años y deben abandonar el centro de menores”, explica María. “Un joven con 18 años si no tiene red de apoyo y no controla el idioma, algunos son incluso analfabetos, se exponen a la exclusión. Es un shock muy grande y hay muchas posibilidades de fracaso”.
Encuentros mensuales de jóvenes
Por eso, desde LuzAzul realizan un acompañamiento previo para que “tengan las necesidades básicas cubiertas, empleo y vivienda”. Pero no se queda ahí, ya que la integración social, sostienen en la ONG, se basa en los lazos de amistad que estos jóvenes llegan a tener, y por ello una vez al mes realizan encuentros de ocio saludable -culturales, deportivos…- con adolescentes españoles. “Para conseguir cohesión social necesitas que estos jóvenes se integren”.
Este año han sido un total de 94 personas las que han disfrutado de la convivencia -24 de equipo, 31 migrantes y 39 voluntarios- de la segunda semana de julio. Los menores no tutelados son seleccionados en los propios centros de Andalucía -principalmente de Sevilla-, que han visto en la ONG de María un complemento perfecto a su labor de reinserción. “Están muy agradecidos. La selección la hacen ellos mismos. Vienen los que tienen mejor comportamiento. Es una herramienta de énfasis positivo”.
A los voluntarios se les pide que vayan a “abrirse, a escuchar y no juzgar, a conocer la situación desde dentro para generar la base para que se formen lazos de amistad, para que esos jóvenes salgan con una red de apoyo de la que antes no contaban”. Es por ello que durante toda la semana todos los participantes deben llevar la misma camiseta “para no juzgar a los demás por cómo van vestidos”. El propio nombre de la ONG es un palindromo -se puede leer lo mismo de izquierda a derecha que de derecha a izquierda-, para mostrar eso: “Que hay que mirar al otro como si fuera un espejo, de igual a igual”.
Red de apoyo y para encontrar trabajo
“Y ya no es solo esa red de apoyo”, añade Diego Martínez, “sino que lo que ellos buscan son principalmente trabajos no cualificados y el 80% de esos trabajos se encuentran por conocidos. Las oportunidades laborales que surgen a través de conocer gente aquí aumentan mucho”.
En el caso de los voluntarios también se realiza una función desde LuzAzul. “Es que ya no es solo la labor de voluntarios que hacen, sino que cuando salen y vuelven a su casa cuentan lo que han conocido, que no se les va a olvidar, y no van a mirar con desprecio más a un joven migrante”, añade Diego, que considera que contribuir a “hacer una sociedad más tolerante es fundamental para combatir discursos de odio”.
Talleres de aprendizaje
Durante la convivencia han tenido sesiones de empleo, terapia psicológica, arte, integración social y cultural… La sesión intensiva de empleo dejó a todo el equipo muy sorprendido porque había jóvenes analfabetos que al final de la sesión se marcaron discursos de 30 segundos explicando sus cualidades y valías ante todos los demás. “Fue increíble”, coinciden ambos, que destacan que en estos años de trabajo se han dado cuenta de que a veces “el racismo inmobiliario” -caseros que no quieren alquilarles casa por sus prejuicios, intolerancia o desconocimiento- es “mucho peor” que encontrar trabajo.
Durante los talleres, el equipo trata de sacar las mejores cualidades de cada uno de ellos, extrayéndoles la mayor información posible sobre sus vidas, “para poder ordenarla en un currículum o mostrarla en una entrevista”. “Se trata de darles seguridad”, comentan Diego y María, “porque muchos vienen sin estudios y pero tienen muchas más experiencias que chavales de su edad. Hay que coger esas habilidades y sacarlas a un primer plano”.
«Muchas ganas de trabajar»
En ese sentido, consideran que sus capacidades aumentan mucho “una vez ganan un poco de seguridad, una mínima herramienta la aprovechan al máximo, porque ante todo lo que tienen es muchas ganas de trabajar para ayudar a la familia que han dejado en su país. Lo tienen tan claro que van dando saltos de gigantes con todo lo que aprenden”.
La organización se sustenta con la cuota de los socios -10 euros al mes- y con las subvenciones que obtienen del Ayuntamiento de Sevilla o la Unión Europa, además de la Fundación La Caixa o Mutua Madrileña cuando alguno de sus proyectos son elegidos. “Solicitamos dinero a todo el mundo”, bromea María sobre una situación que viven todas las ONG, ya que la cooperación “es un mundo muy competitivo”.
LuzAzul engancha. Hay jóvenes que llegaron desde un centro de menores no acompañados y ahora son mentores y pagan su cuota de socio. “Es nuestro relevo generacional”, presume María con la sonrisa en la boca, pero a la vez triste ya que lo que se genera esa semana, “en una burbuja sin prejuicios, de ser libres, de no tener miedo a ser juzgados, donde se generan tantos lazos de amistad y de amor, que causa mucha frustración que tengan que volver a sus centros, a buscar trabajo, a sufrir todas las barreras que les ponemos. El último día lloran tanto… te dicen ‘ojalá el mundo fuera como LuzAzul, que la sociedad me acogiera como me acigen aquí’”.