«Antonio Gades ha hecho grandes cosas, pero creo que en tanto en la danza española como en el flamenco creo que es insuperable». Rubén Olmo (Sevilla, 1980), director del Ballet Nacional de España, sólo puede usar superlativos para describir a Antonio Esteve Ródenas, más conocido como Antonio Gades (1936 – 2004), bailarín y coreógrafo que creó una escuela que aún hoy se mantiene en el flamenco y la danza española. Este sábado se cumplen 20 años de su fallecimiento a causa de un cáncer que le detectaron cinco meses antes de fallecer, y su legado se sigue manteniendo vivo, gracias tanto a la Fundación que lleva su nombre y dirigen su viuda, Eugenia Eiriz y su hija mayor, la actriz María Esteve, como a quienes mantienen vivas sus coreografías: la Compañía Antonio Gades y el propio Ballet Nacional, del que él fue su primer director, entre 1978 y 1980.
«Sus coreografías son joyas de la corona que hay que sacar y rendirles homenaje siempre. En el repertorio del Ballet Nacional van a estar siempre y se volverán a ver en los escenarios porque las tienen que ver todo el mundo», comenta Olmo en conversación telefónica con este periódico. «Nos ha dejado algunas de las piezas más trascendentales de la segunda mitad del siglo pasado, elevando el flamenco y la danza española a niveles internacionales», indica en un comunicado su viuda.
Con motivo de los 20 años de su fallecimiento, recientemente se han publicado varios libros. La importancia de este legado, así como la vida, la trayectoria y el pensamiento político de Antonio Gades aparece recogida en una biografía reciente, titulada Antonio Gades. Arte y revolución (Sinequanon, 2024), escrita por el periodista argentino Julio Ferrer. El periodista recorre los pasos de Gades desde su nacimiento en Elda (Alicante) en el seno de una familia humilde, algo que le marcaría para siempre y le haría tener siempre presente su condición de trabajador y el respeto por el trabajo de los demás.
Formado bajo la tutela de Pilar López, de quien recibió el nombre artístico, despuntó en el baile pronto. Fue capaz de absorber la técnica de los maestros anteriores y reconvertirla en una nueva manera de entender el flamenco: más sobria, con un clasicismo que contrastaba con el histrionismo de otros bailaores de su generación. Más que en cualquier otra cosa, él consigue trascender a través de la expresión que dota a su baile. Con su baile, busca la sobriedad, la lentitud, la esencia, poner la coreografía y los pasos al servicio de la historia.
La trilogía de Gades
Su trabajo en La historia de los tarantos, escrita para él expresamente por Alfredo Mañas y estrenada en 1962 y un polémico Don Juan que estrenó en 1965 en el Teatro de la Zarzuela con mucho éxito de público fueron dos de sus trabajos iniciales con mayor repercusión, hasta que en 1974 coreografiaría Bodas de sangre, basada en la obra de Federico García Lorca y con ella llegaría su consagración definitiva. El director Carlos Saura decidió rodarla como película (en un teatro) y comenzaría entre ellos una relación que catapultó la carrera de ambos. En 1983 trabajaron juntos en una nueva obra: Carmen, que fue candidata al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, lo que le dio éxito internacional. La trilogía con Saura se cerraría con El amor brujo, en 1985.
«Para mí, esta trilogía es insuperable», admite Rubén Olmo. Para él fue decisiva, además, porque gracias a ver bailar a Antonio en las películas de Saura decidió que lo suyo era bailar. «Es una forma tan diferente de contar una historia con la danza y con la expresión corporal… Él introduce un punto de vista mucho más cinematográfico dentro del mismo teatro, son obras fundamentales».
Todo esto lo cuenta Adolfo Doufur en el segundo libro sobre Gades publicado recientemente: Antonio Gades y el cine (ed. Atrapasueños), donde se analiza el trabajo artístico de Gades en relación con el cine «y que nos ofrecerá una visión privilegiada a su archivo documental», explica Eiriz. Un tercero se encuentra en preparación, escrito por la periodista Peté Soler, que reflejará la última travesía trasatlántica realizada por Antonio Gades a bordo de su velero LUAR040 con destino a Cuba, cinco meses antes de fallecer. «Este libro nos habla de ese Gades marinero, el hombre que supo exprimir al máximo la vida, vida que, por intensa, casi ha superado su obra», reconoce su viuda.
El velero de Gades llevaba el nombre de su compadre, Raúl Castro (hermano de Fidel y uno de los líderes de la revolución cubana), con quien mantuvo una estrecha amistad. Su relación con Cuba fue siempre de cariño y admiración y se mantuvo vinculado toda su vida al Partido Comunista cubano. Fue esta otra de las señas de identidad del bailaor: siempre se mantuvo fiel a sus ideales y trató de mantener la coherencia con ellos en su vida personal.
Director natural
Su interés por el mar, explica Olmo, también se reflejaba en su personalidad dirigiendo a la compañía. Cuando Rubén Olmo era bailarín del Ballet Nacional (1998 – 2003) tuvo la oportunidad de trabajar bajo sus órdenes en el montaje de Fuenteovejuna, la que sería su última coreografía, que se estrenó en 1995 y volvería a dirigir para el Ballet Nacional en 2001. «En los ensayos, tenía una parte de timidez y tenía otra parte muy de capitán de barco, decía muchas frases de genio que, si no estabas muy pendiente, pasabas por alto», recuerda Olmo. «Decía cosas que te ayudaban mucho a comprender la danza de otra manera». Y añade: «Yo creo que él, aparte de que ha sido un gran bailarín, y un gran coreógrafo, lo mejor que tenía era cómo dirigía y cómo se dirigía a la gente, eso también hace que sea un gran referente». ¿Y cómo dirigía? «Él dirigía natural, no había un estudio, no había un método, le salía de su piel».
La última de las obras escritas que se preparan por el vigésimo aniversario del fallecimiento de Antonio Gades verá la luz en septiembre: una monografía que publicará el Centro de Documentación de las Artes Escénicas y de la Música (Ministerio de Cultura). Con ella se volverá a poner en valor el legado dancístico de un bailarín, coreógrafo y director que sigue presente en el flamenco de hoy.
El Ballet Nacional es una de las compañías que lo mantienen vivo. «Gades creó una escuela y una estética propia», reconoce Olmo. «Le recordamos muchísimo, por ser uno de los pilares de la danza española. Es lógico que estén presentes, cuando no soy yo, es otro compañero, pero siempre estamos realmente homenajeando a esos pilares, porque gracias a ellos, pues tenemos lo que tenemos hoy y podemos seguir creciendo».
Las formas y coreografías de danza siguen siendo inspiración para los coreógrafos actuales. Lo son para sus contemporáneos (es posible comprobarlo en todas las coreografías de María Pagés, por ejemplo, que trabajó a sus órdenes), pero también para los artistas consagrados del momento: en Los bailes robados, de David Coria, estrenado en 2023, es posible encontrar referencias de Gades, así como en Comedia sin título, de Úrsula López, estrenado en el pasado Festival de Jerez y que consiste justamente en un homenaje a los grandes creadores hombres contemporáneos del flamenco. El escritor y dramaturgo Alberto Conejero, que ha trabajado en Pineda. Romance popular en tres estampas, la nueva obra que estrenará el 3 de agosto el Ballet Flamenco de Andalucía bajo la dirección de Patricia Guerrero, lo recordaba en una entrevista reciente con este periódico como una de las referencias que tuvieron para crear la nueva obra. «Su Fuenteovejunta y Bodas de Sangre son trabajos fundacionales en el campo del ballet argumental», afirmaba. «Para mí es sobrecogedor ver a Pepa Flores cantando la nana en Bodas de sangre. Esos referentes está claro que están aquí».
Pero, ¿conocen los jóvenes su legado o hay que hacer una pedagogía constante? Rubén Olmo confiesa que esa transmisión hay que mantenerla siempre: «Los niños más jóvenes que están empezando se fijan más en la gente que llena ahora los teatros o que son los cabezas de cartel», admite. «Pero yo creo que a Gades se le da más valor cuando realmente ya has hecho una carrera, o has pasado ya por todo. Entonces lo entiendes mejor».