Cuesta encontrar una despedida más gélida que la firmada por Joe Biden para renunciar a su continuidad en la Casa Blanca. Se trata en realidad de un atentado que ha logrado su objetivo, el asesinato de Julio César a manos de los traidores íntimos en la versión de la propia víctima, que se mantiene agónica en el cargo aunque el senador Republicano Marco Rubio haya declarado que si no puede ser aspirante, tampoco debe encarnar la presidencia.
«Ahí os quedáis», se resumiría en lenguaje vulgar la carta exánime firmada a regañadientes por Biden, tras sufrir un acoso inhumano pero más que justificado por su terquedad. Se acabó la fiesta para quienes se habían declarado adictos de un culebrón que fundía las mejores virtudes de The Crown y sobre todo de Succession, con los hijos dispuestos a envenenar a un Rey Lear que se debate para no abandonar el trono. Si esta delegación inevitable se hubiera producido a principios de año, el presidente estadounidense habría accedido a la gloria como un émulo del Lyndon B. Johnson que renuncia con gallardía a la reelección. En su actual configuración, no solo deja huérfanos a los Demócratas, sino que los abandona en una balsa desmantelada que ha de enfrentarse al portaviones de Trump.
Cada intervención de Biden ralentizaba la marcha del planeta, retrasaba los relojes. Hubiera sobrevivido en el sitial del Sumo Pontífice, pero nunca en un cargo sometido a las leyes del canibalismo político. Los progresistas de ordenanza virarán sus votos desde el octogenario hacia Kamala Harris, pero nadie en el Partido Demócrata ni en los sondeos daba un centavo por una número dos que ahora se enfrenta al reto de convertirse en la segunda fiscal al frente de una superpotencia, en la senda del también soso primer ministro británico, Keir Starmer. De momento, la vicepresidenta está más cerca de la sátira de The Veep que de la hija única del magnate Logan Roy de Succession. Es innecesario añadir que el también inglés Boris Johnson asistió a la coronación de Trump. No es casual que cada vez que el artículo empuja al obligatorio comentario del testamento contra su voluntad de Biden, «todo lo he hecho bien y por eso me echan», se desemboca en el rival que le ha mojado la oreja. El presidente de Estados Unidos es la persona que más odia hoy a los Clinton y a los Obama, traidores con sobradas razones. Biden empezará a ser añorado mañana por quienes lo han asesinado por misericordia, la eutanasia imperial.