Maryna Chernovolenko no ve a su padre desde hace más de dos años. Sabe que está vivo, y que pesa 65 kilos, es decir, 25 kilos por debajo de su peso habitual. Y poco más. Las escasas noticias que tiene de él, eso sí, no proceden de llamadas de teléfono o contactos de otro tipo. Son noticias que traen aquellos ucranianos que han compartido cautiverio con su progenitor y que han logrado ser incluidos en los programas de intercambio pactados por ambos bandos. Las recientes imágenes de reclusos ucranianos recién liberados, con cuerpos delgados y demacrados, y rostros y mejillas hundidas debido a los malos tratos y la escasa alimentación, han empujado a las autoridades de Kiev a lanzar una campaña mundial para concienciar a la comunidad internacional sobre la suerte que hayan podido correr los cautivos de guerra, tanto civiles como militares, y forzar a Rusia a cumplir con las obligaciones contenidas en las convenciones de Ginebra.
Durante un acto que tuvo lugar este jueves en el Espai Línia de Barcelona y organizado por Chervona Kalyna, la asociación de ucranianos residentes en Catalunya, el cónsul ucraniano en Barcelona, Vitalii Tsembalyuk, reveló que han sido censados alrededor de 6.000 presos de guerra ucranianos, entre los cuales se encuentran 1.600 civiles, de acuerdo con los datos proporcionados por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CIRC). Sin embargo, la cifra real podría ser mucho más elevada, dado que cerca de 53.000 personas se hallan desaparecidas y Rusia no coopera, no facilita toda la información ni tampoco permite visitas de los funcionarios de la mencionada organización humanitaria basada en Ginebra. «Es fundamental aumentar la presión para que los rusos faciliten toda la información», subrayó el diplomático.
Momento emotivo
Maryna protagonizó uno de los momentos más emotivos del encuentro, cuando entregó a los asistentes, uno por uno, las finas y dolorosas bridas con las que los carceleros rusos esposan a los prisioneros de guerra: «Si el preso tiene suerte, lo esposan con las manos por delante, aunque lo más probable es que se le obligue a llevar las manos atadas a la espalda», lo que es considerado por los expertos como una posición de estrés. Los traslados desde el centro de cautiverio hasta el lugar de intercambio se realizan «atados y con los ojos tapados», explica Maryna.
La historia que trajo Natalia Lonshakova es incluso más angustiosa. Su marido desapareció durante la defensa de Kiev en los primeros compases de la guerra, y desde entonces no sabe nada de él. La falta de cooperación e información de la parte del bando ruso es precisamente lo que le permite mantener un pequeño halo de esperanza de que en realidad esté vivo en un centro de detención anónimo. «No sé nada, pero aún tengo un poco de esperanza», ha relatado, antes de denunciar de nuevo la falta de respeto del Kremlin por las leyes de la guerra que rigen el trato a los prisioneros. «Hay que obligar a Rusia a reconocer el derecho internacional, porque Ucrania sola no puede hacerlo», ha enfatizado.
Las autoridades rusas han mostrado especial encono hacia los prisioneros capturados tras la caída de Mariúpol, que resistieron durante semanas, primero en el casco urbano de la ciudad, luego en la acería Azovstal, forzando a las tropas invasoras a dedicar recursos a ese frente y liberando de la presión militar otros puntos del territorio nacional bajo ataque y permitiendo organizar su defensa. Desde Ucrania intervino vía videoconferencia Petró Melnyk, capitán de primer rango de la Guardia Fronteriza, quien explicó que aún quedan en las prisiones rusas dos millares de defensores de la ciudad portuaria, que llevan «dos años sometidos a la tortura y al terror con la única esperanza de ser intercambiados». «Hemos de hacer lo imposible para que estos chicos vuelvan a casa», hizo hincapié.