Donald Trump dio este jueves el discurso más largo de aceptación de una candidatura de la historia de Estados Unidos. Una hora y cuarto de voz baja, lenta y monótona, como de homilía. Ese fue el único cambio real del nuevo Trump, redivivo tras un intento de asesinato sufrido hace seis días que falló por los pelos. Ese, y algunas llamadas a la unidad de un país que admite dividido y polarizado; llamadas que en todo caso duraron solo unos pocos segundos y no fueron ni de lejos lo más sustancial de su monólogo.
El Trump de este jueves en la convención demócrata de Milwaukee sonaba bastante al de hace ocho años. No parece haberse obrado un gran cambio tras el intengo de magnicidio. Formas más suaves, tal vez.
Tiene el republicano una auténtica obsesión con la inmigración, que él considera una “invasión” en toda regla. Lo cierto es que, después de que la Administración Joe Biden retirara las medidas restrictivas del expresidente, se alcanzó un récord de más de dos millones de entradas ilegales en Estados Unidos. “Invasión” fue con creces la palabra más repetida por Trump. Estaba por todas partes, en cada giro argumental. Inmigrantes que, dice el republicano, son lo peor de las sociedades de las que salen. Afirmó (falsamente) que Caracas, la capital de Venezuela, es ahora un lugar seguro y sin criminalidad porque han mandado a los asesinos a Estados Unidos. O que otros países están enviando a sus enfermos mentales, también falso. Llegó a compararlos con el Hannibal Lecter de la película El silencio de los corderos. “Quiero tenerte para cenar esta noche”.
Para Trump, los “invasores” extranjeros son los responsables de casi todos los problemas del país. Especialmente de la presunta falta de trabajo y oportunidades para la clase obrera estadounidense. La visión apocalíptica no se compadece con los datos. Estados Unidos tiene cero desempleo técnico. Cerró 2023 con un paro del 3,7% y 2,7 millones de nuevos empleos, por encima de las previsiones de un año especialmente bueno. Lo que sí han sufrido es la inflación, pero ahora está por debajo del 4%. Ahí hizo sangre también.
El republicano parece convencido de tocar la misma tecla que tan bien le sonó en 2016: la de la clase obrera. Enfrentar a los de abajo contra los de arriba (de Washington), y a los de abajo contra los de fuera (de China o de México). Porque los estados clave volverán a ser este año los del cinturón obrero de Michigan, Wisconsin y Pennsylvania. Unos pocos centenares de miles de votantes le dieron allí la victoria en el Colegio Electoral de delegados, a pesar de su derrota en votos totales frente a Hillary Clinton. El Medio Oeste como bisagra, que pasó entonces de votar como casi siempre, demócrata, a hacerlo por un líder mesiánico que prometía reindustrializar el país y devolver empleo y gloria a una clase media empobrecida. ¿Por qué cambiar ahora?
Añade detalles ahora, eso sí. Va a eliminar toda carga impositiva a las propinas. En Estados Unidos hay dos millones de camareros que sacan una buena parte de su sueldo de esos “tips”, que son más obligados que voluntarios. Dijo que se le ocurrió la medida al hablar con una camarera. ¿Y por qué pagas impuestos por ello, si lo cobras en efectivo?, le dijo, como preguntando por qué cumplía las normas si nadie se iba a enterar. En realidad, le dijo ella, casi todas las propinas se pagan con tarjeta.
«Obrerismo» a la republicana
El “obrerismo” (la doctrina política encaminada a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores) ha impregnado no solo todo el discurso de Trump, sino también el de su nuevo compañero de tándem y candidato a vicepresidente, J. D. Vance. De origen humilde, hombre hecho a sí mismo, Vance en ocasiones sonaba como Podemos en España. Discurso de clase contra las élites. Solo hizo una excepción para dar mimo corporativo a las petroleras, que han financiado parte de su carrera política. “Drill baby drill; perfora, cariño, perfora”. Un eslogan que se ha escuchado varias veces en la convención.
El Partido Republicano, el Viejo Gran Partido (GOP, por sus siglas en inglés), nunca había sonado tan de clase como hasta la llegada de Trump. No es que sea de izquierdas. Es que el trumpismo es un engendro político que combina el populismo obrero con el proteccionismo y con las bajadas de impuestos, todo junto.
El último candidato republicano antes de Donald Trump fue Mitt Romney, un empresario que representaba todo el ideario capitalista americano, dominante entre la derecha estadounidense desde Ronald Reagan. “Me encanta despedir a gente”, decía Romney. Libertad de empresa, poca intervención del Estado.
Trump manda, en cambio, un mensaje de protección de los trabajadores desde el Gobierno. Pero de una forma novedosa y heterodoxa: tomar medidas contra los inmigrantes que les roban el empleo, presuntamente; o contra los chinos, que les arrebatan la producción industrial. Dice que va a imponer aranceles del 60%, del 100% o del 200%. Lo que haga falta para que los productos asiáticos, como los coches eléctricos, no inunden el país y se lleven puestos al extranjero. Que el esfuerzo estadounidense no sirva “para construir la clase media del Partido Comunista Chino”. Trump levantó durante su mandato aranceles que amenazaron con provocar una guerra comercial.
Sindicatos en una convención republicana
En la convención habló por primera vez un líder sindical, Sean O’Brien, presidente de la unión de camioneros, uno de los sindicatos más importantes del país. Los sindicatos suelen apoyar a los demócratas. O’Brien clamó contra las grandes empresas por estar librando “una guerra contra los trabajadores estadounidenses”. Y cargó contra las dificultades que tradicionalmente han impuesto los Estados republicanos a los sindicatos. “Las empresas despiden a trabajadores por sindicarse… Es terrorismo económico”.
Inédito planteamiento en una convención del GOP. Un hecho que subraya la importancia que los republicanos de Trump dan al voto obrero este noviembre. “El discurso es el signo más claro de un realineamiento potencial de las lealtades políticas y ha puesto a los demócratas de los nervios”, escribía Ivana Saric en Axios. “Parecía un discurso de O’Brien en la convención Demócrata”.
Donald Trump dice que durante su mandato llevó a cabo la mayor rebaja de impuestos de la historia del país. No ha sido el mayor, pero sí el octavo mayor en porcentaje del PIB, según el Comité para un Presupuesto Federal Responsable. Pero muy grande. En esto, Trump sí es un republicano tradicional.