Merece la pena hacer un preámbulo antes de hablar del tema de las mascarillas. Gap, puerta de los Alpes, la ciudad donde durmió Napoleón antes de iniciar su reconquista efímera, la sartén alpina, es también el lugar donde más y más cicloturistas variopintos pasean en el atardecer mirando los precios de los menús de los restaurantes, que ya se sabe que Francia no es un país muy barato en temas gastronómicos y con una clase media de establecimientos que a veces cuesta localizar.
Los personajes en cuestión son cicloturistas, llegados desde todos los puntos de Europa, para seguir el Tour en bicicleta, al menos para subir antes de que pasen los artistas los puertos donde, por ejemplo, Tadej Pogacar no puede impedir que le vuelva a hervir la sangre. ¿Cómo se les identifica? Fácil. Las manos blancas por los guantes, moreno paleta con brazos bronceados hasta donde cubre la manga del ‘maillot’. De las extremidades inferiores mejor no hablar porque la combinación no superaría ningún pase de modelos: marca blanca por encima de la rodilla y a media pantorrilla, ahora que se llevan los calcetines en plan excursionista de mediados del siglo pasado. Y da igual el sexo, porque afortunadamente, las marcas en la piel las llevan igual hombres que mujeres.
Las camisetas de la caravana publicitaria
Los que no lucen señales, los acompañantes, visten la camiseta blanca con redondeles rojos, propia del líder de la montaña, un jersey que es de Pogacar pero que lleva prestado Jonas Vingegaard, porque el fenómeno esloveno no puede ir doblemente vestido. Las reparten a miles en la caravana publicitaria y sirve como visado para demostrar que se ha estado presente en el recorrido del Tour, por mucho calor que haya hecho en el paseo provenzal de la carrera.
A lo que vamos. Las mascarillas han vuelto al Tour. Puedes entrar en una consulta médica, en el transporte público y nadie te obliga a colocarte el tapabocas a mediados de 2024. Puedes circular por toda Europa tal como lo hacías antes que la condenada pandemia cambiara parte de nuestras vidas. Pues, no señor, en el Tour, desde el domingo pasado, si quieres hablar con un corredor o pasar a la zona acotada de las salidas y las llegadas tienes que llevar la mascarilla correctamente colocada como se hacía en tiempos pasados, que evidentemente no fueron mejores.
Los contagios
Ha habido contagios en el pelotón, ciclistas que pedalean enfermos y se rezagan al mínimo esfuerzo y hasta abandonos como los de Juan Ayuso, Pello Bilbao, Ion Izagirre y Tom Pidcock. Se retiraron con malestar general, falto de fuerzas y con más ganas de tumbarse en la cama que ponerse a pedalear encima de una bici como si los persiguiera un león. Algunos dieron positivos en covid y otros no. Así anda una parte del pelotón, por lo que el Tour sacó del fondo de los armarios las mascarillas que se reparten como se hacía en el pasado y vuelve a aparecer la fotografía de decenas de personas andando con las protecciones médicas entre corredores que se apartan y buscan la distancia de seguridad por si acaso.
El Tour es el último reducto de las mascarillas. Pueden ir a cualquier otra parte del mundo, con fines deportivos, culturales o festivos y nadie, absolutamente nadie, va a pedir donde llevas la mascarilla o si asoma la nariz por donde no debería hacerlo. Resulta curioso, de todas formas, que detrás de las vallas protectoras los aficionados se mueven libremente, porque no hay ninguna ley francesa que lo impida, con los rostros al descubierto a escasos metros de unos ciclistas que se hacen selfies encantados o que todavía mantienen la misma fórmula del autógrafo de toda la vida. ‘Le Tour est le Tour’, dicen los franceses… pues con las mascarillas pasa igual.
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