Cuando Donald Trump entró el lunes por la noche en la cancha del Fiserv Forum de Milwaukee, con su oreja derecha cubierta por un enorme vendaje, en la convención nacional republicana se vivió un auténtico éxtasis colectivo. Era la primera aparición pública desde el atentado fallido del sábado del líder, nominado oficialmente horas antes como candidato del partido para las elecciones de noviembre. Fue recibido como un héroe, como un mártir, como un ídolo, con tal entrega que hasta hizo que un político que rara vez se permite dar muestras de emoción bajara por unos segundos la guardia y expusiera su humanidad.
Era también un momento que ayudaba a entender realidades que las dos primeras jornadas de este cónclave ya han hecho evidentes: la figura casi mística que es Trump para los republicanos se ha elevado aún más en esos altares que lo ven como un elegido divino. Pero no es solo un protegido de Dios. Él mismo es ya el señor único, todopoderoso y omnipresente del Partido Republicano.
La formación es un credo monoteísta, el de la religión de Trump. Es o él y su movimiento MAGA o nada. No hay voces de disenso y se encuentran pocas al entrevistar a algunos de los miles de delegados. Y si se encuentra a quien reconoce diferencias profundas o serias, lo normal es que pidan anonimato, no revelar siquiera de qué estado son: de otro modo, dicen, temen ser expulsados de este edén del trumpismo.
Castigo a Arizona
Basta mirar al lugar dónde los organizadores han colocado a la delegación de Arizona. Aunque al ser un estado bisagra clave la lógica es que tuviera un espacio privilegiado, ha acabado en la peor esquina en la cancha del Fiserv, lejos del escenario, con algunos delegados sentados en un cubículo bajo unas gradas. ¿La razón? Se había cocinado una revuelta contra Trump, no de moderados sino aún más a la derecha que él. No iba a materializarse, pero ya estaban castigados en prevención.
El viejo aparato que antes de 2016 dominaba a los conservadores o se ha plegado y sumado a Trump o no está invitado a la ceremonia en Milwaukee. Los últimos que trataron en retar al expresidente han vuelto al redil.
Este martes por la noche, en el horario más noble (y de máxima audiencia en televisión) dos de los oradores principales eran dos de los rivales de Trump en primarias: el gobernador de Florida, Ron DeSantis, y quien durante más tiempo y con más efectividad logró plantarle cara en la lucha interna: la exgobernadora y exembajadora ante la ONU Nikki Haley.
Había delegados que expresaban su confianza de que Haley, que terminó ese duelo con una acritud exacerbada entre ambos, mantuviera en esa intervención parte del mensaje que lanzó en primarias, uno que aún recuerda al Partido Republicano de Ronald Reagan, contundente por ejemplo en política exterior o en la necesidad de mantener el apoyo y el compromiso con Ucrania. Pero otros como Richard Beavers, un dentista jubilado de Carolina del Norte, creía que sería bien recibida pero porque «ha plegado su resistencia y ha apoyado la elección de la gente».
División política
Beavers, que debuta como delegado y se deshacía en elogios hacia Trump como «un líder fuerte», se quedaba pensativo cuando se le preguntaba si no temía que esa unidad tan total y visible, y esa fortaleza clara de Trump, no represente el riesgo de aplacar cualquier tipo de debate, de posibilidad de que voces moderadas tengan también algo que decir en el futuro del partido. La respuesta que acababa dando apuntaba a que “el sistema político se ha dividido y es difícil encontrar gente en el medio”. Y solo le quedaba en definirse como un “optimista”. “Creo que podemos suavizar las diferencias y llevarnos bien”, decía.
También Paul, que no es delegado pero es un republicano voluntario en la convención, y que es uno de esos moderados que rompe con el trumpismo en ideas como las elecciones del 2020 (que él dice sin tapujos que ganó Joe Biden) o el asalto al Capitolio (que condena sin matices) quería hablar de la “esperanza” de que gestos como la invitación a Haley contribuirán a la unidad, no solo del partido, sino del país.
Todo en esta convención está diseñado por Trump, su equipo y su campaña para buscar una victoria en noviembre, un triunfo que después del atentado se ve aún más al alcance de la mano, y eso que ya las perspectivas se habían elevado por la crisis que rodea a la candidatura de Biden desde su actuación en el debate que ha disparado las dudas sobre sus capacidades a los 81 años.
Valor y coraje
Las instrucciones que se han dado para los oradores al hacer referencias sobre el intento de asesinato es dejar en lo posible de lado las acusaciones a los demócratas por su retórica sobre Trump y subrayar el valor y coraje que mostró el expresidente republicano. Y los apóstoles siguen el manual.
Lejos de las cámaras, el trabajo también continúa para asegurar la victoria ante Biden en noviembre. Y se evidenciaba este martes con la filtración de una llamada que Trump mantuvo el domingo con Robert Kennedy Jr, el antiguo demócrata que es ahora candidato independiente, en la que Trump le instó a darle el respaldo.
“Me encantaría que tuvieras un cargo, creo que sería tan bueno y tan grande para ti. Vamos a ganar, vamos muy por delante del tipo”, se escucha decir a Trump, que el lunes también se reunió con el miembro de la famosa dinastía en Milwaukee.
En los sondeos, que muestran a Trump con ventaja sobre Biden pero con la lucha aún disputada, los votos que pueda arrancar Kennedy pueden resultar determinantes. En la media de encuestas que mantiene RealClearPolitics, por ejemplo, el republicano lleva algo más de cuatro puntos de ventaja sobre el demócrata y Kennedy acumula el 9,4% de intención de voto.
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