Rudy Giuliani un día fue conocido como «el alcalde de América«, el mandatario que proyectó la imagen de resiliencia de Nueva York tras los atentados del 11-S. Protagonista de una caída en desgracia estrepitosa y con tintes patéticos, a los 80 años vive agobiado por multas millonarias, imputaciones con cargos penales y demandas, especialmente por su trabajo como abogado personal de Donald Trump intentando revertir los resultados de las elecciones de 2020. Recientemente despojado de su licencia de abogado en el Nueva York donde antaño fue un efectivo fiscal contra la mafia, se ha entregado a aventuras empresariales como la venta en internet de café, que promociona no solo como un producto «excepcional» sino como un «apoyo a la causa de la verdad, la justicia y la democracia estadounidense».
Como todo republicano que se precie, y como todas las figuras destacadas del partido o sus alrededores que combinan su entrega absoluta a Trump y la lealtad total con la explotación para beneficio personal o político de su cercanía al líder, Giuliani ha viajado a Milwaukee (Wisconsin) para participar en la convención nacional republicana que arrancaba este lunes. Y en el vuelo desde Nueva York, donde iba sentado en la primera fila de la discreta clase business del pequeño avión al lado de una mujer de mediana edad, accedió a contestar preguntas de EL PERIÓDICO.
«Durante mucho tiempo he temido lo que pasó el sábado, como muchos de mis colegas, por la retórica excesiva y casi loca sobre un hombre que conozco desde hace 35 años, que es un hombre perfectamente decente y bueno», dijo Giuliani refiriéndose al intento de asesinato de Trump, un atentado fallido que ha caído como una bomba nuclear sobre la política estadounidense y, a la vez, ha recargado de una potencia que puede demostrarse insuperable a Trump y su candidatura.
«Usar palabras como nazi y fin de la democracia cambia los sentimientos hacia él y no responde a la realidad. Fue presidente durante cuatro años y no acabó con la democracia, la amplió», afirmaba sin dar detalles de cómo se produjo esa supuesta ampliación.
Héroe tocado por la mano de Dios
Giuliani está muy envejecido, al hablar no puede controlar que el lado izquierda de la barbilla lo recorra un reguero de baba y tiene visibles problemas de movilidad (a las puertas del avión le esperaba una silla de ruedas, aunque luego recogiendo las maletas ya andaba por su propio pie). Y por eso quizá habla con admiración total de Trump, como «un líder excepcional» y de tintes casi heroicos. «Su muestra de valor fue impresionante, es increíble», decía sobre la reacción el sábado del expresidente, que resultó herido leve por una bala que le rasgó la oreja derecha. «Inicialmente puedes ver en su cara que entiende (la gravedad de) lo que ha sucedido, pero inmediatamente supo lo que tenía que hacer y lo hizo», decía en referencia al instinto de ese Trump de rostro ensangrentado y rodeado por agentes del servicio secreto de poner el puño en alto y gritar: ‘¡Luchad, luchad, luchad!’. «Es un auténtico líder, entiende el liderazgo, forma parte de quién es».
Giuliani mencionaba una intervención divina en lo sucedido el sábado, algo que hacen cada vez más republicanos y hasta el propio Trump y que está aumentando entre los seguidores del expresidente la dimensión casi mística que lo ve y retrata como un mártir y un elegido. «Creo de verdad que Dios le salvó la vida porque necesitamos su liderazgo en este momento», afirmaba. «EEUU tiene suerte de que en los momentos en que estamos en problemas parece que conseguimos la persona adecuada en el momento justo, y Trump lo es».
Asalto implacable a Biden
Giuliani también exponía la dualidad que se ha hecho evidente desde el sábado entre los republicanos: se hacen públicamente llamadas a la unidad y, al mismo tiempo, sigue el asalto implacable contra los demócratas y, especialmente, contra Biden. «Rezo para que lo sucedido calme la retórica», decía, antes de entrar en terreno radicalmente inflamatorio para hablar del actual presidente.
«Trump tuvo todas las oportunidades y buenas razones para perseguir a Hillary Clinton y a todos sus oponentes, pero siguió la tradición estadounidense de no hacerlo. Biden ha dado la vuelta a esa tradición y está haciendo algo que es auténticamente destructivo: usar el proceso penal para la política, para perseguir judicialmente a su oponente. Es lo que pasa en países del tercer mundo», decía. «Es cuestión de proyección», continuaba. «Los demócratas te acusan de lo que ellos hacen y han destruido en buena parte muchas de nuestras instituciones democráticas».
Cuando se le recordaba que el propio Trump habla de perseguir a Biden si regresa al Despacho Oval respondió antes de que acabara la pregunta. «El problema es que Biden se ha inventado los cargos contra Trump pero si el Departamento de Justicia de Trump persigue a Biden es porque él sí ha cometido crímenes. Lo sé mejor que nadie», decía, «yo lo descubrí».
Era una referencia al disco duro del ordenador de Hunter Biden, parte de cuyos contenidos él facilitó a ‘The New York Post’ en octubre de 2020, abriendo una ventana a los negocios del hijo del presidente con Ucrania y Rusia que desde entonces los republicanos han usado para acusar al mandatario de tráfico de influencias y corrupción, algo que hasta ahora al menos no han conseguido probar.
«Biden lleva 35 años siendo un criminal profesional y tengo todas las pruebas, puedo enseñártelas«, decía. «Puedo probar cómo consiguió grandes cantidades de dinero. Y en ese disco duro hay una grabación de Hunter diciendo: ‘di la mitad de mis ingresos durante 30 años a mi padre'».
Inmediatamente tras esa acusación, no obstante, Giuliani cortaba en seco la entrevista. «Creo que he dicho suficiente. Ahora quiero relajarme», decía.
Preguntas en el tintero
No solo cerraba así la puerta a poder escuchar esa supuesta grabación. Dejaba en el tintero muchas preguntas, incluyendo la de sus propios problemas legales, que él normalmente enmarca como «el precio que sabía que pagaría por defender la verdad y a Trump».
En diciembre Giuliani fue condenado a pagar 148 millones de dólares a Ruby Freeman y Shaye Moss, la madre e hija que eran trabajadoras electorales en Georgia en 2020 y le ganaron un caso por difamación por acusarlas de ayudar a Biden cometiendo fraude. Dominion, la empresa informática a la que los republicanos también acusaron de fraude, le ha demandado y Giuliani tres causas abiertas por su trabajo para Trump para intentar robar las elecciones, incluyendo cargos penales en Arizona y Georgia.
Además el exalcalde neoyorquino suma una demanda de acoso y agresión sexual de una exempleada y otros cinco millones de dólares en deudas. Recientemente un juez federal rechazó su intento de protegerse bajo las leyes de bancarrota. Esa decisión abre las puertas a que sus acreedores intenten que se le incauten bienes y propiedades como varias casas en Nueva York y Florida valoradas en millones de dólares. Pero al menos para Giuliani tiene un punto de luz: ha evitado que se nombre a un testaferro, que sin lugar a dudas le habría obligado a demandar a Trump para que el expresidente le pague los dos millones que le debe por sus minutas. De momento, y en Milwaukee, podrá seguir mostrándose como un amigo y aliado del líder.