Donald Trump es una figura políticamente divisoria, que provoca amores y odios y también extremos, como se demostró el sábado de forma lamentable y trágica, porque en su intento de asesinato él salió prácticamente ileso pero hubo un muerto y dos heridos graves. En lo que no hay discusión, o no debería, es en que Trump es una bestia de la comunicación de masas, un animal de instintos políticos con escaso parangón que, en su vena populista, es capaz de establecer conexiones con sus seguidores que a día de hoy, y desde hace mucho tiempo, ningún otro político puede en Estados Unidos y de crear imágenes que van más allá de su persona en el imaginario colectivo, incluso teniendo a alguien tan personalista como él como protagonista.
Hay que ser ese animal de instintos y maestría para ser capaz de actuar como hizo Trump el sábado, después de que la bala le hubiera rasgado la piel de la oreja y, tras agazaparse en un instante, ya estaba cubierto y protegido por agentes del servicio secreto. En los segundos siguientes, mientras esos encargados de su protección le decían que debían moverse, él lo primero que hizo fue pedir poder recuperar sus zapatos, perdidos en el momento inicial de caos.
El genio instintivo de Trump se exhibió, no obstante, poco después. Cuando alguien acababa de intentar asesinarlo, sin saber si seguía habiendo más riesgos, Trump supo que debía alzar el puño, fue consciente de que necesitaba proyectar resistencia, resiliencia, supervivencia, fuerza.
En algunas fotos de la jornada se le ve agachado rodeado por sus protectores, o con el rostro exhibiendo un terror natural en las circunstancias, pero nadie duda de que las que pasarán a la historia son otras. Las que, como la de Evan Vucci para AP, lo han capturado con el rostro ensangrentado pero gesto determinado, junto a los agentes, bajo la bandera estadounidense y ese puño apretado. Sin rendirse.
A Trump también se le ocurrió gritar mientras los agentes le evacuaban del escenario casi en volandas hacia su coche blindado: “fight, fight, fight”. ‘Luchad, luchad, luchad”. Lo que entre los asistentes habían sido gritos de miedo y caos se tornó en clamor patriota: ¡USA! ¡USA!
“Un nuevo símbolo”
“Hay algo en el espíritu americano a lo que le gusta ver fortaleza y valor bajo la presión y el hecho de que Trump mantuviera su puño en alto se convertirá en un nuevo símbolo”, le decía a ‘The Washington Post’ el historiador presidencial Douglas Brinkley.
En el análisis de la foto de Vucci que ha hecho en ‘The New Yorker’ Benjamin Wallace-Walls se fija en todo: la composición, los elementos, los gestos, los labios apretados de Trump, la barbilla ligeramente subida, las gotas de sangre que han trazado líneas en su mejilla. Pero el periodista dice algo más. “Mira más allá de lo que la camara puede capturar: al público, al futuro, y es desafiante. Quienquiera que intentó matarle fracasó. Ya es la imagen indeleble de nuestra era de crisis política y conflicto”.
La reacción que tuvo Trump, además, ha hecho que muchos recuerden también a otro expresidente republicano que, cuando intentaba regresar a la Casa Blanca, fue víctima de un disparo: Theodore Roosevelt. Sucedió en 1912, cuando intentaba volver a la Casa Blanca donde estuvo entre 1901 y 1909. Y a él la bala le alcanzó en el pecho, pero fue capaz de dar el discurso que llevaba preparado.
“Hace falta más que un disparo para matar a un alce”, dijo Roosevelt en referencia al animal que daba nombre al tercer partido por el que se presentaba. Sucedió, en otro paralelo interesante, en Milwaukee, donde este lunes llega para la convención republicana ese Trump elevado a los altares de la iconografía estadounidense. En 1912, Roosevelt perdió.
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