Decidí preguntar a quienes lo vivieron, porque apenas hay imágenes o sonidos de una fecha histórica en la música de este país. Tal día como hoy hace 37 años, el 15 de julio de 1987 marcó un antes y un después en los conciertos de artistas internacionales en España. Unir en el mismo cartel a UB40, The Pretenders y culminar con el primer concierto de U2 en España desató la locura.
No, no había móviles grabando, ni grúas rodando en alta definición. A pesar de la falta de medios audiovisuales y de la escasa presencia de la música en los informativos de aquellos años, hasta Informe Semanal se hizo eco del evento centrándose exclusivamente en la banda irlandesa.
La mejor realidad virtual que nos puede trasladar a aquella noche será la de los recuerdos de algunas de las más de cien mil personas que asistieron. Fueron tantas, que una simple llamada en mis propias redes sociales ha destapado cientos de respuestas. Estadísticamente demostrado: fue mucha gente. Demasiada. Muchísima más de la permitida, en un momento en el que el aforo era algo relativo y sobrepasarlo no se veía tan peligroso. Prometo que varias de las personas que he entrevistado me aseguran que Dios existe porque en aquel evento no hubo que lamentar incidentes graves. Para habernos matado.
Casi el doble del aforo
Que hubiera 40,000 personas más de lo previsto fue uno de los motivos por los que Isabel se desmayó. Era su primer concierto con amigas, y la mezcla del excesivo calor de aquella tarde, la emoción y la falta de oxígeno en la entrada hizo estragos en su cuerpo. Reanimada por sus compañeras, continuó hacia el césped del Bernabéu, dispuesta a dejarse llevar por la música. Fran y su amigo acudieron con dos chicas con las que querían ligar, pero el concierto dejó en segundo plano las perspectivas románticas. “Estamos alucinadas”, contestaron ellas cuando les preguntaron por qué no bailaban.
Juana, que en aquel momento tenía 13 años, fue con sus padres y en cuanto sonó «Sunday Bloody Sunday», se enamoró perdidamente de Larry Mullen Jr. Mi propio primo, Juanjo, residente en Barcelona, me contó que fue con sus amigos sin entradas; las consiguió en la reventa, y eran falsas, pero desde las gradas, los que habían entrado las lanzaban a los que se agolpaban en la calle, y acabaron quitando los tornos de acceso. “Un caos”, me describe.
Coladas por Bono
Sandra García Jara, una de nuestras mejores voces españolas de doblaje, reconoce que estaba coladita por Bono “como casi todas entonces”. Ella, por su escasa estatura, vivió la emoción del momento viendo brazos que se levantaban y bajaban, salvo los escasos momentos en los que la auparon a hombros para poder ver algo más. Luis Livingstone, el líder de la banda ochentera Doctor Livingstone, supongo, fue para ver a The Pretenders. Le encantaba Chrissie Hynde, y finalmente se dejó inspirar por el espectáculo de U2. “Siempre que iba a un concierto en un sitio grande, me imaginaba a mí mismo en ese escenario, y además nos acababa de fichar Dro”, recuerda Luis.
Francisco Asensi, ex asesor senior en Spain Audiovisual Hub en el Ministerio de Economía, Comercio y Empresa, y actual director de Estrategia e Innovación en DeAPlaneta Entertainment, también lo pasó mal al entrar. “En aquel momento hacía mis pinitos tocando la guitarra y quería saber cómo conseguía The Edge aquel sonido tan especial. Descubrí que usaba un pedal con el que hacía un bucle y conseguía tocar sobre sus propias notas. Valió la pena hacer cola durante horas en El Corte Inglés para conseguir mis entradas”, me cuenta.
Efectivamente, la venta digital tardaría décadas, FNAC todavía no existía y los puntos de venta de localidades para conciertos eran muy escasos en toda España. Lo normal era hacer colas larguísimas. Él y algunos más de mis entrevistados conservan sus tickets sin romper, es decir, intactos. En muchos casos no hubo tiempo de comprobarlas en los accesos.
La magia de la radio
El testimonio más completo me lo ha ofrecido el autor del libro Cuando la música era redonda, Luis Merino. El ex directivo radiofónico era entonces coordinador de Los 40 en Valencia, y organizó una expedición en tren para acudir al concierto y volver a la capital del Turia de madrugada. “Renfe no quería hacerlo, porque temía que al ser gente que iba a un concierto, hubiera desperfectos. Cedió cuando desde la radio aseguramos que asumiríamos los costes si se producían. No hubo ningún problema. Ni siquiera faltó gente al volver”, me asegura, orgulloso.
Vendieron las entradas junto al billete de tren por el mismo precio, ya que la radio consiguió patrocinadores locales, uno para cada vagón. Acciones de este tipo son las que dieron vida a la radio, que fue la gran difusora del evento.
Luis no olvida el caos que vivió la expedición al llegar al estadio: «Quitaron el agua de los baños y no había forma de beber, porque sobraba gente. Se le fue de las manos a la organización, que siguió vendiendo entradas a pesar de haber sobrepasado el aforo. Se hicieron millonarios en un solo día«.
Distintos pero complementarios
Desde luego, la jugada resultó ser muy inteligente. Eran tres formas de entender el pop de los 80, pero totalmente complementarias. Para empezar, hacía ya algunos años que UB40 se habían hecho un sitio preferente en los gustos musicales de este país gracias a un tema que sorprendentemente fusiona reggae y pop con influencias de otros géneros como el ska y el dub: la versión que lanzaron de un tema de Neil Diamond, «Red Red Wine».
El sonido jamaicano de UB40 apareció justo después del rock de los únicos teloneros reales, ahora apenas recordados, Big Audio Dynamite. La banda de Mick Jones, ex-guitarrista de The Clash, también practicaba la fusión de estilos, en este caso de punk rock, dance, hip hop, reggae y funk, incorporando samplers y efectos electrónicos en sus composiciones. Era rompedor, pero se ha quedado antiguo.
Bono ha declarado en varias ocasiones que aquella noche fue muy especial e inolvidable. Era la gira de un disco que dio la vuelta a su sonido, The Joshua Tree. Ya había conseguido ser número uno en nuestro país su apuesta por un estilo más armónico y profundo, el primer single de aquel álbum: I Still Haven’t Found What I’m Looking For.
Se estilaba entonces gritar torero a aquellos que demostraban valía. Cuando el respetable se lo dedicó al líder de U2, su respuesta antitaurina cortó los vítores para dar paso a un enorme aplauso animalista: “Nosotros somos el toro”, dijo. Otro de los espectadores que lo vivió fue Joaquín Sabina, que en su columna de la revista Panorama tituló “U2. Un concierto ecuménico”, en referencia al mensaje religioso que es fácil encontrar en algunas de las letras de los irlandeses.
Como dirían Presuntos Implicados, “cómo hemos cambiado”. Ahora, el caos hubiera acabado en peleas multitudinarias y hasta es posible que los organizadores tuvieran que responder ante la justicia. Ya no existe aquel sentimiento de hermandad ante la música que varios de los entrevistados me han señalado como salvación de lo que podría haber sido un drama. Pero también es verdad que en esta época de redes sociales en la que la susceptibilidad es la norma y los nichos parecen inexpugnables, volver a reunir un cartel de artistas de éxito tan heterogéneo y a la vez tan complementario no sería posible. Ahí queda la gesta para la historia.