Cuenta Lali Rimblas que cuando uno de sus pacientes le pidió que le aplicara la eutanasia le pilló por sorpresa. Pero también que no vio la manera de negarse. El hombre tenía 76 años, y llevaba los 26 últimos sufriendo neuralgia del trigémino, una afección que le causaba descargas de un dolor muy intenso en la zona de la nariz y del ojo. Hasta el punto de que acabó recluido en casa, y completamente incapacitado para vivir una vida normal. Probó todo tipo de tratamientos, pero ninguno funcionó. Luego intentó quitarse la vida en dos ocasiones. Y finalmente, con la aprobación de la ley de eutanasia en España (de la que se acaban de cumplir tres años), vio una salida.
«Cuando nos lo pidió a mi enfermera y a mí nos afectó, porque teníamos mucha relación con él. Era de esas personas con las que llegas a hablar mucho. Por eso incluso le planteamos tratamientos paliativos o volver a intervenirlo. Pero lo descartó todo», rememora Rimblas, que trabaja como médico de familia en el centro de atención primaria de Palau-solità i Plegamans (Barcelona). «Fue un proceso muy largo, porque el médico consultor que realizó la valoración puso muchas trabas. Pero finalmente lo hicimos. Como era nuestra primera eutanasia estábamos nerviosas, te genera muy inquietud. Y en el momento justo de administrar las medicaciones se te altera el corazón. Pero el paciente lo puso fácil en todo momento. Acabó falleciendo a los 12 minutos», añade.
Durante el proceso también tuvieron que tratar con la exmujer del hombre, con la que guardaba muy buena relación, y con su hijo. Ellos eran conocedores de la decisión, y estaban «más o menos de acuerdo» con ella. En cualquier caso, Rimblas relata que lo respetaron y lo acompañaron hasta el último momento. A la médico y a la enfermera, por su parte, les ofrecieron apoyo psicológico desde la unidad de riesgos laborales de su centro, y tuvieron que realizar una entrevista cuando el proceso concluyó. Compartirlo todo entre las dos fue para ellas de gran ayuda.
«En nuestro hospital este fue uno de los primeros casos de eutanasia. Pero ya hay más peticiones encima de la mesa, y supongo que empezarán a pedirlo cada vez más. Estamos aprendiendo todos, porque esto es algo que no te enseñan en la carrera ni en ningún sitio», resume Rimblas, que asegura que volvería a participar en un proceso así: «Muchas veces los médicos intentamos curarlo todo, porque es nuestra función. Pero creo que ayudar a la gente a morir dignamente y sin sufrir es cerrar el círculo. Es parte de nuestro trabajo. Tenemos que cambiar el chip y acompañar a esa persona en todo momento».
El impacto de la eutanasia en los sanitarios
España se convirtió en 2021 en el quinto país del mundo en regular la eutanasia. Pero, dentro de que todo esto es muy nuevo en todos los sentidos, hay algunos aspectos que son aún más desconocidos. Como por ejemplo la manera en la que lo viven los sanitarios y el impacto que genera en ellos vivir algo así. «Había algunos estudios que apuntaban que entre un 15% y un 20% de ellos se quedaban con una herida imborrable. Fue algo que nos llamó la atención, así que quisimos ver qué estaba pasando en un país como el nuestro, donde no había habido leyes de este tipo nunca», explica Xavier Busquet, investigador del Instituto Universitario de Investigación en Atención Primaria de Barcelona y médico de un equipo de soporte de atención domiciliaria.
En la investigación, Busquet y el resto de sus compañeros entrevistaron a más de 30 profesionales sanitarios. Y lo que les contaron es que muchas veces se quedaban «aturdidos» por la demanda del paciente. Muchos incluso pensaban que cómo podían hacer ellos algo así. «Los pacientes que lo piden ya han reflexionado mucho sobre el tema y lo tienen muy claro. Pero muchos profesionales no están tan habituados a reflexionar sobre el morir. Como médicos debemos plantearnos si tenemos ánimo o no de llevar a cabo la eutanasia y ser claros con los pacientes. Pero no podemos dejar la petición en un cajón», desliza Busquet.
El investigador explica que se ha encontrado con pocos objetores de conciencia, pero sí ha habido «bastantes» que después de un proceso de reflexión han decidido no hacerlo. Al final, comenta, es un «cambio de paradigma», y no es fácil para los profesionales. Pero, ¿qué pasa con la «herida incurable» que en teoría se producía en aquellos que sí aceptaban?
En el estudio de Busquet solo dos de los 30 entrevistados sentían un «malestar profundo» al acabar el proceso, y en ambos casos era porque tenían un vínculo muy estrecho con el paciente. No era, aclara el investigador, porque dudaran de si habían hecho lo correcto o no: «En general hemos detectado mucha satisfacción. Además, los profesionales van tranquilos desde el punto de vista moral porque antes de realizar una eutanasia una comisión de garantía tiene que aprobarla. De hecho, una enfermera nos dijo que era el acto de amor más grande que ha hecho en su vida. Es algo que te implica personalmente».
Otra pata importante es cómo lo encaja la familia. «En las entrevistas siempre nos recalcaban el rol de enfermería y del trabajador social, que tratan mucho con los familiares. Al final este es un tema transversal, y al principio y al final está la familia. Quizás en países como Holanda o Bélgica esto no pase, pero aquí somos gregarios. Lo que pasa es que una de las virtudes de la ley es que al ser tan lento el proceso hace que la mayoría de las familias vayan entendiéndolo, y el propio paciente facilita cosas. Y al final es él quien decide», sostiene Busquet.
Sin tiempo para procesarlo
Las quejas de los sanitarios sobre el proceso de la eutanasia pueden agruparse en tres cuestiones. La primera son los casos frontera. Es decir, aquellos sobre los que hay dudas a la hora de saber si se ajustan a la ley. La segunda es que el procedimiento administrativo es muy largo y «farragoso», y los médicos ya están «muy saturados». La tercera es por parte de los enfermeros, que no sienten que su trabajo esté reconocido actualmente en la ley, y consideran que sólo se valora el de los médicos. Y luego hay otro tema. La ley contempla que la eutanasia puede aplicarse en dos situaciones: cuando un paciente tenga un sufrimiento imposibilitante o cuando sufra una enfermedad terminal. El problema es que el primer supuesto es «ambiguo», y en ocasiones eso genera algunas complicaciones.
Cuando todo ha acabado, Busquet cuenta que es necesario que los sanitarios paren y asuman todo lo que han vivido: «El proceso es de una intensidad brutal. De hecho, la palabra ‘intensidad’ salía siempre cuando hablábamos con ellos. Necesitan descansar, digerir, y compartirlo. Y lo que nos reclamaban es que faltan espacios para compartir todo esto en equipo. Recuerdo que una neuróloga nos dijo que su tiempo de reflexión después de aplicar la eutanasia lo pasó viendo a 30 enfermos en consulta externa. Y eso no puede ser».
«Cuando salió esta ley mucha gente tenía miedo de que todos los pacientes empezaran a pedir la eutanasia. Se ha visto que no es así, tanto aquí como en otros países. Pero aún así, muchos compañeros tienen reparo o miedo de participar en un proceso así. A todos no da un poquito de cosa enfrentarnos a las cosas nuevas, y ayudar a morir nos remueve a todos. Pero que se nieguen a participar por sus creencias creo que habrá pocos. Habrá quien diga que no por desconocimiento o miedo, pero porque estamos en el principio del camino», desliza Rimblas.
En cualquier caso, para Busquet es muy positivo que este tema se empiece a investigar: «En la medicina hacemos sedaciones y disminuimos nivel conciencia cuando nos lo piden y cuando están próximos a morir. Y eso dura un tiempo. Pero la eutanasia es muy rápida. Estás hablando con una persona y a los diez minutos no está, y eso está teniendo un impacto importante en la profesión medica y sanitaria. Dicho esto, morir siempre es duro. Pero es un tabú que nos hemos quitar encima. Podemos estar a favor o en contra, pero que se hable de esto es un antes y un después».