«A veces todavía me suena esa música, la de los tiros libres: Keeeempes, Keeeeempes». Con una fuerte afonía, Mario Alberto Kempes desde Florida todavía entona el cántico mágico de Mestalla, el de la primera vez que un estadio entonó, a coro, el nombre de un futbolista. La dimensión de la figura de Kempes en el Valencia sigue siendo, cuatro décadas después de su marcha, una especie de «big bang», una explosión cósmica de la que nunca se conocerán sus límites, ni su profundidad. Una leyenda pura del mestallismo, de alcance intergeneracional, solo comparable al impacto de Johan Cruyff en el barcelonismo, Alfredo Di Stéfano en el Madrid, Eusebio en el Benfica, Bobby Charlton en el Manchester United o de Diego Maradona en el Nápoles. Unos pocos semi-dioses, los elegidos. 

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