Podría ser la segunda parte de un guion cinematográfico. Los mismos pactos autonómicos con Vox que muchos dirigentes en el PP señalan como el elemento que impidió una victoria más rotunda el 23 de julio y que Alberto Núñez Feijóo llegara a la Moncloa, han implosionado un año después. Y es Vox quien los ha roto. El verano pasado fue traumático en la calle Génova. No había plan B y después de lo que había ocurrido en las autonómicas y municipales nadie podía imaginar que las elecciones generales terminarían en tanta frustración.
Los dirigentes que se mostraron más reacios a pactar con Vox parecen sentirse reconfortados con el volantazo de Santiago Abascal. Una especie de ‘vendetta’ doce meses después que les sirve para ratificarse: “Teníamos razón. Antes o después esto iba a pasar. No se podía confiar. Lo acabarían haciendo”, reflexionan ahora. Recuerdan que aquellos acuerdos, algunos “muy precipitados”, “arruinaron” las opciones de Feijóo “para llegar a la Moncloa”.
Son los mismos dirigentes que piensan -también lo hacía el propio Feijóo y siempre fue su plan- que alejarse de Vox es la única manera de ensanchar el electorado y volver a tener una mayoría suficiente de gobierno.
En el PP hay dos visiones que nunca se han reconciliado: los que siguen creyendo que evitar a los ultra y buscar otras alianzas puntuales es el camino porque les permitiría recuperar el centro político; y los que defienden que esa visión -tras las legislaturas de Pedro Sánchez- son ya el pasado. Que la única opción pasa por achicar al máximo a Vox y se vea obligado a apoyar al PP, preferiblemente desde fuera, porque los tiempos de apoyarse en los nacionalistas no volverán.
En estos días y en la lectura tan extendida dentro del PP de que Abascal “no ha medido” y “ha descarrilado” -lo dijo Feijóo el viernes- el sector de dirigentes que veía un error estratégico gobernar con Vox en las autonomías recibe con optimismo la nueva etapa, aunque en realidad está llena de incertidumbre. Incluso la actitud de Feijóo en su comparecencia fue en esa misma dirección acusando al líder ultra de “populista”, de dirigir un partido “inmaduro” y con una “curiosa forma de entender el patriotismo” en referencia a la postura con los menores migrantes de Canarias.
Heridas en las comunidades
La visión en las CCAA que han perdido el socio minoritario no es la misma. La mayoría tenían ya muy medidas las relaciones. Los barones del PP sabían que la hostilidad entre Feijóo y Abascal iba creciendo y había entrado en una pantalla que no se podía reconducir. Pero la realidad en las autonomías era muy distinta: existía entendimiento.
Y el detonante de la crisis, la posición frente al reparto de los menores migrantes y el debate de la inmigración de forma global, también tiene puntos de vista muy distintos. Algunos barones populares vivieron con incomodidad la posición de la dirección nacional. Todos defienden la solidaridad, pero también los recursos limitados. Sobre todo aquellas comunidades que llevan mucho tiempo con su capacidad excedida. Génova no es ajena a esa realidad. Vox estaba convencido de que algunos presidentes del PP se plantarían. Pero eso no ocurrió.
El líder popular admitió que los líderes regionales del PP cuentan ahora con “mayores dificultades”. Está por ver cuántas. El mapa es confuso. La extremeña María Guardiola, la única presidenta que el año pasado se negó públicamente a un pacto con Vox con el que después tuvo que tragar, se queda con el único consejero que tenían los ultra. En Castilla y León hay otro consejero se ha rebelado contra la directriz y seguirá. Era independiente y no estaba afiliado a Vox. El resto, a pesar del disgusto en algunos casos como el valenciano Vicente Barrera, acataron la orden.
Pero la decisión del PP -que afecta a las CCAA pero que tuvo que pactarse con Madrid- afectará de una u otra manera a las autonomías. Y hay heridas que se han abierto inevitablemente, como reconocen en distintos territorios. El murciano Fernando López Miras fue el único que no se pronunció el viernes. Algo que no pasó desapercibido.
Todo tiene su origen en el verano pasado. El debate fue mucho más intenso de lo que algunos cargos intentan dibujar hoy. La mayoría de presidentes autonómicos pensaba en sus futuros gobiernos tras el 28M. Y en la dirección nacional la mirada solo estaba puesta en gobernar España. Abrió fuego el alicantino Carlos Mazón y fue el primero en cerrar el pacto para la Comunidad Valenciana. Ya no había vuelta atrás.
El único que consiguió contener el acuerdo -tampoco lo quería- fue precisamente López Miras. Y al final, en contra de su criterio -que apostaba por la repetición electoral- acabó metiendo a Vox en el Gobierno a cambio de que los diputados de Abascal apoyaran una investidura, la de Feijóo, que no tenía los números suficientes. Lo que quería exhibir el líder conservador es que solo le faltaban cuatro votos para ser presidente.
Esos mismos pactos que tanto dolor de cabeza le dieron al presidente del partido se evaporan. Pero sin elecciones a la vista.