Luis de la Fuente, el seleccionador de la cuarta Eurocopa, llegó a la Alemania con la tranquilidad de haber superado ya sus partidos más complicados. Sabía que lo peor que le podía pasar tenía que ver con el balón, y eso, en el fondo, es un alivio para él. Cuando heredó la absoluta tras la marcha de un Luis Enrique que dejó la selección como Nerón dejó Roma, el de Haro tenía claros sus principios innegociables. El primero, sería su equipo, no el que le impusieran desde las tertulias. Llevaba siete años haciendo ganar títulos a las selecciones inferiores y trabajaba con un grupo que se manejaba en un hábitat de normalidad en el que se hablaba de fútbol.

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