Las elecciones presidenciales de Irán han mostrado el desapego de la población con el régimen con la participación más baja de su historia. Masud Pezeshkian logró un claro triunfo, pese a que todos saben que es un aperturista con las manos atadas. Los iranís están agotados por años de duras luchas contra la obligatoriedad del velo, una inflación del 40%, un tercio de la población bajo el umbral de la pobreza y la amenaza de que la guerra de Gaza incendie toda la región, pero, tras dos décadas de oscurantismo, no rechazaron la oportunidad de situar en la presidencia a un reformista y dieron la victoria a Pezeshkian por más de nueve puntos sobre su rival, el ultraconservador Said Jalilí.
Antiguo cirujano cardiaco y diputado desde 2008, Pezeshkian era poco conocido al iniciarse la campaña electoral, pero su defensa de retomar el diálogo con Occidente y sus críticas a la policía moral que detuvo, golpeó y posiblemente mató, según la ONU, a la joven Mahsa Amini, en septiembre de 2022, le acercaron a los más jóvenes. Nadie espera un cambio visceral –tampoco él lo ha prometido–, pero la situación es tan desesperada que hasta la misma teocracia chií parece percibir que no se puede gobernar solo con represión.
Otros artículos de Georgina Higueras
Pezeshkian, de 69 años, logró pasar la criba del Consejo de Guardianes de la Revolución, que rechazó a 74 candidatos a la presidencia, incluidas las escasas mujeres que lo intentaron. Sus 12 clérigos y juristas son, junto con el líder supremo Alí Jamenei, la más alta instancia del régimen de los ayatolás. Tras años de cerrar el paso a los reformistas, el consejo permitió a cinco conservadores y a Pezeshkian concurrir a unas elecciones convocadas tras el accidente de helicóptero en el que fallecieron Ebrahim Raisi, que llevaba un año y medio como presidente, y otras siete personas.
La larga carrera política de Pezeshkian comenzó con Mohamed Jatamí, principal referente del movimiento reformista y presidente de Irán de 1997 a 2005, quien le nombró ministro de Salud. Después, se presentó a unas presidenciales, se retiró y en las siguientes no obtuvo luz verde.
El ayatolá Jamenei felicitó al presidente electo y le instó a seguir los pasos de su predecesor, el mártir Raisi, algo que seguramente Pezeshkian no hará, ya que sus votantes le eligieron con la esperanza de que ponga fin a la era de dura represión social y política que vive el país. No lo tendrá fácil, porque los engranajes del régimen están bien soldados, pero cuenta con el firme apoyo de buena parte de los 88 millones de iranís.
En sus primeras declaraciones tras el triunfo, Pezeshkian tendió la mano a todos los ciudadanos de la República Islámica y les conminó a trabajar juntos por el progreso de la nación. «Las elecciones han terminado, esto es solo el principio de nuestra cooperación», escribió en la plataforma X.
Irán se encuentra en un momento extremadamente delicado no solo por la explosiva situación interna sino también por el avance de su programa nuclear y el posible envalentonamiento de su enemigo israelí si Donald Trump volviese a la Casa Blanca. Trump, que mantiene excelentes relaciones con Israel manejadas por su yerno Jared Kushner, de confesión judía, bloqueó el acuerdo nuclear con Irán alcanzado por Obama, junto con los demás miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania y la Unión Europea.
La ruptura del acuerdo y la imposición de nuevas sanciones económicas, que han asfixiado el país, llevaron a Irán a retomar su programa de enriquecimiento de uranio. Los expertos aseguran que se encuentra cerca de obtener la bomba atómica y que ha acumulado reservas de uranio suficientes para fabricar varias.
Israel cuenta, aunque no lo reconoce, con entre 90 y 200 cabezas nucleares, pero se opone tajantemente a que su enemigo las tenga y traslada a Washington, con mayor o menor éxito, su desconfianza hacia los ayatolás. La guerra de Gaza exacerbó el odio mutuo. En abril, Teherán lanzó su primer ataque directo a Israel, en respuesta al bombardeo del consulado iraní en Damasco. Tel Aviv respondió con un ataque a Irán.
Aunque la política nuclear, al igual que la exterior, la marca el líder supremo, Pezeshkian tendrá que andarse con pies de plomo si también pretende marcar su impronta en este campo.
Suscríbete para seguir leyendo