No miran el calendario. Ya contaron las horas antes del encuentro. No se sabe quién deseó adelantar el minutero más. Si los 41 niños en su campamento de Tinduf o si las familias de la Región de Murcia que iban a acogerlos. Sabían ambos que el abrazo y los besos de la presentación inicial iniciaban un sueño cumplido del que llevan ya 10 días.
De 8 a 12 años, desembarcaron haciendo honor a la asociación que lo hace posible: Sonrisa Saharaui. Julio y agosto de ‘Vacaciones en paz’, agradeciendo incluso el calor de este rincón al otro lado del Estrecho. Y no te digo cuando descubrieron el aire acondicionado.
Su desierto vital, amenazado por un imperio marroquí que los mantiene en la diáspora y en la amenaza de extinción, se torna cada día en un paraíso donde sus necesidades vitales están cubiertas. Comer, agua, electricidad y revisiones odontológicas, oculares, auditivas y vacunales. Cuando la supervivencia no se despega de ti desde que naces, ellos quisieran retornar a su agredida república con un grifo. Más si a los meses de estío les siguieran un verano eterno o la esperanza de echar nuevas raíces junto a los suyos, lo que nunca se les olvidaría es el cariño y amor que derrochan sus, desde ya, también familias de acogida.
Pues si ellos ganan, en lo material e inmaterial, y crecen en sonrisas, los hogares que les abren sus puertas y ventanas también experimentan otra vida, donde la solidaridad hace el milagro de dar un sentido a cada día. Un aire fresco que, sin aparatos, te devuelve a tu condición de humano.
Iguales, inocentes, jugando y descubriendo de la mano. Y si llega el llanto, será por el bendito pasar del tiempo, en la despedida. En la alegría de saberse queridos ambos.
Sonrisas y lágrimas que marcan el mundo desde sus inicios, allá donde la cooperación y el roce nos hizo fuertes para llegar hasta aquí. Niños y mayores que, acá y allá, huirán a partir de ahora de aquellos que, en vez de encuentro, solo respiran odio.
Suscríbete para seguir leyendo