Diez hombres armados y montados en motocicletas atacan el seis de marzo la localidad de Nagouni, en Togo, ubicada a poco menos de dos kilómetros de la frontera de Ghana, y asesinan a ocho personas. Así se comunicó la noticia en algunos medios locales y, sobre todo, en esa supuesta red social fiable que ahora llaman X. Además, se informó de que doscientas personas que vivían en la localidad escaparon tras el ataque al lado ghanés de la frontera. Se dijo que la localidad de Nagouni parecía «un pueblo fantasma» tras lo ocurrido y que el ataque podía haber sido orquestado por el grupo terrorista conocido como JNIM, que es muy activo en varios países de África Occidental.
Inmediatamente, los expertos indicaron que es habitual que los terroristas utilicen Ghana como zona franca en donde descansar y reunirse con sus familias antes de atacar Togo y Burkina Faso. El ataque registrado el seis de marzo en Nagouni parecía ser una prueba de ello. Se escribió sobre las carencias de la seguridad togolesa a la hora de plantar cara al yihadismo y se recordaron atentados previos.
Una visita a Nagouni tres meses después de los sucesos revela una llanura moteada de palmeras, verde y soleada, donde la vida ha regresado a la normalidad. Sigue pareciendo un pueblo fantasma: es de esos pueblos africanos muy apartados de todo donde cruje el calor en el mediodía y cuyos habitantes buscan un refugio temporal que alivie su castigo, entonces las calles se vacían. Cabras chiquititas y como desorientadas balan de manera intermitente. Los niños están en la escuela. Los hombres que no trabajan sus campos se sientan bajo una sombra fresca donde poder charlar con comodidad mientras esperan a que sus madres y sus esposas terminen de preparar el almuerzo. El jefe del pueblo, el señor Lama, se encuentra recostado bajo el toldo del patio de su casa, solo, con los ojos entrecerrados, satisfecho porque esa mañana sacrificó una gallina a sus ancestros y las plumas y la sangre del animal se secan en el altar colocado frente a su casa.
El señor Lama se acuerda muy bien del ataque. Fue de noche, cerca de las siete de la tarde: lo sabe porque él estaba en su casa cuando escuchó unos disparos que fueron como si el cielo se estuviera desplomando. Disparos que duraron apenas cinco minutos. Menos, dos minutos. Durante la entrevista, manda llamar al joven propietario de la tienda donde ocurrió el tiroteo y proceden a narrar de manera conjunta lo ocurrido aquella tarde. No murieron ocho personas, como se dijo en un principio; fueron dos. Y no atacaron diez personas subidas en motocicletas; fueron dos atacantes y aparecieron caminando desde y se fueron caminando al lado ghanés de la frontera. Probablemente eran ghaneses.
Tampoco huyeron los locales en desbandada hacia Ghana tras el ataque. Sólo algunas personas de Nagouni, que el jefe identifica que fueron entre cuarenta y cincuenta, escaparon hacia aldeas cercanas del lado togolés en donde tenían familia que les acogió durante unos pocos días, hasta que la situación volvió a calmarse. El dueño de la tienda, de apellido Lalib, se muestra muy nervioso a lo largo de la entrevista y señala que los dos asesinados eran amigos suyos de la infancia, uno de Nagouni y otro de la localidad vecina, y que el ataque duró cinco minutos. Sentencia que «no usaron armas tradicionales… aquello eran balas de blanco«. Armas tradicionales se refiere al machete; balas de blanco se refiere a armas de fuego. Y dice que no era un calibre pequeño, que el estruendo era horrible y que se arrojó al suelo tras el mostrador de su tienda para salvar el pellejo por una especie de milagro que aún no se explica. Los ojos los tiene muy abiertos mientras habla.
Poco después muestra los agujeros de las balas en el techo de chapa de su tienda, otros boquetes que se hicieron en la pared y un pedazo arrancado de un poste de madera que hay junto a la puerta. Los agujeros no engañan: son de 7,62 x 39 milímetros. Una AK-47. El testimonio previo del joven, que define el arma que le disparó casi como si fuera un cañón, puede explicarse fácilmente para cualquiera que sepa lo que es que le disparen por primera vez y el shock que significa, el estruendo y la visión túnel que acompañan a la experiencia. Narra cómo murieron sus amigos. Estaban sentados bajo un toldo que se encuentra a la izquierda de la tienda con otros amigos, pero los atacantes fueron muy concisos a la hora de actuar porque sólo dispararon a los dos asesinados y al dueño de la tienda, a Lalib.
Es en este momento cuando se empieza a hacer evidente que el ataque no fue una acción terrorista. Que, considerando la proximidad de la frontera, la precisión del ataque, las víctimas (dos pastores menores de treinta años) y los ojos como platos que saltan sobre las mejillas del dueño de la tienda cuando se encoje de hombros para decir que ignora por qué les atacaron a ellos y no a otros, considerándolo en su conjunto, el ataque parece antes un ajuste de cuentas por un negocio de frontera que no salió como debía. Este periodista lo expuso a solas al jefe Lama y el jefe Lama dijo estar de acuerdo. Que habían interrogado al dueño de la tienda al respecto pero que el otro insistía en su inocencia, aunque nadie le creía.
¿Y por qué se informó de que fue un ataque terrorista lo que ocurrió el pasado seis de marzo? El traductor, Nasser, escuchó al jefe y contestó que «cuando dijeron que los terroristas habían atacado, el ejército y el alcalde del distrito vinieron aquí. Ahora han pedido que hagan una base militar avanzada en Nagouni y la van a hacer. ¿Crees que habrían venido el alcalde y el ejército si no pensaran que atacaron los terroristas? ¿Harían una base?». El jefe Lama señala a su alrededor. Todos los caminos que llevan a su pueblo son de tierra. Estrechos, agujereados, inundados por las lluvias. Apenas tienen electricidad y no existe el concepto del agua corriente. ¿Acaso iba a importarle a alguien que dos personas que no importan a nadie fueran asesinadas un martes poco antes de las siete de la tarde? ¿Que el alcalde mancharía su vehículo con la tierra de los caminos por tan poca cosa?
No. Hacía falta enseñar algo grande, algo que hiciera temblar a todos. El jefe Lama vio su oportunidad y la negativa a confesar del dueño de la tienda le ofreció una alternativa para insistir en que se construya una pequeña base en Nagouni y sentirse así más protegidos, más integrados en un Estado al que hoy llegan tras dos horas zigzagueando por caminos obsoletos y puentes derruidos que obligan a dar un rodeo.
Se le explicó al jefe Lama que el ataque de marzo había provocado que el resto del mundo pensara que el norte de Togo era aún más peligroso de lo que es en realidad, y que había hecho un flaco favor a su país porque el yihadismo armado no es ninguna broma y miles mueren cada año bajo la ira del extremista. El jefe se encogió de hombros. Su país no le importa tanto como su pueblo. El turismo y la inversión extranjera no le afectan porque aquí viven de la agricultura de consumo y de la ganadería a pequeña escala. La vida es difícil en Nagouni y la supervivencia es crucial. Aunque haga falta mentir y tergiversar la muerte de dos traficantes y convertirlos en héroes nacionales.