Como sabes, Biden ha terminado de arreglarlo. Hace unas horas, en la conclusión de la cumbre en la OTAN, ha querido demostrar que estaba hecho un chaval. Y quería dar su apoyo a Zelenski y ha acabado diciendo Putin. Los asistentes, como acabas de escuchar, seguían aplaudiendo.

Se entendía que Biden no se había cambiado de bando, acaba de autorizar el envío de F16 a Ucrania. Hay listos que dicen que los lapsus son borbotones del subconsciente que está reprimido y que de vez en cuando consigue colar sus mensajes. En realidad, esto de los lapsus mentales es más complicado de lo que parece.

Los que saben de esto explican que en nuestro cerebro el lenguaje ocupa un gran almacén que reúne material muy diverso: consonantes, palabras, frases hechas. Cada vez que queremos decir una palabra se activa una red que está compuesta por, nada más y nada menos que, unas 30.000 palabras.

O sea que decir Zelenski, en vez de decir Putin, requiere de una precisión sorprendente. En un nanosegundo, el cerebro de Biden buscó en el cajón de las palabras que tienen que ver con la guerra en Europa y sacó la palabra equivocada. No vale con quedarse cerca, hay que acertar y acertar siempre. Estamos tan acostumbrados a escuchar palabras que no significan nada, palabras vacías que nos sorprende que una sola palabra pueda cambiar el curso de la historia.

Pero lo normal es que las palabras cambien la historia, la gran historia y la historia pequeña, una palabra que no sea un simple golpe de viento es la crónica de lo que está sucediendo, una palabra de verdad es el grito de alguien que sufre, es el susurro de alguien que ama, es el entusiasmo de alguien que conoce, es la poesía de alguien que vuelve a mirar las cosas como si fueran nuevas.

No le hagas caso a los políticos, una palabra, una palabra de verdad tiene un valor infinito, porque una palabra de verdad da cuenta de tu experiencia y de la mía, y esa experiencia vale más que todos los multiversos posibles.



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