Un equipo científico liderado por la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC), analiza evidencias forenses para documentar una curiosa interacción entre aves y hormigas, en la que ambas partes salen mal paradas. El estudio, publicado en la revista Ecology and Evolution, se realizó en el Espacio Natural de Doñana (Huelva) en el marco de un programa de seguimiento a largo plazo centrado en el enigmático chotacabras cuellirrojo, un ave migradora nocturna.
En la población de estudio aparecen cada año chotacabras a los que les faltan partes del dedo o dedos completos en una o las dos patas. Esto también sucede en otras especies migratorias, pero la causa de las amputaciones siempre fue un misterio hasta ahora. Las primeras pistas llegaron en 2015, cuando se capturó a un chotacabras con serias lesiones en uno de los dedos.
En este caso, la amputación no era completa, sino que el dedo estaba aún sujeto al resto del pie por una pequeña franja de piel. En uno de los extremos del dedo, encontraron lo que parecía ser un pequeño trozo de mandíbula, aparentemente de hormiga, aunque los restos recuperados no pudieron ser identificados por su mal estado.
“Esperamos pacientemente durante seis largos años para encontrar otro caso similar que nos permitiese tomar muestras identificables de quien, a buen seguro, era el responsable de las misteriosas amputaciones” explica Carlos Camacho, primer autor del estudio e investigador Ramón y Cajal en la Estación Biológica de Doñana.
El móvil del crimen, desvelado
La solución se presentó en forma de cabeza completa de una hormiga muerta, cuyas mandíbulas, inusualmente grandes, aún estaban embebidas en la carne de uno de los dedos casi amputado del ave. Estos chotacabras pueden recorrer más de 3.000 kilómetros en sus desplazamientos estacionales.
El equipo científico entregó los restos recuperados a modo de evidencias forenses a J. Manuel Vidal-Cordero, experto mirmecólogo de la Estación Biológica de Doñana, para su identificación en el laboratorio.
“No conocía la procedencia de la muestra, pero sentía curiosidad, porque se trataba claramente de una hormiga legionaria del género Dorylus, un grupo de especies que se distribuye por regiones tropicales del continente africano”, explica J. Manuel Vidal-Cordero. “Estas hormigas son famosas por su carácter nómada y su gran agresividad. Atacan en masa a cualquier criatura que encuentran a su paso mientras se desplazan de un lugar a otro”, prosigue.
¿Qué hace la cabeza de una hormiga tropical en la pata de un chotacabras de Doñana? La respuesta es sencilla. Los chotacabras pasan el invierno al sur del Sáhara, donde coexisten con estas hormigas, y vuelven en primavera a Doñana para reproducirse. Estas aves pasan la mayor parte del tiempo en el suelo y quedan expuestas a encuentros tan fortuitos como desafortunados con estas pequeñas pero tenaces criaturas.
La mordedura de las hormigas legionarias es tan potente y persistente que en algunas zonas se usan tradicionalmente para dar puntos de sutura a humanos. No es de extrañar entonces que sus mandíbulas puedan permanecer sujetas al dedo de un chotacabras el tiempo suficiente para completar el viaje de 3.500 km de distancia que estas aves realizan cada año para visitar sus áreas de reproducción en el sur de España.
La punta del iceberg
Los resultados de este estudio ponen de manifiesto el valor de los programas de seguimiento a largo plazo para detectar y comprender el funcionamiento de procesos ecológicos poco frecuentes y difíciles de detectar, como es el caso de esta interacción entre especies. Los datos tomados en Doñana, que engloban más de 3.500 chequeos a lo largo de 15 años, muestran que sólo un 1% de los individuos examinados presentan amputaciones.
Sin embargo, la incidencia real sobre las poblaciones de chotacabras podría ser mucho mayor. “Una mordedura como ésta puede provocar sangrados abundantes, isquemia, necrosis e infecciones bacterianas que podrían ocasionar la muerte del chotacabras antes de iniciar su viaje de retorno a España. En ese caso, el 1% que observamos aquí representaría la fracción de individuos que logran sobrevivir a las mordeduras y pueden completar su viaje, pero no incluye a la totalidad de individuos afectados, que podría ser mucho mayor”, explica Carlos Camacho.
El estudio se ha realizado en colaboración con la Universidad Pablo de Olavide, la Universidad Autónoma de Madrid, Observation.org y SEO/BirdLife.
Estudio de referencia: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1002/ece3.11113
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