La pesadilla de Alejandra Rubio son las matemáticas, un dato que no avala por sí solo su lanzamiento como último fetiche audiovisual. La susodicha guarda un parecido demasiado acusado con Sofía Borbón Ortiz, reforzado por un tratamiento de ortodoncia y rubricado con una estatura por encima del metro setenta. Estas semejanzas razonables permiten rastrear la turbofama de Alejandra y Sofía. Son las chicas Frozen, engalanadas de princesas por un artista gráfico, con la mueca entre irónica y pizpireta de Anna, la segundona sin corona. Y por supuesto, para reinar en la España televisada es más importante ser hija de Terelu Campos que de los Reyes, y aquí es donde nuestra protagonista se vuelve imbatible.
Alejandra Rubio es influencer hereditaria, a diferencia de las tiktokers que se atribuyen ese título con seguidores en dos cifras. La nueva princesa del couché se anotó exclusivas antes incluso de nacer. La genealogía allanaba su carrera, porque es imposible concebir un programa televisivo español sin vástagos de los linajes Campos y Jurado, que son los PP y PSOE del corazón nacional.
El país debe madurar, no puede mantenerse indefinidamente ligado a casas reales de raigambre extranjera. Los Campos son la verdadera dinastía autóctona y Alejandra Rubio su última profetisa, en una línea sucesoria íntegramente femenina en su configuración y sin rastro de contaminación varonil. Salvo el cameo de Bigote Arrocet en el papel de Iñaki Urdangarin. Por si todo lo anterior fuera insuficiente para coronar a Alejandra Rubio, ahora se halla además embarazada con horizonte en diciembre, por lo cual acaba de adueñarse del año en curso. La parte menos relevante de este hecho biológico se llama Carlos Costanzia, y ofrece las credenciales nobiliarias exigibles en cuanto hijo de la dinastía Flores, de Mar y no de Lola.
La biblia rosa
El anuncio oficial de la continuidad dinástica se produjo en la obligada ¡Hola!, una cabecera que concede a Alejandra Rubio el protagonismo que le niega a Letizia Ortiz. Sin ánimo de asesorar a La Zarzuela, ninguna monarquía en condiciones puede sobrevivir sin el apoyo integral y sin fisuras de la biblia rosa.
No todo han de ser virtudes postizas, y Alejandra Rubio exhibe la misma vocación de naturalidad que adorna a Nico Williams y Lamine Yamal, en otra disciplina que también se disputa a vida o muerte. Por primera vez, las víctimas de la telebasura (disciplina que incluye al fútbol) superan en sangre fría a sus entrenadores y conductores.
De ahí la irritación de Jordi González con Alejandra Rubio, tan parecida a las diatribas de Jaime Peñafiel contra la segunda familia real española. «Hay dos palabras de las que te vas a arrepentir», enunció el presentador con el tono apocalíptico que caracteriza a la comunicación contemporánea.
En sintonía con las reticencias que caracterizan hoy a las madres en ciernes, Alejandra Magna había postulado que le da «miedo» traer a un hijo a esta «sociedad podrida». La dictadora de criterios de moda y reina del Instagram hispano reconoció que la expresión era «muy bestia», pero insistió en que su entorno estaba «muy mal». De ahí la recriminación de Jordi González, aunque los exabruptos de los influencers deben examinarse a largo plazo, cuando la princesa llore con su vástago en brazos que juzgó erróneamente a sus semejantes. Hablamos del nieto de Terelu Campos y de Mar Flores, el Gotha no puede llegar más alto.
Pensadores, escritores, artistas o actores han caducado como prescriptores sociales, sin que nadie vaya a llorar su extravío. La alternativa contemporánea contrapone a Alejandra Rubio con la versión ortodoxa encarnada en Victoria Federica y Froilán, para quienes un trayecto de cercanías es un vuelo a Abu Dabi para gorronear al abuelo.
Alejandra está guiada por Terelu, una garantía de que el espectáculo no decaerá durante los veinte años imprescindibles para que el hijo de la influencer se convierta en otra figura mediática, si la sociedad no se pudre en el ínterin. Tal vez la parroquia ha depositado un exceso de confianza en seres de vulgaridad acreditada, pero ya no hay marcha atrás.
La generación de Alejandra está más cerca del telediario que de las sentinas audiovisuales. De hecho, si se dejara actuar con libertad a los programadores de informativos, se dejarían de Intxaurrondos y entregarían la presentación de las noticias a la generación Frozen. Todo lo cual es aleatorio, frente a la consolidación genética de las dinastías Campos y Flores, solas o por separado.
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