En el Tour de Francia no hay balones, sólo bicis. Acérquese por la sala de prensa, una especie de Naciones Unidas con periodistas de todos los países, salvo los estadounidenses, que no volvieron desde que se tacharon las siete victorias de Lance Armstrong, y nadie hablará de fútbol. De hecho, en el pequeño universo de la ronda francesa, la Eurocopa no existe; ni está ni se le espera.
Los ciclistas, en los hoteles, acaban tan cansados, que no se les ocurre poner la televisión para ver el partido de las 9 de la noche. Se tumban en las camas, se despiden por WhatsApp o FaceTime de sus familias, y a los pocos instantes se les cierran los ojos. Da igual que el encuentro europeo esté en la prórroga o que asomen los penaltis. Ellos, a lo suyo, a descansar, que al día siguiente tendrán ante sí muchos kilómetros y esfuerzo por las carreteras francesas.
Los gritos de Dijon
El viernes pasado jugó Francia contra Portugal, hubo prórroga y penaltis. En Dijon colocaron televisores en todas las terrazas y por la noche, mientras el Tour dormía, un grupo de jóvenes comenzó a cantar ‘La Marsellesa’, acabó con gritos contra Le Penn y, por si fuera poco, a la 1 de la madrugada entonó ‘La Internacional’, quizás un avance a lo que sucedió la noche del domingo.
A los ciclistas, ciertamente, les resulta intrascendente todo lo que no gire alrededor suyo, salvo las ruedas de las bicis. Sólo piensan en proteger al jefe, llámese Pogacar o Evenepoel, buscar la épica personal o simplemente tratar de sufrir lo mínimo amparándose en la leyenda de esta carrera.
Una convivencia difícil
El fútbol entra en esta secuencia. Los periodistas no se acercan a los corredores para preguntarles que piensan del partido o cuál es la estrella preferida. En los corrillos entre informadores de lo último que se habla es de fútbol, con el que hay que convivir durante julio, el mes tradicional del Tour, 21 días en los que ellos se sentían los protagonistas del deporte mundial… hasta que el deporte del balón, con un hambre voraz, comenzó a tomar posiciones y a ocupar los días habituales de la Grande Boucle para quitarle quizá la esencia con la que ha ido triunfando a lo largo de décadas: no había fútbol y en julio la única posibilidad de tertulia deportiva era el ciclismo, los misterios de una victoria en los Pirineos, los estragos de una contrarreloj o el viento maldito que cortaba al favorito español, hasta que llegó Induráin y marcó un estilo diferente de correr.
El Mundial de clubes
Por si fuera poco, en época del Tour, la FIFA proyecta para el año que viene un Mundial de clubs cuya final se disputará el 13 de julio. ¿Nos hemos vuelto locos? Un domingo a mitad de carrera, donde siempre el Tour programa una etapa reina.
¿Se imaginan una final del Mundial de clubs con el Real Madrid (porque el Barça no jugará el torneo) mientras los corredores escalan el Tourmalet? Julio es Tour y quizás habría que manifestarse para defender este derecho.
Hace ya unos años, en 1998, en un Tour para olvidar, donde casi se pasó más horas delante de dependencias de la Gendarmería que siguiendo la carrera, el Tour del dopaje, Francia ganó la Copa del Mundo de fútbol, para mayor deleite en París. El Tour decidió retrasar una semana el inicio de la competición para acabar en agosto, lo que nunca había ocurrido y sólo sucedió después, en 2020, y con un inicio de carrera, porque la pandemia obligó a desplazar la prueba al final del verano.
Menos audiencia
Una parte de la ronda coincidió con los partidos victoriosos de Francia. Se recuerdan los chillidos de los gendarmes que cubrían el Tour, con sus botas en las puertas de las habitaciones una noche de calor tórrido en el centro del país. Bajó la asistencia de espectadores en la carretera y la audiencia televisiva. Si por la noche jugaba Francia, no había tiempo de ver las dos retransmisiones, porque se tenía que ir al supermercado, lógicamente a trabajar, estar pendiente de los niños y atender las tareas del hogar. El sacrificado, amplios reportajes en la prensa francesa así lo certificaron, fue el Tour.
¿Tanto costaría dejar el mes de julio para el Tour y guardar los balones en los armarios de los vestuarios? Por eso, el fútbol apenas aparece en las conversaciones y ningún ciclista presentará ojeras en la salida de una etapa por haberse pasado hasta la madrugada siguiendo la actuación de su selección de fútbol.
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