A la artista y pensadora norteamericana Jenny Odell (San Francisco, 38 años), docente de la Universidad de Stanford, le preocupan las sutiles pero efectivas trampas cotidianas que nos impone la vida moderna. Hace tres años denunció en un ensayo cómo la economía de la atención nos secuestraba a diario sin darnos cuenta. Ahora, en ‘¡Reconquista tu tiempo!’ (Ariel), llama la atención sobre el atosigante ritmo en que vivimos, siempre con la lengua fuera, siempre postergando nuestros verdaderos intereses. En ambos casos, su propuesta es tan revolucionaria como obvia: parar, decir no y volver a la medida de lo humano.
¿Esta reflexión es hija de la pandemia?
En realidad, la idea del libro fue anterior, pero en esos meses pude ver, como vimos todos, hasta qué punto el tiempo cobraba una dimensión diferente. De pronto, estábamos encerrados en casa con un ritmo lento para hacerlo todo, pero por la ventana veíamos al repartidor que seguía corriendo con el cronómetro en la mano. Pasó la pandemia y hemos vuelto al ritmo de antes, y el sentimiento que observo a mi alrededor, en el trabajo, en los alumnos, en los amigos, es que seguimos viviendo con la sensación de que el tiempo se nos agota, que no llegamos. La ansiedad y la distracción son los rasgos de esta época.
¿Por qué arrastramos esa sensación?
Marx lo explicó muy bien. La tecnología nos permite ahorrar tiempo, pero la lógica capitalista reinvierte ese tiempo en el sistema para seguir produciendo. Porque el objetivo no es el tiempo de vida ni el bienestar de las personas, sino el crecimiento económico y la productividad, y mientras esa lógica siga mandando, seguiremos esclavos de esa forma de vivir. Fíjese en el reciclaje. Tenemos tecnología de sobra para hacer objetos duraderos y espacios saludables, pero fabricamos basura y espacios tóxicos porque es lo que le interesa al capitalismo: que no pare la máquina y la economía siga creciendo.
¿El tiempo es un producto?
No lo vemos porque vamos subidos a esa máquina, pero el tiempo es un material que compramos y vendemos a diario. Cuando trabajas para alguien, su reloj ordena tu vida, igual que tu reloj ordena la vida de las personas que trabajan para ti. Tomar conciencia de esto es revolucionario, porque abre la puerta a poder organizarnos de otra forma, con otro ritmo. Al final, por mucho que corramos, el día solo tiene 24 horas.
Cuando trabajas para alguien, su reloj ordena tu vida, igual que tu reloj ordena la vida de las personas que trabajan para ti
¿El más rico es el que tiene más dinero o el más tiempo?
Depende de dónde lo pregunte. En mi país, el culto al dinero es tal que hay workalcoholics que duermen en la oficina para ganar más dólares y presumen de lo ocupados que están. Sin embargo, todos querrían tener más tiempo para ellos. Lo más preocupante es que incluso quienes tienen más control sobre sus vidas, aplican esa lógica productivista al tiempo libre.
Es muy crítica con la forma como hemos acabado concibiendo el ocio.
La vida se ha convertido en un gran centro comercial. Todo son experiencias que se compran y se venden, alquilas circunstancias que involucran a personas y luego te marchas, eliges una experiencia en un menú y pagas por el tiempo que le vas a dedicar. Pero la vida antes era otra cosa. No todo el tiempo debería traducirse en dinero.
Hábleme de esta confesión que hace en su libro: «Deseo hacer algo, no consumir experiencias, pero buscando maneras de ser, solo encuentro maneras de gastar».
Hoy nos hacen pagar por cosas que hasta ayer eran gratis, y me preocupa tanto que esto esté pasando como que no lo estemos viendo. Tengo un profundo deseo de vivencias y encuentros con personas y lugares que sean auténticos y reales, pero solo se me ofrecen versiones empaquetadas en forma de reels de Instagram. Todo se ha convertido en una commodity, todo es un bien consumible con precio de venta al público.
¿Y eso cómo se cambia?
Lo llamativo es que debajo de ese frenesí en el que vivimos , late en todos un profundo deseo de de vivir de otra manera, con más calma, apreciando cada vez más las cosas que requieren tiempo. Como ir al cine, donde cada vez las películas son más largas. Tengo fe en esa capa de deseo colectivo. Y esto es muy importante: el cambio ha de ser colectivo, no individual, que es lo que impone este sistema de vida.
Debajo de ese frenesí en el que vivimos , late en todos un profundo deseo de de vivir de otra manera, con más calma, apreciando cada vez más las cosas que requieren tiempo
¿A qué se refiere?
Esto no se arregla yendo cada uno por su lado a buscar su manual de autoayuda para sobrevivir en su cuadrícula y adaptarnos a este ritmo de vida. Se arregla hablando con la persona que tenemos al lado, expresando cómo nos sentimos y tratando de arreglarlo juntos. Vengo del país más capitalista e individualista del mundo, pero incluso allí también pueden cambiar las cosas. Le pongo un ejemplo: la reciente huelga de guionistas de Hollywood. Conozco a muchos de esos autores y vivían quemados y marginados por la industria. Pero se unieron, plantaron cara y lograron muchas reivindicaciones.
Estábamos hablando del tiempo y hemos acabado hablando de política.
Porque todo tiene una trascendencia política desde el momento en que vivimos en una comunidad. Tras el desastre del Katrina, en Nueva Orleans se crearon comunidades muy interesantes. El huracán forzó a la gente a salir de su casa, tocar el timbre del vecino y empezar a hablar. Pasó igual en la pandemia. Esas interrupciones son muy útiles, porque nos hacen ver la vida desde otro enfoque.
¿Qué le parece la propuesta de trabajar solo cuatro días a la semana?
Interesante, pero debe hacerse con justicia y para todo el mundo. Y no puede consistir en hacer en cuatro días el trabajo que antes hacíamos en cinco, ni en ganar menos dinero. Lo positivo es que cada vez hay más gente hablando del tiempo, porque vemosque no somos felices con la relación que mantenemos con el reloj. Intuyo que el tiempo va a estar más presente en nuestras demandas sociales en el futuro inmediato.
En su libro lanza una idea rompedora: cultivar tiempo. ¿Cómo se hace?
Dedicándolo a tareas que escapan a esa lógica productivista que lo convierte todo en dinero. Paseando, viendo a amigos, contemplando cómo la naturaleza se expresa cada día…
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