Van pasando los años y como si fuera la noche de la marmota se repite una y otra vez la misma historia. Lo debatía hace unos Tours, en plena pandemia, con mi compañera Valentina Raffio. Los insectos, al menos en buena parte de Europa, parece que están en vías de extinción. Ya no hay ningún ciclista, como antaño, que llame al médico de carrera para que calme el escozor por una picadura en la cara, los brazos o las piernas. Se caerán, desgraciadamente y ojalá sea cada vez menos, tendrán dolor de cabeza por el sol o se resfriarán por la lluvia, pero esos bichitos a los que llamamos insectos han dejado de atormentar al pelotón. Un tema menos para preocuparse en plan deportivo, pero un problema pensando en el futuro de la humanidad.
De nuevo, casi causa sorpresa, como este jueves, que aparezca una mancha en el parabrisas, un insecto que ha chocado con toda la intensidad para fallecer del impacto. Un poquito de agua, la que el propio coche sirve para limpiar el cristal, vale para que no quede huella. Y basta, casi como si fuera una anécdota, cuando no hace mucho, estoy hablando de los primeros Tours de este siglo, cada día tenías que detenerte en un área de servicio, sobre todo en la autopista, para que simplemente pudieras ver las líneas continuas o discontinuas de la carretera. Tenías que coger la escobilla de la gasolinera y frotar con fuerza para que el vidrio quedase reluciente y listo para el nuevo combate contra los insectos.
Sin bichos por Europa
En Europa, lo digo claramente, ya no hay insectos. Han desaparecido. En Francia no se les ve ni por asombro, simplemente la anécdota de este jueves. En Italia habrá mucha autopista y carreteras secundarias por las que resulta imposible circular por los atascos, sobre todo si a la sobrecargada circulación transalpina se les une el paso del Tour. Pero insectos, lo que se dice insectos, más bien poquitos, a excepción de un puñetero mosquito que te da la noche en un hotel de Turín.
La diferencia de los Monegros
Tambien es cierto -quien escribe este texto se la conoce bien- que la autopista entre Zaragoza y Cataluña, que atraviesa los Monegros, viene a ser como una especie de salvaguardia de la biosfera. Ahí, al contrario de Francia e Italia, los insectos campan libremente, hasta el punto de que hay ocasiones en que parece que haya un bombardeo dejando el cristal inservible y el capó del coche listo para el tren de lavado.
Reconozco que no tengo argumentos para definir si esta causa está vinculada al cambio climático. Sí que hay apuntes que indican que igual dentro de unas décadas, cuando ya no queden testigos de los que escriben o corren el Tour, será complicado por las altas temperaturas que la ronda francesa se dispute en el tradicional mes de julio y habrá la necesidad de buscar fechas alternativas. Ojalá sea sólo una sospecha y no una realidad porque como he dicho muchas veces un mes de julio sin Tour es como un diciembre sin Navidad.
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