Hace unos pocos años, cuando aún merodeaba la facultad del periodismo y eso es hace nada -siempre será así-, un profesor nos recomendó la lectura de un libro del escritor y compañero de profesión Álex Grijelmo. Se titula “La seducción de las palabras” y es una obra de 2007, cuando aún leíamos mucho el periódico y apenas consultábamos las ediciones digitales unos cuantos progres, en el sentido literal de la palabra, que ahora el aroma es otro. Precisamente por ahí iba el asunto, por la forma en la que el ámbito periodístico y sobre todo el político aprovechan y deforman las palabras para llegar a un determinado fin, siempre en favor propio y en detrimento de su oponente.
La comunicación social lleva años madurando y ahora está algo pocha. Las palabras y las estrategias comunicativas no se han devaluado, todo lo contrario, están más en boga que nunca, lo que sí está decayendo es la ética de quien las usa. La finalidad altamente lucrativa está conllevando una pérdida de credibilidad en casi todos los ámbitos. La gente apenas cree en nada, tiene sus propios dogmas y no escucha, porque en internet encuentran razones de sobra para ser escépticos. Verdaderas y falsas, no hay mucho filtro. Esto está salpicando también a la climatología y meteorología, disciplinas que tienen recursos objetivos más que suficientes para construir su versión rigurosa de las cosas.
Un fenómeno puede ser normal o no porque así lo dictan las series históricas. Muchas de las tormentas que hoy son extremas, por la intensidad del viento o de las lluvias, también lo eran a principios del siglo XIX sin el calentamiento global. Y se puede decir: son extremas, sin que haya ningún lobby detrás pagando al experto, ni un partido político moviendo los hilos de una agenda maliciosa. Esto pasa exactamente igual con el calor o el frío, cuando son anómalos se tiene que advertir de forma explícita porque muchas veces suponen un riesgo para la salud. El problema reside en quienes usan los conceptos y una cohorte de adjetivos ampulosos ante cualquier circunstancia, sólo como medio de seducción.
Como coordinador de una sección de noticias tengo que admitir que hacer esto último es muy goloso, porque ahora las publicaciones pasan por filtros que premian los titulares más disruptivos, dándoles más visibilidad y así incrementando los beneficios. Si las publicaciones no son atractivas acaban siendo intrascendentes, ahí es donde deben aflorar la información especializada y las fuentes expertas, para que sean rigurosamente llamativas. La ciencia debe fascinar por sí sola, sin aspavientos.