Eran las cuatro de la mañana de este lunes cuando se sentaron en el alféizar de su ventana. Antes de tirarse por el patio interior del edificio en el que habían pasado más de media vida, en el barrio de Sant Andreu de Barcelona, Núria y Emilia, dos hermanas de 65 y 54 años, se colocaron una mochila a sus espaldas con sus pertenencias. Mucha ropa, algunas fotografías y sus objetos más preciados. «Me parece que es una manera de decirnos que se tenían que ir de aquí, que se escapaban a algún otro lugar«, explicaba este martes la vecina que se encontró los cuerpos de madrugada. Sus vidas precarias, marcadas por el aislamiento y por la vergüenza de pedir ayuda, las empujaron al abismo. Aguantaron hasta el día en que la comitiva judicial les advirtió de que acudían desahuciarlas. Para evitar ese escenario, horas antes de ser desalojadas, se precipitaron por el patio interior, desde una altura de 20 metros.
Emilia tenía una discapacidad y no salía de casa y Núria «entró en bucle» cuando su madre falleció de covid
‘Nuri’ y Emilia hacía más de 40 años que vivían en el sobreático. Pertenecían a una familia de cuatro hermanas, mantenidas por su madre. Pero los vecinos sólo recuerdan a la hermana mayor, ‘Nuri’. «La pequeña tenía discapacidad y nunca salía de casa. Yo solo la habré visto tres veces como mucho», explica una vecina que lleva más de 30 años en el edificio de la calle Navas de Tolosa.
La muerte de la madre
La madre murió en febrero de 2021 de covid. «Justo cuando salían las vacunas», recuerda una vecina, que recuerda que la defunción alteró sobremanera a la hija mayor. «La madre había tenido un ictus y no podía andar. Cogió el covid en un centro de rehabilitación en el Fórum y desde entonces la hija mayor entró como en un bucle, estaba muy enfadada», apunta la mujer.
Los impagos del alquiler coinciden con la muerte de su madre: «Dependían de ella. Vivían con su pensión»
Todos los vecinos consultados, que piden anonimato porque les arrienda el piso el mismo propietario, sospechan que las tres mujeres sobrevivían gracias a la pensión de la anciana. «Ella tenía un alquiler de renta antigua, de 300 euros al mes. Cuando murió, el propietario les cambió el contrato, se lo subió, imagino a más del doble, y no tendrían como pagarlo», apunta otra vecina. Lo cierto es que la muerte de la madre coincide con el inicio de los impagos del piso. «Dependían de su madre. Vivían con su pensión», corroboran quienes las conocían. Otros recibos impagados, como el de la luz, también se acumulaban en su buzón.
Hacía meses que la hermana mayor, Nuri, estaba en el paro. Antes, había trabajado de administrativa en una oficina. Los vecinos, que no saben si la discapacidad de Emilia era física o intelectual, sospechan que no recibía ninguna prestación por ello. «Ahora nos damos cuenta de que no estaban pasando una buena racha… Nuri estaba envejeciendo muy rápido, se dejó de teñir, de vestir bien… iba a peor y no supimos verlo», lamenta otra vecina.
«Nuri era muy reservada. Desde el covid, siempre salía con la mascarilla, incluso ahora. No quería compartir ascensor con nadie»
Otra vecina recuerda que la saludó el pasado jueves cuando la vio por la calle. «Pensé para mis adentros ‘esta mujer no está bien’. Porque iba muy despeinada… se la veía muy perdida«, sigue la inquilina que, de forma inevitable, se culpa de no haber podido ofrecerle su ayuda.
El aislamiento
«Nuri era muy reservada. Desde el covid, siempre salía con la mascarilla, incluso ahora, en 2024. No quería compartir ascensor con nadie. Y si le preguntabas cómo estaba siempre respondía lo mismo, que todo bien. No era mala persona… pero supongo que le daría mucho apuro y mucha vergüenza pedir ayuda«, razonan las vecinas que sí las conocían. «Eran buena gente. Nuri te preguntaba cómo estabas, cómo iba la familia. Y te decía ‘si necesitas algo, me dices’. Y yo le decía, ‘lo mismo para tí'», relata otra mujer que las conocía desde que eran jovencitas. Hoy se le eriza la piel al explicarlo.
Los vecinos especulan con que Núria sentía «vergüenza de pedir ayuda»
Algunos vecinos recuerdan cuando los servicios sociales municipales picaron a su puerta. Otros se preguntan por qué estos mismos servicios sociales no pudieron acceder a la vivienda. «Los servicios sociales deberían tener una mínima autoridad para poder abrir la puerta y atenderlas. No puede ser que ellas estén mal, no abran, y aquí nadie se dé por aludido, que les dé igual», opina otra vecina. Un caso que recuerda mucho al de Alejandro, el informático marcado por la muerte de su padre y por la pandemia y que fue rescatado de entre la mugre de su vivienda en El Prat de Llobregat. Tampoco en este caso los servicios sociales pudieron atenderle de forma preventiva. Él se negaba a ello.
De las dos otras hermanas de la familia, poco se sabe. «Hace años que no las vemos por aquí», relatan los veteranos del edificio. También lo confirman a este diario fuentes de servicios sociales. Una de ellas vive en Sants, pero no ha querido saber nada de lo ocurrido y rechazó la atención psicológica que la Administración le ofreció cuando le comunicaron el desceso.
En estado de shock
Hoy, los vecinos tratan de pasar página como pueden. A muchos les cuesta volver a dormir. Especialmente a los que se encontraron con los cadáveres en el patio y avisaron a la policía. «Nos despertamos a las cuatro y media porque escuchamos un golpe muy fuerte. Nos pusimos a mirar por toda la casa. Hasta que abrí la persiana…», rompe a llorar la inquilina que dio el primer aviso. No han vuelto a pisar el patio desde entonces. Una grieta en las baldosas recuerda el impacto.
Este miércoles los activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) se han concentrado en la plaça Sant Jaume para «exigir responsabilidades». «Hay que hacer un llamamiento social para evitar que se vuelvan a repetir situaciones como ésta«, piden los movimientos en defensa del derecho a la vivienda en Barcelona. No es, ni de lejos, el primer caso. Hace tan solo tres meses, Alex, un vecino de Sabadell de 70 años, se suicidó al ser desahuciado. Otra mujer lo hizo en la última Nochebuena. Se unen a la larga lista donde también constan Segundo Fuentes o Melanie. «No son suicidios, son asesinatos», exclaman los afectados, que temen que este no será el último suicidio de quienes temen quedarse sin casa.
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