Una de las principales razones por las que la economía estadounidense se ha mantenido fuerte a pesar de la subida de los tipos de interés es el gasto público. El Gobierno estadounidense ha impulsado el crecimiento y el empleo inyectando 5 billones de dólares en los últimos cuatro años, una cantidad sin precedentes que equivale aproximadamente al 20% del tamaño de la economía global.

Una gran parte de ese dinero (unos 225.000 millones de dólares) se destinó a la construcción en el sector manufacturero, más del doble de lo que se gastaba allí antes de que la Reserva Federal (Fed) empezara a subir agresivamente los tipos de interés para intentar controlar la inflación al rojo vivo del país.

Además, cada dólar gastado de esta forma no sólo añade un dólar a la economía, sino que se multiplica a través de la cadena de suministro, añadiendo nuevos puestos de trabajo, aumentando los ingresos e impulsando el gasto de los hogares. Este efecto dominó de la inversión manufacturera ha sobrealimentado la producción económica global, compensando con creces el inevitable lastre creado por la subida de los tipos de interés.

Ahora la inflación se está enfriando en Estados Unidos y la producción sigue aumentando, por lo que parece que la estrategia ha dado sus frutos. Pero también hay un lado negativo: un mayor déficit podría acarrear más problemas de endeudamiento, haciendo subir la inflación y los tipos de interés. Y si la Reserva Federal baja los tipos de interés con demasiada rapidez o agresividad, estimulando demasiado la economía, la inflación podría volver a subir bruscamente.

Pero una cosa está clara: ya no todo gira en torno a los movimientos de los bancos centrales; las políticas de gasto público desempeñan un papel cada vez más importante en el impulso de las grandes fuerzas económicas, y merecen su atención.

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