Si te parecen asombrosos los 800 mil votos de Alvise, imagínate a 26 millones de súbditos del norcoreano Kim Jong-un, que también le votarían enardecidos en un país sin Indra. Todos ellos a dieta de arroz hervido, sin rechistar más allá de las periódicas intentonas que los dictadores se sienten obligados a sofocar a sangre y fuego. El Líder Supremo de Pionyang ya ha suprimido a su tío y a su hermano mayor, Kim Jong Nam, a este último con venenos del recetario de Putin. En efecto, se trataba de cerrar el párrafo con el zar ruso, ahora que ambos dictadores se han enzarzado en un intercambio de arsenales para sus guerras perpetuas.
Kim Jong-un tiene cuarenta años, por lo que sigue siendo uno de los dictadores más jóvenes del planeta. Alcanzó veinteañero una potestad que saciaría el ansia del político más ambicioso. Es el clown que nadie se toma a broma, aunque el tercer y último hijo de Kim Jong Il no puede presumir del origen divino de su padre. El segundo miembro de la dinastía creada por Kim Il Sung nació con dos arcoíris y una nueva estrella en el cielo. Algo menos de lo que se zampa su vástago en un almuerzo.
No puede extrañar que Kim Jong-un se sometiera a la cirugía estética para acentuar el parecido con su progenitor, que según la biografía oficial andaba a las tres semanas, hablaba a las ocho, consiguió once hoyos en un solo golpe la primera vez que agarró los palos de golf, y no defecaba.
Los nutricionistas deberían estudiar las extrañas fidelidades al dictador que generan las hambrunas. Los jóvenes norcoreanos copian a Kim Jong-un el corte de pelo que efectúa el propio Líder Supremo, aterrorizado ante los barberos. Sensible a las angustias de la población, su familia importó conejos gigantes de Alemania para combatir la carestía de alimentos. Por desgracia, los Kim se comieron todos los ejemplares recibidos en un banquete de cumpleaños.
Kim Jong-un parece un dictador diseñado por inteligencia artificial y fabricado con gutapercha, pero la sangre es real. Estudió camuflado en un internado suizo como Juan Carlos I, su pasión por el baloncesto estadounidense lo lleva a usar las Nike prohibitivas para sus vasallos. En cuanto a la amistad con Dennis Rodman, equivale a Bob Marley idolatrando a Haile Selassie.
Olvide los centenares de libros dedicados en Occidente a un país hermético en teoría, incluido el Pionyang dibujado con su habitual aplicación adolescente por Guy Delisle. La película The Interview es la mejor aproximación occidental a la última tiranía marxista, casi una curiosidad zoológica con millones de víctimas. La entrevista de James Franco a Kim, que acaba con el dictador disparando al actor, es uno de los momentos clave de las tormentosas relaciones entre Occidente y Corea del Norte. Por no hablar de las heridas que sufre Seth Rogen.
Sería injusto menospreciar a Kim como un fenómeno aislado. Entronca con los vástagos de grandes dictadores que han garantizado la continuidad despótica. Ahí están el saudí Mohamed bin Salman o el filipino Bongbong Marcos, una vez decapitados los vástagos de Sadam y de Gadafi, que también habían sido criados para completar la labor exterminadora de sus mayores.
Mito americano
Kim rejuvenece a su población matando de hambre a los ancianos. Cuando John Rawls desarrolla el principio del «velo de la ignorancia», sobre el país en que alguien querría aterrizar con independencia del lugar concreto en que lo hiciera, Corea del Norte supone sin duda la homogeneidad máxima. Ninguna capacidad de sorpresa bajo el manto de la dinastía de Kim Il Sung.
Al igual que ocurre con todos los mitos pop, de Elvis a las Kardashian, también Kim Jong-un es una creación de Estados Unidos. La Corea unida tras la Segunda Guerra Mundial se fraccionó después del conflicto por peleles interpuestos entre rusos y americanos. Fue el primer enfrentamiento entre países sin un vencedor claro. Desde entonces, ningún choque ha señalado a un campeón, véanse por todas las sucesivas invasiones de Afganistán a cargo de Washington y Moscú.
La fascinación que ejerce la Corea de Kim, por encima de países asiáticos más relevantes como Malasia o Indonesia, se debe precisamente a su exotismo gore, a su puerilidad monstruosa. Ha restaurado el mito del emperador romano, en la estirpe de Nerón o Calígula más la Bomba. Millones de no votantes componen el coro forzoso. Solo Trump supo maltratarlo como corresponde, de muñeco a muñeco, bailando sobre la zona desmilitarizada entre las dos Coreas. Y este centro de reclusión trasnochado tendrá una presidenta antes que otros países occidentales, si a Kim Jong-un le sucede su hermana Kim Yo Jong, la Margaret Thatcher norcoreana. Siempre se puede empeorar.
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