Son Laura Lliteras y Marina Fullana (Unaiuna) de lo más sugerente -quizá junto a Mucha Muchacha- que he descubierto en los últimos años. All inclusive, Galejar, Hacemos como que bailamos… tan distintas entre sí y tan reveladoras, y ahora Scroll. Todas convincentes, trabajadas en la forma, las coreografías y el relato. Danza contemporánea que pone el mensaje en el centro; reflexión, dialéctica con el público. En esta ocasión la pieza sirvió para cerrar, junto a la espléndida Jo, Travesti, la temporada (ese momento que siempre llega demasiado pronto) de un Teatre Principal de Palma que se prepara para la etapa Martorell. Lliteras y Fullana dirigen y coreografían, pero por primera vez no se plantan en el escenario (eso lo dejan para Joan Ferrer, Ioar Labat, Joan Vila y Javier de la Asunción). Desde el arranque la pieza hipnotiza: los intérpretes se abren paso entre los focos, situados a pie de tablas, que parecen dispuestos a empezar a hablar, como los coches del final de Holy Motors. Mundo virtual que se confunde con el real (¿acaso sabemos aún distinguirlos?), bucles, interacciones entre cuerpos y cerebros, sucesión de pantallas a través de las que nos relacionamos. Alegorías y metáforas que vienen a recordarnos que hemos vendido el alma al algoritmo, sin dramas, es así.

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