España es en la Eurocopa un maldito amor de verano. Un equipo que gusta desde el primer vistazo, pero con una estabilidad que escapa de la razón. Pasional, que sabe coquetear con el balón. El que te invita al baile en la verbena para irse con otra pareja después. Hay que comprender su extrema personalidad y la del torneo que quiere conquistar, un encabritado cruce de imperios. Algo tan bonito como difícil.
Por suerte, el verano continúa para De la Fuente, pero Georgia, el primo del este áspero al que no quieres aguantar ni en las comidas familiares, se preocupó de recordarle que esto no es un simple juego. Pero a esta España le gustan los extremos y lo dice sin complejos. Porque Nico Williams y Lamine Yamal están viviendo este torneo como la graduación del bachillerato. Y eso solo puede ser memorable. Que se pongan a jugar al ‘Piedra, Papel o Tijeras’ tras llevar a España a cuartos es una muestra de su imprescindible naturalidad.
Ser el guapo, al que no le meten goles y viste bien vale para presentarse en octavos funciona, aunque no es suficiente. Ahora toca luchar por el estatus que le exigirá Alemania, el local que, mundo al revés, odia a los turistas juveniles que utilizan sus estadios para soñar. A España le pueden decir que «es muy especial» y que «no habrá nadie como ella», cuando la realidad es que cualquier equipo, con un buen portero como Mamardashvili y un delantero como Kvaratskhelia, puede llevarse por delante su mejor ‘marketing’.
La selección tiene la valentía para sentir que las contradicciones y los malos momentos no van con ella. Porque Nico Williams y Lamine Yamal son los reyes de una pista en la que los niños vuelven a jugar a la pelota. Lo normal es que los dos estuvieran goleando en la playa con porterías hechas con dos palas. Pero el precoz fútbol moderno les ha llevado a ser estrellas, aunque no les ha robado la juventud. Por lo menos en el campo lo demuestran. Ver que se ríen en cualquier escenario, como si fueran a jugar el Torneo de Brunete, es lo que más confianza aporta.
La lección inicial del partido se la llevaron los que subestimaron a Georgia. Los que hacían gracias terminadas en ‘vili’ y hablaban del 1-7 como una rutina a repetir. Las diferencias en el fútbol actual se han reducido al máximo, aunque alguno tome el ránking FIFA como el IPC. Los datos, los malditos datos sin contexto, como que España no había encajado un solo gol en fase de grupos. La típica argumentación del campeón moral que hay que evitar.
Que se lo digan a Inglaterra, convertida en un amasijo de buenos y perdidos jugadores a los que les sirve la genialidad del momento preciso. Por cierto, de Kane y Bellingham, los dos únicos hombres que juegan fuera de la sacrosanta Premier. Nos cuesta demasiado salir de la política de clubes que distorsiona un torneo donde el palmarés cuenta lo justo y necesario. En la mayoría de los equipos el sentimiento de pertenencia es nacional, por suerte para España es cuestión de fe y estilo. Más útil a la larga que derrochar patriotismo.
El que no se quiera ilusionar a estas alturas tiene un problema. Las cuotas de pantalla de TVE son incontestables y, por fin, los comentaristas ya no son el tema del día. Los partidos en abierto son el único modo que tiene el fútbol para cerrar la enorme distancia que ha creado con un aficionado que sigue el deporte de masas como una religión. Creyente, pero practicante lo justo. La Eurocopa es una oportunidad sincera para que esta selección vuelva a ser la de todos y cada uno de los que piensan que Nico Williams y Lamine Yamal son los únicos extremos por los que votarían con los ojos cerrados. Dos semanas para las que enamorarse, sin miedo a que el día 14 y no vuelva más.