Dios los cría y ellos se juntan. Se nos aplica a todos pero en algunos casos es más grave. Por ejemplo, mientras los franceses votan hoy y los británicos el próximo jueves, Putin ha visitado Corea del Norte para aliviar su relativa soledad internacional tras invasión de Ucrania, agradecer la ayuda que de allí recibe en forma de bombas de artillería y de misiles, y firmar varios acuerdos sobre cooperación económica y un pacto de seguridad cuyo artículo 4 dice: «Si una de las partes se encuentra estado de guerra debido a un ataque armado de uno o más Estados, la otra parte le proporcionará inmediatamente asistencia militar con todos los medios a su alcance de conformidad con el articulo 51 de la Carta de las Naciones Unidas». Ese artículo se refiere al derecho de legítima defensa y podría acabar aplicándose al caso de Ucrania aunque para Putin no sea una guerra sino una «Operación Militar Especial» y aunque él sea el atacante y se considere atacado.
Este tratado pondrá muy nerviosos a japoneses y coreanos del Sur ya que Kim acaba de reformar su Constitución para renunciar a la reunificación pacífica de la península de Corea. Seúl y Tokio, alarmados, se rearmarán y reclamarán más presencia americana en la zona, lo que preocupará a China que, por su parte, también afirma «una amistad sin límites» con Rusia. En todos sitios suenan tambores de guerra.
Este viaje a Pyongyang es la punta del iceberg del desarrollo de los vínculos entre cuatro países (China, Rusia, Irán y Corea del Norte) que por su peso y ambición tienen capacidad para subvertir el orden internacional que ven dominado por unos Estados Unidos que les impiden ocupar el lugar que creen que les corresponde en el mundo por su historia, peso económico y peso político. Un orden que no toma en consideración sus intereses de seguridad ni respeta las que consideran sus legítimas esferas de influencia: Taiwán y el Mar del Sur en el caso de China; el antiguo espacio soviético en el caso de Rusia; el Oriente Medio -desde Siria a Yemen- para Irán; y la península de Corea entera para el régimen estalinista de Pyongyang. Rechazan la democracia o, con mayor exactitud, afirman tener el derecho a definir lo que ellos entienden por democracia y se oponen con firmeza a todo intento de occidente de interferir en sus asuntos internos utilizando como arma los Derechos Humanos que afirman que manejamos con hipocresía y doble rasero.
Estos cuatro países quieren cambiar tanto el reparto de poder que hicieron los vencedores de la 2GM como también las reglas, principios y organizaciones que definen el actual orden internacional, para crear otro diferente y más acorde con sus intereses y por eso China ofrece al mundo unas «relaciones internacionales de nuevo tipo» que no acaba de definir. Por ahora parecen saber mejor lo que no quieren que lo que desean.
Complica aún más las cosas el hecho de que estos cuatro países muestran divisiones entre sí: China y Rusia compiten por influencia en Asia Central; Rusia e Irán compiten por los mercados chino e indio de petróleo; China recela del acercamiento de Rusia a Corea del Norte etc. Lo cierto es que cada vez comercian más entre ellos procurando prescindir del dólar en sus relaciones, hacen más maniobras militares conjuntas, desarrollan su cooperación militar (Moscú transfiere mucha tecnología bélica a los otros tres) y se ayudan mutuamente a romper el aislamiento, algo obvio en el caso de Rusia, mientras Irán ha sido invitada a unirse a los BRICS y a la Organización de Cooperación de Shanghai. Su estrategia pasa por reforzar cada vez más la cooperación entre ellos mientras tratan de atraer a otros países como Indonesia, Arabia Saudita o la misma Turquía que aunque es miembro de la OTAN parece últimamente tantear la posibilidad de renunciar a la UE (donde sus perspectivas son escasas) y buscar acogida entre los BRICS.
Si tienen éxito y ganan apoyos entre los países del Sur Global pueden acabar poniendo patas arriba el actual orden internacional. Lo que está en el horizonte a corto plazo es un periodo de desorden hasta que la comunidad internacional en su conjunto acuerde un nuevo orden, como hiciera en el Congreso de Viena de 1815 o en las conferencias de San Francisco y Bretton Woods (entre otras) de 1945. Así que paciencia y a seguir remando.