Rosa Montero se tuesta al sol de las cámaras en una especie de «Esta es su vida» para periodistas de relumbrón. Y se tuesta porque, por su forma de ser, la hija del banderillero no renuncia a colocar las de fuego desde el mismo momento que repasa su llegada al «Pueblo» de aquel Fouché llamado a la sazón Emilio Romero, redacción a la que retrata como una congregación de machirulos convencidos de ser los amos del universo a pesar de lo poco que daba de sí La piel de toro. Según describe llevaban las corbatas en erección. Eso fue después de que en el 70 hiciese prácticas en Alicante, aspecto que otros encumbrados suelen dejar en el olvido y que ella lleva a gala hasta el punto de que se le ilumina la cara cuando recuerda que la primera interviú en un diario se la hizo a Julio Iglesias en el aeropuerto, encuentros que completó con no pocas voces entre las que asomaron las de Aretha Franklin y la del a día de hoy incombustible Miguel Ríos dentro del desfile veraniego de rigor. Consciente de sus limitaciones, afortunadamente no se pasó a la canción.

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