Son dos engranajes enlazados. Cuando uno avanza, el otro también. Cuando en el lado musulmán se pasa de simpatizantes a justificadores de los atentados y de ahí a comprometidos y radicalizados, en el bando del racismo anti islámicos se produce el mismo avance negativo. Esta es una de las claves que explican, junto a cuestiones grupales y familiares, el proceso psicológico por el que los jóvenes de Ripoll llevaron a cabo los atentados de Barcelona y Cambrils en el 2017. Lo explican dos de las autoras de un estudio coral que lleva por título ‘Laberintos de la ira’, que analiza el origen del radicalismo entre jóvenes y adolescentes y en el que se advierte del creciente peso de los discursos racistas.
En el proyecto han participado expertos de distintas disciplinas para hacer una autopsia al a génesis de la radicalización, de la mano de la Pere Claver Grup, la UAB, la Fundació Congrés Catalá de Salud Mental y el IGOP. Todo bajo una idea, la que explica Miguel Perlado, psicoterapeuta supervisor docente de la Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas y experto en sectas: «La radicalización es algo que todos podemos compartir, forma parte de nuestra naturaleza y los que creemos que no podemos tener pensamientos así tenemos que revisar nuestra mente».
Vulnerabilidad radical
Es más, los líderes radicales conocen perfectamente el funcionamiento de nuestro cerebro, que «se guía más por la simplificación y por la preferencia por lo ya conocido». «Se trata de una vulnerabilidad radical que todos los seres humanos compartimos, venimos al mundo en indefensión, necesitamos a otra persona que nos de sentido, y en momentos como la adolescencia o en crisis y convulsiones sociales, se fractura todo y nos deja más abiertos a quedar afectados por estas organizaciones, que van buscando un target específico donde picar, tocan estas vulnerabilidades porque las conocen», describe.
«Todos los seres humanos compartimos una vulnerabilidad radical», Miguel Perlado, experto en sectas
El origen de los atentados
Un capítulo de esta investigación es el dedicado a los atentados de Barcelona y Cambrils. Núria Riera y Alicia Mesas, profesional de interculturalidad y psicóloga, respectivamente, hablan de la importancia extraordinaria que tienen los grupos para promover la radicalización. Los grupos y la familia. «El vínculo familiar y el vínculo grupal fueron promotores de peso para la gestación y el desarrollo final de los atentados«, aseguran. Los jóvenes, describen, creiceron en medio de contradicciones entre su origen y su entorno: «No pueden contentar a todos, sino que, hagan lo que hagan, siempre tendrán detractores que les harán sentir mal: ‘malos amigos’ o ‘malos hijos'». Y eso en un período sensible como es la adolescencia.
Las autoras describen como la pertenencia a un grupo, y en especial la influencia del imán, «se convierte en un sistema de valores y creencias que servirá de filtro para interpretar los acontecimientos que los rodean«. La presión de este grupo determina las conductas hasta el punto de llegar a la violencia, porque el funcionamiento de la identidad grupal se acaba basando en el «nosotros» frente a los «otros».
Las dos ruedas que se retroalimentan
Las personas que sufren discriminación, impulsadas por ideas de frustración, flirtean con discursos extremistas, normalizan la violencia «como una forma de malestar de la población musulmana. Al otro lado, las personas no musulmanas de Ripoll. «Pese a tener ideologías a favor de la inclusión social, a medida que les llega información sobre los atentados y el modo en que se gestaron, esto les genera sentimientos de inseguridad y miedo», explican las investigadoras. A partir de ahí, el miedo puede llevar al bloqueo y la frustración. El siguiente paso es «no estar a favor de una inclusión incondicional» y se flirtea con discursos racistas. «Por último, empiezan a actuar en consecuencia, agrediendo verbal o físicamente», o haciendo pintadas.
Por ello, la conclusión es que «el ciclo de radicalización extremista violenta es un engranaje que se mueve acompasadamente» y «cuando la gente de un lado baja un peldaño, las personas del otro lado suben otro». Por ello no es de extrañar, apunta, que en las municipales del 2019 en Ripoll ya se aupara a una alcaldesa racista.
Las soluciones, solo a largo plazo
Las autoras reclaman «reconstruir puentes sociales» meidante «políticas sociales valientes» que cuestionen lo que «estamos fracasando como sociedad», y maneras de trabajar más inclusivas y respetuosas con la diversidad.
La mirada de Riera y Mesas es clara: hace falta prevención. Paliar los daños causados a quienes han estado en contacto con los discursos del odio. Y advierten de que los resultados serán a largo plazo. Hablan del «terremoto social» vivido en Ripoll y apelan a potenciar el sentimiento de pertenencia de las personas en la sociedad donde viven, acompañarlos emocionalmente y fomentar cuestiones como las mentorías sociales (personas que se conviertan en referentes positivos de ciertos colectivos), los grupos de ayuda mutua, la autogestión de ciertos grupos y aumentar la calidad de vida de los vecinos. Finallmente reclaman desarrollar las llamadas «contranarrativas«, es decir que los jóvenes «reciban y consuman arugmentos y productos» que contrarresten el mensaje propagandístico radical.
Una cocción lenta
Nadie está excluido del virus de la radicalización, explican los autores, que reclaman una mirada más compleja sobre este fenómeno. En el texto se abordan casos en primera persona, como el ex militante nazi David Saavedra: «Ya sea en un yihadista, un nacionalista radical, un negacionista de la ciencia o el representante de una secta, el resultado debería ser el mismo. En el centro de gravedad hay un enorme ego y necesidad de protagonismo«, describe. «Estar radicalizado en cierto modo se parece mucho a estar loco», confiesa. Y admite que todavía hoy se pone a la defensiva «cuando alguien me contradice».
En el caso de las sectas, Miguel Perlado advierte de que hablar de «lavado de cerebro» es muy simplista, como lo es afirmar que los terroristas que comenten violencia representan simplemente «la maldad». Todo ello es reducir el fenómeno a ideas fáciles, avisa, y añade: «La radicalización entre los integrantes de una secta es un estado mental que se alcanza tras una cocción lenta» y en el que intervienen ingredientes como el liderazgo el narcisismo maligno y el concepto del «perdedor radical» que puede estallar en cualquier momento. Además, Perlado ve una continuidad entre los pacientes que van contra un proceso de terapia, la parte psicótica, el funcionamiento sectario, adherirse a un grupo de odio racial, el terrorismo y, en su extremo, el genocidio.