Como todos los años por estas fechas, les dejo descansar a ustedes de mis artículos y yo me dedico a cargar las pilas para la próxima temporada. La época estival es más propicia a noticias agradables -de ‘veraneo’, en definitiva- que a las que hemos vivido durante todo el curso saliente, donde la tensión se ha palpado en muchas ocasiones, porque los españoles nos hemos empeñado en hacer de nuestra vida política un auténtico sobresalto. Así es que, sí, con este artículo me despido hasta la próxima temporada. Y como los periodistas muchas veces tendemos a provocar, pues yo quiero provocar, solo un poco, con este artículo.
Hace unos días, salían a la calle en algunas ciudades españolas grupos de ciudadanos que se reconocen republicanos, en manifestación contra la monarquía. ¿Significa esto que los españoles la rechazan? No lo creemos así. No la rechazan, porque ven en ella un punto de equilibro que este país necesita si queremos tener la fiesta en paz. Un punto de equilibrio necesario y, si me apuran, absolutamente imprescindible para que tengamos algo de tranquilidad, tan dados como somos a los excesos, a dividirnos en dos, porque «si no piensas como yo, mal vamos».
Y yo quiero para mi país una monarquía parlamentaria. Absolutamente democrática, porque les guste o no les guste a muchos, la experiencia republicana (en dos ocasiones) en este país no fue para presumir mucho de su desarrollo. Y ya sé, se avanzó en educación y en igualdad, entre otras cosas, pero dejemos aquí los motivos por los que se fracasó, porque serían muy largos de contar.
Una de las razones que oímos para demandar la venida de otra república por parte de la izquierda es que la monarquía nos cuesta dinero a los españoles, como si los presidentes de otros países salieran gratis a sus ciudadanos. Pero es que tiemblo al pensar en quienes podrían ser, ahora, presidentes de una república española. Ahora, cuando estamos viviendo un momento de tensión política como no se ha vivido desde la implantación de la democracia en nuestro país, es necesario alguien que no forme parte de ningún bando para que el ciudadano perciba que hay un arbitraje equilibrado y responsable. De acuerdo con la Constitución, la monarquía se nos presenta como símbolo de la unidad del Estado, y cuando la sensación que el ciudadano tiene es de absoluta desunión entre españoles, la figura de un monarca como Felipe VI tranquiliza.
Porque si es cierto que una parte de la izquierda ha sido tradicionalmente crítica con la monarquía española, no es menos cierto que, en los últimos tiempos, parte de la ultraderecha también se ha ido sumando a esta nueva corriente de rechazo a Felipe VI. Según ellos, y en el colmo del desconocimiento sobre el papel que la Constitución asigna al rey, «por no pararle los pies a Pedro Sánchez».
Así mismo, protestaron por designarle como candidato a la investidura y por sancionar la ley de amnistía para los implicados en el procés. Actuaciones a las que el rey está obligado por mandato constitucional, pero que han servido, a unos y otros, para desprestigiar la imagen de la Casa Real. Y el desconocimiento del papel institucional del Rey les lleva a apuntar cosas como lo dicho por la portavoz de Vox en el Congreso, Pepa Millán (hasta ahora los de Abascal habían sido prudentes en este tema), que llegó a decir la semana pasada que los españoles se «sienten abandonados» en la lucha contra la medida de gracia y pidió al rey que actuara contra la norma, obviando las competencias del monarca. Pero quizás sí, quizás si conocen cuales son sus competencias y, simplemente, como dice el profesor de la Universitat Oberta de Catalunya, Jaume Claret, esta campaña contra el rey forma parte del juego de la ‘antipolítica’.
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