El pasado 7 de junio se celebró el Día Mundial de los Océanos bajo el lema «Despertar nuevas profundidades» (https://unworldoceansday.org). Esta edición coincidió con la publicación del informe sobre el estado del océano de la UNESCO (www.ioc.unesco.org/en/stor2024), y se enmarcó además en el Decenio de los Océanos para el Desarrollo Sostenible (2021-2030, https://oceandecade.org). Todas estas iniciativas buscan concienciar sobre la importancia del océano para la vida en el planeta –incluyendo nuestro bienestar individual– y sobre cómo la investigación y el conocimiento sobre el océano pueden contribuir a resolver los grandes retos de la humanidad, en particular, la crisis climática.
El Día de los Océanos también nos recuerda que vivimos una «gran aceleración azul», ya que cada año se incrementa la extracción y uso de alimentos y materiales procedentes del mar, y nos apropiamos de una mayor extensión del espacio marino para desarrollar nuestras actividades. Esta aceleración está produciendo un desbalance cada vez mayor y necesitamos corregirlo antes de que comprometan aún más funciones tan importantes como la provisión de alimentos y la purificación del aire, o la prevención de desastres cada vez más intensos y frecuentes como huracanes y tifones, olas de calor e inundaciones. No solo es necesario saber más: urge tomar decisiones que permitan la mitigación de los efectos.
Se trata de profundizar, por nuestro propio interés, en el conocimiento y funcionalidad del desconocido planeta azul que habitamos; el 70% de la superficie terrestre, los océanos, aún guardan más secretos de los que hemos sido capaces de desentrañar y de los que podemos imaginar. Por ejemplo, se estima que más del 90% de las criaturas que habitan el océano están aún por descubrir, y su descripción y estudio representará una formidable tarea. También se prevé la consolidación a medio plazo de una emergente industria biotecnológica basada precisamente en el estudio de los recursos genéticos marinos, con aplicaciones potenciales en biomedicina, cosmética o geoingeniería.
A estos desarrollos cabría añadir grandes retos tecnológicos a corto plazo, como la implantación de granjas para la acuicultura en mar abierto, o los planes para la explotación de energías limpias y renovables, principalmente la eólica marina. Pese a que este tipo de infraestructuras son ya una realidad en otras partes de Europa y del mundo, en nuestra costa la cercanía del cantil y las galernas previenen el uso de anclajes tradicionales. No conviene olvidar el importante reto logístico y socioeconómico de compatibilizar y alcanzar sinergias entre los nuevos usos y los aprovechamientos actuales.
Algunos de estos retos son prioritarios, ya que contribuirían a eliminar nuestra dependencia de combustibles fósiles con la consiguiente reducción de emisiones de gases de efecto invernadero responsables de la alteración del clima. No obstante, es importante recordar que el océano absorbe cada año más de la cuarta parte del CO2 que emitimos a la atmósfera, y que podrían absorber aún más. La primera medida de mitigación consiste, por tanto, en preservar la salud del océano promoviendo un uso sostenible de sus recursos y permitiendo que zonas actualmente alteradas puedan recuperar su funcionalidad.
Las herramientas disponibles para alcanzar una gestión sostenible pasan por el establecimiento de áreas marinas protegidas y la adopción de estrategias de manejo dinámico que confieran la flexibilidad y rapidez de respuesta necesaria para adaptarse al movimiento continuo de masas de agua y de los organismos que las habitan. De hecho, el establecimiento de este tipo de figuras de gestión no solo es compatible con otras actividades como el turismo y la pesca tradicional, sino que puede catalizar su desarrollo.
A pesar de ello, las restricciones son necesarias para frenar algunas actividades de alto riesgo sobre las que tenemos un alto grado de incertidumbre. Tal es el caso de la minería submarina que, bajo el amparo de facilitar la electrificación de la economía y con su tecnología de ciencia ficción, comienza a materializarse en lugares remotos, especialmente en países poco desarrollados bajo el impulso de grandes empresas y países, únicas capaces de financiar esta actividad.
En nuestro país la red de áreas marina protegidas (RAMPE) está aún por implementar. Con una zona económica exclusiva con una extensión superior al millón de kilómetros cuadrados (el doble que la extensión continental), nuestro país dispone de margen para consolidar las propuestas actuales y para establecer nuevas áreas. Iniciativas como el Tratado de Alta Mar y el Pacto Verde Europeo plantean proteger hasta un 30% de los océanos, aunque lo importante es evitar caer en la hipocresía y autocomplacencia de crear «parques de papel». En Asturias existen zonas con gran valor paisajístico y potencial para contribuir a mitigar el cambio climático, y existe también una propuesta para delimitar dos áreas marinas protegidas en mar abierto (el Cachucho y los cañones submarinos de Avilés).
Mientras, la temperatura de las aguas superficiales del mar Cantábrico durante 2023 alcanzó en promedio 16,9ºC, valor récord que desplaza 2022 para convertir el año pasado en el más cálido de los últimos 42 años. Además, en 2023, la temperatura se mantuvo por encima de 20ºC durante cuatro meses seguidos. Baste recordar que hasta ahora era raro contar más de unas pocas semanas al año (o ninguna) con temperaturas tan altas. No se trata, ni mucho menos, de datos anecdóticos ni de una casualidad; siete de los años más cálidos de la serie se han producido durante la última década. La tendencia al calentamiento, a un ritmo de 0,30ºC por década, duplica la tasa observada a nivel mundial, y 2024 puede fácilmente sentar de nuevo un récord.
El aumento de temperatura desencadena cambios más allá de las condiciones físicas cerca de superficie y se propagan por toda la columna de agua, alterando la química y la biología de los océanos. Estos cambios amenazan la vida marina y afectan el funcionamiento de sus ecosistemas. Estamos en una transición hacia océanos con aguas más cálidas, más ácidas y con menor concentración de oxígeno, y también menos productivos. Especies móviles como los peces cambian sus ritmos de actividad y alteran su distribución en busca de aguas más frías siguiendo la onda de cambio hacia los polos. Otras especies se quedan atrás incapaces de adaptarse.
Así lo evidencian los cambios en la composición y características de la pesca. Por ejemplo, cada vez es más frecuente encontrar especies propias de latitudes tropicales. Especies típicas del Cantábrico como la caballa se están desplazando a latitudes más elevadas todavía frías. Otras, como el chicharro o la sardina, están disminuyendo y se encuentran a niveles que comprometen la viabilidad de la pesquería. Mantener el nivel de capturas exige navegar más millas y arriar las artes a mayor profundidad y durante más tiempo, con el consecuente aumento de costes. A nave rota, todo tiempo es contrario.
El Día de los Océanos ha sido una buena ocasión para reflexionar y mirar al futuro junto al mar. En el horizonte, el cambio global se manifiesta en la alteración de la línea de costa y la pérdida de ecosistemas costeros como marismas, playas y sistemas dunares; la presencia de especies exóticas, la polución –especialmente conspicua en el caso de los plásticos (superada la crisis de los pellets, las estimas disponibles sugieren que cada día vertemos 48 kilogramos de plástico al mar a través de los ríos asturianos). Otros impactos como el calentamiento, acidificación y desoxigenación de las aguas, el aumento del nivel del mar, o los vertidos de contaminantes químicos son más difíciles de percibir, pero continúan agravándose.
En conjunto, el cambio global no solo representa una amenaza para la biodiversidad marina, sino para el funcionamiento de sus ecosistemas, y de su integridad y correcto funcionamiento depende nuestro bienestar y el de las generaciones futuras. Es hora de actuar y afrontar el reto de proteger y recuperar los océanos y profundizar en su investigación y conocimiento, en mejorar nuestras estrategias para su preservación y el uso sostenible y equitativo de sus recursos, sin dejar a nadie atrás, y sin quedarnos en la superficie.
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