La ciudad de Telde amaneció este lunes con todos los síntomas de los días grandes. El del silencio de una profunda duermevela, resaca de una agitada noche de fuego y verbena, y rota con las primeras luces del día con la diana floreada, rito imprescindible para alertar a la población de que después del mediodía sale a la plaza el patrono San Juan.
El síntoma dos tenía lugar en lacercana finca de un santo afín, la de la Hoya de San Pedro, a la que llegaban desde primeras horas de la mañana camiones y grandes furgones cargados de ganado, otro imprescindible en feriado tanto para grandes, que calibran la calidad de las gallanías, como para la propia chiquillería, que se encandila ante las bestias. Ahí se oye un «papá, cómprame un becerro», y la contesta: «no, que luego no nos cabe de toro».
La postal la completaba la exhibición de salto de pastor ofrecida por los miembros de la Federación Canaria y el juego del garrote, por gentileza de la escuela Familia Maestro Paquito Santana.
La plaza principal a medida que transcurre la mañana es la meca desde la que vienen filas de personas, mayormente vestidas de domingo y alguna que otra ataviada desde el domingo anterior sin haber pasado por el ropero, y que esperan según el tino de cada cual al momento álgido de la jornada, el de la arribada de aquél ganado que rumia en la Hoya de San Pedro a los pies de la basílica, del alcalde y del citado San Juan.
El desfile de ganado y la procesión protagonizan el día grande de las fiestas
Un grupo de señoras se entretienen haciendo punto a la sombra de uno de los laureles de Indias supervivientes; otros padres y madres de familia hacen cola en un pequeño hinchable que amenaza con reventar como una sopladera por el enrale en brinco de la chiquillería; y otro tanto pasea arriba abajo noveleriando por los abigarrados puestos situados en la cancela de la plaza o dentro de ella, como el cada vez más solicitado bar hamburguesería de quita y pon, Kevin, a pesar de que aún no se ha terminado de digerir el desayuno.
Entre tanto y tanto se oferta en aquellas decenas de metros cuadrados de puestos un muy variopinto elenco de cosas, como las velas de cera de soja aromatizadas; los bolsos de colgar y de mano ejecutados a punto; las coloristas telas y pareos del Senegal en todos los colores posibles del espectro visible; y toda la gama de golosinas de la tierra, justo en el chiringo de la entrada, desde el queso de Guía, al pan de puño de Ingenio, del chorizo de Teror a las aceitunas de Santa Lucía.
No faltan atrapasueños de los indios Ojibwa, afanados en bailar con el creciente viento racheado que desde hace un rato tiene los gigantes candiles colgados de una casa consistorial danzando por la fachada de babor a estribor.
Es en ese rebumbio cuando desde la calle Juan Carlos I arriba se va montado una tranquila marimorena que mantiene el asfalto como un tamboril, percusionado por las cientos de patas del ganado que ya llegan rián al santo y que hacen un alto a la vera de la plaza a la espera de que finalice la misa.
Ahí es cuando aparece, como un perfecto mascarón de proa, Embrujado XIX, el fantástico caballo del señor Juan Cabrera y su hija Verónica Cabrera Brito.
Padre e hija se miran en Embrujado, al que mantiene pelaje y crines blanco nuclear en estado de peluquería a sus 15 años de edad.
Fue hace ya ese tiempo cuando Verónica tuvo más suerte que el niño que pidió sin éxito el becerro del segundo párrafo, porque a ella -«papá, cómprame un caballo»- sí que le otorgaron una ocurrencia que ha ido evolucionando con una yeguada de cuatro ejemplares y que ha atesorado a día de hoy más de 200 premios, entre ellos el del noveno puesto del mundo en doma clásica, escarapela lograda por el propio Embrujado XIX en Sevilla en el año 2021.
Con todo, el mejor premio, de lejos, «es que todos los sábados montamos juntos mi padre y yo», resume mirando con orgullo a un Juan que a sus 77 años muestra fuelle para unas cuantas yeguadas más, de hecho verlo pasar por delante del santo festoneado en el trono con una parranda de flores de mundo, remataba el espectáculo de la mañana.
Así se pasaba la raya del mediodía para abordar una tarde en la que, según el programa del Ayuntamiento de Telde, se sacaba de nuevo la imagen del patrón de Telde para recorrer las calles del centro histórico en compañía de los representantes políticos de la ciudad, con el alcalde, Juan Antonio Peña, a la cabeza.
Una vez devuelta a la basílica, se daba por finalizada esta edición de las fiestas patronales.
Mechones y verbenas
Para el alcalde de la ciudad estos días han sido, «sin duda, una gran celebración en honor a nuestro patrón. Las calles del barrio histórico han estado llenas de color y de vida cada jornada en los últimos diez días y no ha habido un solo acto en el que los vecinos y vecinas de la ciudad, y también visitantes de otros puntos de la Isla, no hayan respondido con participación activa y buen ambiente», puntualiza Juan Antonio Peña.
Para concluir dando las «gracias a la concejalía de Festejos, con Miguel Rodríguez como responsable, y a toda la ciudadanía por haber hecho posible unas fiestas por San Juan Bautista a la altura de lo que Telde merece».
Hay que destacar, por último, que solo en la víspera de San Juan, la de este domingo 23 de junio, unas 4.500 personas eligieron Telde para celebrar en honor al patrón de la ciudad, según expone el Ayuntamiento.
Así, entre el barrio histórico y la playa de Melenara, según apuntan las mismas fuentes, donde se concentraron los diferentes actos programados, el municipio brilló entre la gran hoguera tradicional, el espectáculo cromático que iluminó el cielo de San Juan, los mechones en la costa y las verbenas en ambos puntos.