En 2008 Pixar lanzó una película a la que no le hizo falta un largo recorrido para convertirse en un clásico. Ambientada en 2805, ‘Wall-E: batallón de limpieza’ narra en 98 minutos las peripecias de un robot cuya misión es eliminar la basura que cubre la Tierra, ya sin humanos que la habiten. Entre tanto, se enamora, pero eso no viene al caso ahora. Hoy en día, en 2024, es fácil encontrar semejanzas entre lo que se presentaba como una situación distópica y el presente. Aunque, eso sí, para hallarlas hay que mirar muy alto, más allá de las nubes, en un universo que hasta hace no mucho parecía inalcanzable. Pero ya no lo es y está plagado de desechos.
SpaceX lidera una carrera por hacerse con el control (privado) del espacio y, para ello, desde su creación en 2002 no ha dejado de perseguir el objetivo de poner en órbita cuantos más satélites, mejor. Eso sí, son muy raras las ocasiones en las que la empresa que fundó Elon Musk ha invertido tiempo en pensar qué pasará con ellos cuando concluya su vida útil. Y como esta, tantas otras compañías. El resultado es un cosmos plagado de residuos de los que poca gente se preocupa. Una de las escasas excepciones está en Madrid y es muy joven. Nació hace menos de un año. Persei Space, fundada en octubre de 2023, se ha puesto manos a la obra para limpiar el universo.
La corporación surgió para aprovechar todo el conocimiento que floreció en los proyectos E.T.PACK y E.T.PACK-F. Integrados por cuatro instituciones (las universidades Carlos III de Madrid, Padua y Dresde y SENER Aeroespacial) y con el apoyo y financiación del Consejo Europeo de Innovación, sus científicos desarrollaron un sistema de amarras electrodinámicas que se integra en los propios satélites y se encarga de traerlos de vuelta a la Tierra una vez concluidas sus misiones. El regreso no supone ningún peligro, ya que el artefacto se quemaría en la reentrada a la atmósfera.
En esencia, estas amarras no son más que una cinta de aluminio de un par de centímetros de ancho, unas micras de espesor y varios kilómetros de longitud. Nada espectacular a los ojos no expertos, pero con mucho ingenio detrás. No necesitan combustible porque ellas mismas producen una fuerza de frenado al interactuar con el propio ambiente espacial. Teniendo en mente las cantidades de dinero que se mueven en el sector, es una opción barata. Esa es una de sus principales cartas de presentación ante el mercado.
Los ‘papás’ de Persei son Gonzalo Sánchez Arriaga, Manuel Sanjurjo, profesores de la Universidad Carlos III, y Jesús Muñoz Tejeda. Este último es, además, el CEO de la empresa. «Queremos desarrollar y comercializar esta tecnología de desorbitaje», afirma. Está convencido de que hay negocio y en 2025 tendrá la oportunidad de demostrarlo: el año que viene realizarán una misión de demostración financiada por la Comisión Europea. Será su ‘día D’. «Estamos confiados. SENER solo pone su sello a misiones espaciales que saben que no van a fallar. Es el broche de oro», subraya Muñoz Tejeda.
Un gran vertedero
El negocio no ha podido germinar en un momento mejor, cuando la cantidad de residuos en alrededor del planeta ha llegado a unos niveles más que preocupantes. Lo explica Gonzalo Sánchez Arriaga: «La basura espacial está bajo lo que se conoce como síndrome de Kessler. Es decir, la densidad está por encima del umbral que desencadena una cascada incontrolada de colisiones. Los objetos se mueven a una velocidad altísima y, en caso de chocar, se produce una nube de pedazos que, a su vez, pueden impactar contra otros y fragmentarlos. Como en órbita la densidad del aire es muy baja y la resistencia aerodinámica muy débil, pueden quedarse ahí cientos de años». La ESA pone cifras al volumen de desechos: 11.000 toneladas y más de 35.000 piezas de más de 10 centímetros. Y subiendo.
Ante este panorama, la Agencia Espacial Europea ha querido dar un paso al frente. Aunque aún no ha decidido cuál es la mejor manera de hacerlo. Persei Space forma parte del programa Zero Space Debris Charter, una iniciativa en la que las sociedades que comparten este fin debaten sobre cómo resolver el problema. A principios de junio firmaron en Alemania un primer tratado para fomentar la sostenibilidad en el cosmos. Hablaron, entre otras cosas, de la urgencia de que las empresas desorbiten sus satélites en cinco años. Eso sí, este no supone una obligación para los países, ya que la ESA no tiene potestad para aprobar normas vinculantes, algo que recae en los estados. «Lo que sí puede hacer es cortar el acceso a su financiación a las compañías que no lo hagan. Al fin y al cabo, el sector espacial sin el dinero público no es nada«, asevera Muñoz Tejeda. Porque, pese a que los nombres de SpaceX o Starlink suenen con fuerza, las administraciones siguen tirando del carro.
En busca de inversores
Una de las principales metas de Persei es, precisamente, acceder a esas partidas. «Y también conseguir un inversor. Para desarrollar la tecnología necesitamos un equipo competitivo y para atraerlo hace falta dinero«, explica su CEO. Eso sí, ya han firmado un contrato con un primer cliente: Thales Alenia, el mayor fabricante de satélites del continente europeo. «Cualquier integrador de satélites y de lanzadores puede sacar provecho de nuestro producto», añade
En Persei son conscientes de que no es sencillo hacerse un hueco en la industria del espacio, al que califican de «muy conservadora». Y cada paso adelante es un triunfo. «Hasta que no has probado una tecnología nueva dos o tres veces y ha funcionado nadie le da crédito. Ocurrió con la propulsión eléctrica, que actualmente está más que consolidada. Al principio todo el mundo pensaba que era una locura», recuerda Jesús Muñoz Tejeda, que también es investigador en el Imperial College de Londres.
En este punto, el confundador de la empresa intenta explicar (para los mundanos) en qué consiste exactamente su producto. O, mejor dicho, sus productos, porque las miras de Persei van más allá de las propias amarras. «El primero es un programa que predice cómo será el desorbitaje en función de la masa del satélite, su altitud, la inclinación de la órbita… Se trata de un software que se nació en la Universidad Carlos III de Madrid. Esto nos permite generar un caso de estudio para una entidad interesada en nuestro sistema. Y, a partir de ahí, desarrollarlo», cuenta. Porque el sector del espacio es muy particular: en él no existe la producción masiva, sino que cada pieza se diseña específicamente para un cliente concreto. Todo está hecho a medida, como si fueran talleres de alta costura.
Asimismo, se esfuerza para describir cómo funcionan las amarras electrodinámicas, esas cintas que devuelven estos artilugios de vuelta a la atmósfera. «Pueden usarse de dos maneras: de modo pasivo o activo. Y tienen muchas ventajas además del desorbitaje. Por ejemplo, muchas veces el lanzador no deja el satélite a la altura que debería. En ocasiones queda algunos metros por debajo. Nuestro sistema puede cubrir esa distancia. Y, de paso, abarata el seguro. Es un ‘win-win'», afirma Muñoz Tejeda. Sus dimensiones pueden amoldarse en función de su masa y su órbita.
Pese a que lamentan que el contexto actual no es el más favorable para firmar grandes acuerdos, este equipo de ingenieros espaciales confía en que pronto se llegue a un consenso internacional para obligar al desorbitado en un máximo de cinco años, tal y como propone la Agencia Espacial Europea. Por el momento, las compañías de Estados Unidos ya están obligadas a hacerlo, tanto que la administración que encabeza Joe Biden ya ha impuesto la primera multa. Tras esta seria advertencia que el resto siga el mismo camino es cuestión de tiempo. «Comparándolo con otros, nuestro sistema es sencillo y barato», concluye Jesús Muñoz Tejeda. Y tiene un margen de crecimiento tan grande como el propio universo.